
El día del padre representa una especie de reivindicación de la figura paterna, siempre ninguneada y circunscrita a la función de proveedor familiar. El padre es el malo de la película, el que impone castigos y regaños a los hijos, el que hay que convencer mediante los buenos oficios de la madre, figura representativa de la armonía familiar, la abnegación y el verdadero poder tras las decisiones del padre. Lo cierto es que los padres (la mamá y el papá) juntamente vertebran la vida de los hijos, cada cual en el papel que le corresponde familiar y socialmente.
Una familia celebra el día comercialmente reconocido para el padre o la madre, movidos por la inercia publicitaria que lo mismo hace que consumamos papitas adobadas que jabones de tocador, perfumes o carros, aparatos de aire acondicionado que toallas íntimas o plumas que no saben fallar; pero lo cierto es que en el seno de cada hogar, los padres hacen lo suyo sin que exijan reconocimientos públicos o regalos a propósito de las fechas que marca el calendario comercial.
El día del padre es un buen pretexto para valorar, o revalorar, la mitad que hace posible la existencia de una familia en el marco de la pluralidad que ofrece la naturaleza humana. En este caso, felicidades.
Una familia celebra el día comercialmente reconocido para el padre o la madre, movidos por la inercia publicitaria que lo mismo hace que consumamos papitas adobadas que jabones de tocador, perfumes o carros, aparatos de aire acondicionado que toallas íntimas o plumas que no saben fallar; pero lo cierto es que en el seno de cada hogar, los padres hacen lo suyo sin que exijan reconocimientos públicos o regalos a propósito de las fechas que marca el calendario comercial.
El día del padre es un buen pretexto para valorar, o revalorar, la mitad que hace posible la existencia de una familia en el marco de la pluralidad que ofrece la naturaleza humana. En este caso, felicidades.
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