Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

sábado, 31 de julio de 2021

Vacunación voluntaria

 “La vacunación de Covid no será obligatoria” (AMLO).

 

Usted podrá decir que la vacunación debe ser obligatoria, que es cosa de responsabilidad social imponer medidas para la protección de los ciudadanos y las familias, que la gente no entiende, no hace caso y por eso hay que tomar medidas enérgicas como en Francia, o como amenaza el gobierno de EEUU. Sí, podrá decir eso y más, pero la realidad se cuece aparte.

Desde luego, la aplicación de una sustancia con características preventivas es muy importante y éticamente recomendable por la inmunidad que genera frente al virus que nos acecha.

Considerando lo anterior, es útil aclarar que se llama vacuna a una “substancia compuesta por una suspensión de microorganismos atenuados o muertos que se introduce en el organismo para prevenir y tratar determinadas enfermedades infecciosas; estimula la formación de anticuerpos con lo que se consigue una inmunización contra esas enfermedades” (Oxford Lenguages).

Dicho en pocas palabras, “la vacuna se administra para producir en el receptor inmunidad contra un microorganismo en particular” (Prosalud.org).

La inmunidad se define como el “estado de resistencia, natural o adquirida, que poseen ciertos individuos o especies frente a determinadas acciones patógenas de microorganismos o sustancias extrañas” (Diccionario de la lengua española RAE).

Como sabemos de viva voz de los representantes de la Secretaría de Salud (federal y estatal), la actual vacuna no evita la aparición de la enfermedad, no evita los contagios ni está plenamente demostrada su eficacia y seguridad por la sencilla razón de que aún está en fase experimental (etapa III), y que su aplicación fue autorizada por tratarse de una situación de emergencia mundial.

Para decirlo en forma breve y directa, las actuales “vacunas” aún no reúnen la características de una substancia que se pueda llamar categóricamente vacuna porque aún no son capaces de generar inmunidad aunque, al parecer, atenúan los efectos de la enfermedad.

En este caso, la vacunación debe ser voluntaria e informada, porque en realidad se está participando en un experimento médico en pleno proceso que, si bien arroja resultados alentadores, aún no son concluyentes.

Quedando claro que las vacunas contra Covid-19 son experimentales, cabe recordar al lector que la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (en lo sucesivo Declaración), establece que “se habrá de respetar la autonomía de la persona en lo que se refiere a la facultad de adoptar decisiones, asumiendo la responsabilidad de éstas y respetando la autonomía de los demás. Para las personas que carecen de la capacidad de ejercer su autonomía, se habrán de tomar medidas especiales para proteger sus derechos e intereses” (Artículo 5).

Y que, “toda intervención médica preventiva, diagnóstica y terapéutica sólo habrá de llevarse a cabo previo consentimiento libre e informado de la persona interesada, basado en la información adecuada. Cuando proceda, el consentimiento debería ser expreso y la persona interesada podrá revocarlo en todo momento y por cualquier motivo, sin que esto entrañe para ella desventaja o perjuicio alguno” (Artículo 6).

Es decir, gracias a las gestiones del gobierno tenemos acceso a una vacuna en fase experimental cuya aplicación debe ser, por razones éticas y legales, totalmente voluntaria, sin que las personas que decidan abstenerse de su aplicación sean señaladas, discriminadas, atacadas y objeto de coacción por parte de alguna entidad pública o privada.

Al respecto, la Declaración señala que “ningún individuo o grupo debería ser sometido por ningún motivo, en violación de la dignidad humana, los derechos humanos y las libertades fundamentales, a discriminación o estigmatización alguna” (Artículo 11).

De acuerdo con lo anterior, es de esperar que el Ayuntamiento o el Estado no rebasen el límite de sus competencias, que actúen en beneficio de la sociedad con absoluto respeto a los Derechos Humanos y que se peguen a las normas éticas y morales admitidas en el plano nacional y mundial.

Recordemos que por convicción humanitaria nuestro país está suscrito al Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano, con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina.

En un contexto de emergencia sanitaria se corre el riesgo de ceder al impulso de imitar medidas absurdas o francamente autoritarias anunciadas o emprendidas por parte de gobiernos extranjeros.

No dejemos que el miedo y la ignorancia den paso a acciones violatorias de los derechos y la dignidad de los ciudadanos y sigamos atendiendo las recomendaciones que, desde el inicio, dictaron las autoridades responsables.


lunes, 26 de julio de 2021

Restringidos como en Francia

 “El primer cambio geopolítico es mental e individual, es saber y aceptar que los milagros no nos devolverán un mundo que ya no existe y que el que hay que construir es uno sobre valores como son sociedades libres y fuertes” (Antonio Navalón).

 

Seguramente imaginando que las antenas que coronan el Cerro de la Campana se parecen a la Torre Eiffel, nuestros funcionarios naranjeros suponen que el mismo comportamiento que exhibe el presidente de Francia respecto a Covid-19 puede ser asumido por ellos.

Amenazan con la posibilidad de tomar “medidas más enérgicas, tal como en Francia” (gobernada por un falderillo coyuntural de Mr. Biden), ignorando que estamos en un país soberano, con un gobierno legalmente constituido, con sus propias autoridades de salud, sus propias medidas de política sanitaria y, sobre todo, con valores democráticos y de respeto a las libertades y a la ley (El Imparcial, 22.07.21).

La amenaza que pesa sobre los jóvenes “que evadan el uso del cubrebocas y la vacunación” suena como garrotazo anticipado, como acelere sanitario, como pujos inquisitoriales de los “primeros respondientes” que parecen evadir el contexto legal y político nacional y, hasta donde se sabe, local.

Llama la atención que desde el inicio de la epidemia Hermosillo tomó acciones que incluso eran violatorias de los derechos humanos, de las disposiciones constitucionales, de las propias recomendaciones generales emitidas por la máxima autoridad sanitaria y que, como el Borras, establecieron filtros, sanciones, mecanismos intimidatorios, cancioncitas mamonas, mensajes con fuerte olor autoritario y, sin embargo, la epidemia siguió su curso: la curva de contagios hizo su trazo de subibaja comportándose como se espera en un fenómeno como este.

Tras la feroz actividad mediática y coactiva de “los primeros respondientes” las medidas se fueron relajando, volviendo la movilidad: se dio la apertura de gimnasios (considerados por alguien esenciales), el comercio amplió sus horarios y los lugares de esparcimiento nuevamente se vieron colmados en un estire y afloje digno de estudio particular.

Se implementó un demencial operativo de “sanitización” (probablemente queriendo decir desinfección) en las calles, rociando alguna substancia en el pavimento, se instalaron tapetes sanitarios sin utilidad probada, se restringió fallidamente la venta de cerveza, entre otras medidas que, sin duda, surten efectos en la conciencia del que no sabe qué hacer pero que se siente obligado a hacer porque “ni modo de quedarse con los brazos cruzados”.


En su momento, advertimos que las normas de seguridad sanitaria estaban claramente establecidas por la Secretaría de Salud y que no tenía utilidad andar buscándole las mangas al chaleco, que Sonora y el municipio debían acatar las disposiciones federales de la mejor manera, es decir, coordinadamente y sin violar las garantías y derechos ciudadanos.

Actualmente, tras las medidas de relajamiento emocional y fortalecimiento comercial (campaña electoral incluida), nos enteramos de que tenemos una tercera ola o repunte de la enfermedad con nuevas variantes del virus.

Algunos, haciendo honor a la sensatez, insisten en que las medidas precautorias realmente efectivas son la sana distancia, el lavado frecuente de manos y el uso del cubrebocas en lugares cerrados y concurridos, y la recomendación de ventilar la casa, no recibir visitas y evitar reuniones.

Parece que se nos olvida que el virus penetra por vías respiratorias y ojos, de manera que la protección debe centrarse ahí donde más importa; también se nos escapa que las vacunas actualmente en uso han sido autorizadas por razones de emergencia, no porque hayan demostrado plenamente su eficacia ni la ausencia de eventuales efectos colaterales nocivos o, de plano, desconocidos.

Es cada vez más evidente que la mayoría de los asustados ciudadanos que levantan antorchas encendidas de miedo y agresividad, ahora contra los “jóvenes y no vacunados”, pasan por alto que una verdadera vacuna sirve para evitar la enfermedad (como por ejemplo la de la viruela, la poliomielitis, entre otras) y que las actuales aún no reúnen esa característica esencial.

Todavía no se entiende que la inoculación en curso no impide que la gente se siga enfermando ni que siga contagiando a los demás, asunto que las propias autoridades de salud nacionales y locales han tenido que aclarar.

Así que, a las autoridades aficionadas al garrote es pertinente recordarles que en el México post 2018 se privilegian las libertades, se respetan los derechos humanos y que las recomendaciones generales de prevención de los contagios deben apelar a la razón antes que a la coacción.

Por cierto, a propósito de parecernos a Francia en lo restrictivos, cabe recordar que en México la vacunación es voluntaria y que Sonora es parte de la Federación, ¿o qué entiende usted cuando AMLO señala que “la vacunación de Covid no será obligatoria” (Forbes, 22.12.20). Para algunos, parece que la época de la Inquisición no pasó.


lunes, 19 de julio de 2021

Servicio a domicilio

 

“La seguridad no es cara, es inestimable” (Jerry Smith).

 

Una de las maravillas en el comercio y los servicios es cuando funcionan mediante una llamada telefónica, chat, correo o vía solicitud en la página empresarial indicada por la necesidad a satisfacer.

Usted selecciona un producto o servicio, señala el medio de pago correspondiente y en el período fijado ve cumplida su solicitud, sin siquiera salir de casa y arriesgarse al contagio de temporada.

La pandemia ha despertado la creatividad y subrayado el sentido de oportunidad de algunas empresas al adaptarse a las nuevas condiciones sanitarias y seguir operando con éxito, de suerte que la idea de ir de compras ahora se matiza y amplía gracias al servicio a domicilio.

El problema surge cuando el repartidor es negligente, flojo y atenido a la dificultad de formular una queja rápida y oportuna. Pongo por caso cuando usted selecciona y paga un servicio a domicilio, espera la llegada y recibe una llamada del repartidor que no encuentra el domicilio o está en otro lugar.

Usted da detalles de la ubicación y aparentemente todo quedó claro, pero el repartidor lo vuelve a llamar diciendo que ya está ahí, siendo que no. Tras nuevas aclaraciones resulta que el enviado no está dispuesto a bajarse del carro, caminar unos pocos pasos y hacer la entrega porque espera que usted lo ubique, vaya a la comodidad de su carro y extienda la mano para recibir lo que debió ser “entregado en el domicilio”.

Muchas empresas (entre las que se encuentra Steren, por ejemplo) acuden a plataformas como Uber para servir a sus clientes que optan por permanecer en casa. La bronca surge cuando el chofer es negligente y manifiesta sus frustraciones o mala digestión con grosería, descuido o simples ganas de joder. Son esos cuantos los que ponen la mala nota, los que arruinan o afectan el servicio que algunos negocios esperan dar.


En otro asunto pero en la línea de los servicios, nuevamente es tema de interés lo que ocurre, o puede ocurrir, en el Isssteson porque estamos en un período de transición en el que se da el intercambio de informes, puestas al día, reuniones, actos de cortesía política y demás.

Es interesante ver cómo resalta la falta de resultados en las acciones legales correspondientes al desfondo del Isssteson, la obesidad en la nómina administrativa, el problema de las subrogaciones y la representación sindical en la junta directiva.

También es notable la opacidad en el manejo financiero y las pensiones más que generosas de la alta burocracia, frente al regateo y mezquindad en las correspondientes a los pensionados de a pie.

Sobresale la idea de "una reforma de gran calado" cuando se tiene una que aún no entra plenamente en vigor, ya que la de 2005 tendrá efectos plenos en 2040. Se olvidan que las normas legales no tienen efectos retroactivos, así que las acciones deben estar centradas en los aspectos operativos, en la estructura de los servicios y en la pulcritud financiera y administrativa; en caso contrario, se estaría "pateando el bote" nuevamente.

Un aspecto chocante es la idea o posibilidad de "una afore” estatal, lo que golpearía el carácter público de la obligación, su sentido solidario y distributivo; en otras palabras, la privatización (total o parcial) de la seguridad social. Los sindicatos deben ponerse las pilas, pronunciarse y actuar en defensa del derecho inalienable a la seguridad social.

Esperemos que el nuevo gobierno estatal no caiga en las soluciones facilonas que da el simple criterio actuarial, y que entienda que se trata de una obligación que debe cumplirse de la mejor manera, con sentido social, con voluntad política alejada de la trivial respuesta neoliberal de privatizar, reducir o desincorporar bienes y servicios.

La seguridad social es un medio para la redistribución del ingreso, por lo que el Isssteson debe mantener y fortalecer su carácter solidario, distributivo e incluyente que proteja a las actuales y nuevas generaciones de trabajadores. Las dilaciones, los pretextos y la opacidad deben quedar en el pasado porque de otra manera la filosofía social de la Cuarta Transformación de AMLO no llegará a Sonora, salvo en el discurso… y de eso nos comemos un taco.


 

sábado, 10 de julio de 2021

Llueve en la ciudad

 

“Cada ciudad recibe la forma del desierto al que se opone” (Italo Calvino).

 

El calor que padecemos por causas naturales, es decir, por estar en una región desértica parte de la gran Aridoamérica, no es poca cosa si leemos las temperaturas que alcanzan ciudades como nuestra capital, desarbolada gracias a los impulsos inmobiliarios y a la visión obtusa de los gobiernos.

Así pues, mientras muchos habitantes de otras regiones del país y el mundo se sienten morir en el infierno cuando el termómetro marca los 35 grados centígrados, los sonorenses de las costas y los valles bien pueden continuar sus vidas con total normalidad con lecturas de 45 grados, aunque lamentando cada vez más la desaparición de tal o cual área verde, la desviación de tal o cual río o arroyo, y la lotificación y desarrollo de proyectos habitacionales donde antes habitaban aves y peces para solaz de los ciudadanos.

Aquí tenemos que la mancha urbana se desparrama por la geografía, causando que la temperatura aumente, las lluvias escaseen y la recarga de los acuíferos baje lo suficiente como para hablar de estrés hídrico, sequía extraordinaria y haya rogativas para que la Virgen de la Cueva haga su milagro, o que haya agua aunque no sea día de San Juan.

La ciudad crece con vigoroso impulso y las invasiones de terrenos han hecho la fama y fortuna de personajes bastante olvidables en el folclore político local, pero que presionan al gobierno municipal para que les resuelva el problema de la vivienda y los servicios a los clientes de su liderazgo.

Tenemos “colonias” que emergen como hongos, sin más impulso que la necesidad y la saliva de los promotores, sin planeación, sin idea de la necesidad de espacios libres y arbolados, sin pizca de conciencia ecológica, sin la menor preocupación por el ambiente, pero que sirven al jugoso negocio del reparto de lotes.

Por otra parte, tenemos una ciudad capital donde es fácil morir electrocutado o ahogado en un paso a desnivel (El Imparcial, 04.07.21), porque tanto los servicios de mantenimiento eléctrico como los de las vialidades está para cuando las cosas ya ocurrieron.

La ciudad se ve adornada con obras escultóricas de plástico, aunque a veces se emprenden labores necesarias visibles para la cámara fotográfica, el selfie o la toma panorámica, no para la verdadera funcionalidad urbana en caso de lluvia. Las tripas de la ciudad están llenas de desechos, por no decir otra cosa.

Pero hay ideas y acciones que en mayor o menor medida han tenido la buena acogida del ciudadano común, en algunos casos como reacción a medidas claramente lesivas al ambiente, como la protesta contra la destrucción del vivero y parque de Villa de Seris, contra la intentona absurda y gandalla de la venta del El Cárcamo de la Sauceda y el abandono de los humedales.

Tenemos acciones positivas como la reforestación y mantenimiento del Parque Madero, de algunos camellones, de algunos parques abandonados y vandalizados, por mencionar algunos.

Asimismo, han surgido ideas como la de diseñar e implementar un sistema de recolección de agua de lluvia, de aprovechamiento del agua, de mantenimiento de humedales, de saneamiento y cuidado de recursos hídricos.

La ciudad capital, entre otras con importante concentración humana, requiere de planeación urbana, que haya un gobierno atento al entorno, a los recursos disponibles, a la prevención de contingencias y con capacidad para resolver y prevenir problemas de infraestructura, de ambiente, de transporte, de salud y seguridad pública.

En los tiempos que corren, la diferencia está en la velocidad y eficacia de la respuesta que den las autoridades a los problemas que, por su propia naturaleza, no puedan ser resueltos por los vecinos.

Así pues, es hasta ridículo ver a los políticos pasar el tiempo firmando pactos, acuerdos y haciendo declaraciones de banqueta en vez de estudiar los problemas que, por su antigüedad, ya deberían forman parte de la agenda pública, y plantear e implementar las soluciones que sea pertinentes y oportunas en cumplimiento de sus obligaciones legales.

La lluvia nos ha enseñado, una vez más, cuán vulnerables somos y qué tan poco entendemos el contexto y los problemas del lugar donde nos tocó vivir.


martes, 6 de julio de 2021

Se nota la creatividad

 

“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran” (Voltaire).

 

La pandemia nos ha echado fuera de la comodidad de las rutinas personales y sociales como si fuera un viento huracanado que hace volar la peluca de la apariencia social, echando por tierra la camisa de fuerza institucional y de catálogo de normas que impone la convivencia, en un contexto de que nos expulsa con una patada de realidad en el tarsero de la normalidad.

Aquí aplica aquello de que “ya no somos los mismos”, porque la realidad ya no es la misma. Cuando se establecieron las medidas que inician con la necesidad del distanciamiento social y la disminución de la movilidad, casi nadie nos dimos cuenta de que la dinámica social iba a tener cambios sustanciales que, en primera instancia, impactaron en la economía y el empleo, no sólo local sino nacional y más allá.

Pero nos quedamos encasillados en los estrechos márgenes de nuestros usos y costumbres, queriendo hacer lo mismo en condiciones que habían cambiado lo bastante como para que la rutina normal quedara reducida a nostalgia, a pérdida frustrante.

La pandemia nos revela, mientras avanza, los renglones torcidos, el escenario de desigualdad insospechado en el que transcurre la vida y la muerte de miles de millones de seres humanos en todo el mundo, y que no notábamos desde lo local.

Ahora sabemos que la salud convertida en negocio obró en perjuicio de la humanidad más desprotegida, que los laboratorios farmacéuticos prefieren no producir medicamentos contra el cáncer por no considerarlo redituable; que hay países, como EEUU,  que optan por acaparar vacunas más allá de sus necesidades, que tenemos “luchadores sociales” que truenan contra el gobierno porque destapa las cadenas de corrupción y complicidades en organismos públicos, laboratorios, empresas distribuidoras, incluso clínicas y hospitales.

Llegamos al colmo de tomar como bandera contra el gobierno el desabasto de medicamentos echando por delante a “los niños con cáncer”, sin señalar el ocultamiento de los fármacos, los intereses monopólicos de las compañías distribuidoras y el ya mencionado interés económico de las empresas productoras.

Coexistimos con personas y grupos cuya visión está centrada en la rentabilidad económica y política, no en el beneficio social.

Tenemos partidos políticos y estructuras fácticas de poder completamente antidemocráticas que, sin embargo, señalan con dedo acusador los intentos de democratización y transparencia del sector público y el privado.

Somos espectadores de luchas en el lodo, de ataques rabiosos a cualquier insinuación de cambio, a cualquier medida que aporte al bien común. Nos negamos como sociedad a revisar críticamente las reformas constitucionales de los últimos sexenios y dejamos pasar las evidencias del engaño colectivo que ha sufrido la sociedad mexicana en el marco del modelo neoliberal: la riqueza en aumento de los más ricos no contribuye para nada con el bienestar de la mayoría que vive de su trabajo precarizado y sin seguridad laboral o social.

Como se sabe, la oposición al gobierno que democráticamente eligió el pueblo hace esfuerzos patológicos por desacreditar cualquier cosa que se haga o diga, y hacen gala de una creatividad morbosa, torcida y absurda.

¿Acusar de genocidio al Dr. Hugo López-Gatell, al Dr. Víctor Alcocer y al propio presidente de la república? ¿Se habrán enterado de que la epidemia de Covid-19 es un problema mundial, una pandemia, y que la carencia de ciertos medicamentos depende de decisiones ligadas al comercio mundial y a las empresas productoras?

Al legislar el gobierno para recuperar el espacio económico perdido en los gobierno anteriores y, en este caso, poder hacer compras directas para favorecer el abasto, no faltan voces que lanzan alaridos de protesta, acusaciones de “dictadura”, de favorecer el “monopolio estatal”, coartar la “libertad de comercio”, entre otros ejemplos de “creatividad” mediática tan torcida como grande la inmoralidad de quienes las postulan.

No hay duda de que el país requiere una ciudadanía activa, crítica y propositiva, pero ¿realmente hace falta una prensa mercenaria, un frente de organizaciones favorecidas por la corrupción, un empresariado apátrida y gandalla? Creo que no.