Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

martes, 31 de diciembre de 2013

Sin arreglo aparente

Todo parece indicar que la izquierda oficial ha sufrido un percance mayor. No se sabe si el producto era de mala calidad o si se trata de una descompostura por problemas de manejo, lo cierto es que el cachivache político y franquicia electoral un día se atora y el otro no avanza. Para muestra está la adhesión al mamotreto neoliberal llamado Pacto por México, inexplicable chapuza que cancela en los hechos la división y soberanía de los poderes de la república, el supuesto de la representatividad legislativa y la búsqueda del bien común. ¡Cuál lejos están los días en que los partidos tenían y sustentaban una ideología propia y distintiva que les daba teoría y práctica diferenciada y que lograba materializarse en un programa coherente, de cara al pueblo! ¿Acaso, se cambiaron principios por intereses clientelares y prebendas político-electorales? Parece que sí.

La triste y ridícula realidad es que los partidos políticos que integran nuestro sistema están viciados, si no de origen, si durante el trayecto histórico que crea y transforma las estructuras que representan nuestra actualidad. La parafernalia político-electoral es una muestra más que evidente de la inutilidad de la voluntad popular frente a los intereses de los grandes medios de comunicación.

En este contexto, la izquierda electoral navega con ambigüedad ejemplar y sus acciones son más bien reacciones debidamente retrasadas de las medidas que toma la derecha en el control del escenario económico y político nacional para bien de los saqueadores extranjeros para los que trabaja. Hace mucho que no se sabe de una respuesta inmediata, fuerte y oportuna de la izquierda en su conjunto, aunque haya manifestaciones de entereza y dignidad política, donde destaca por su posición coherente el PT y el MC, en defensa del interés general en las materias objeto de las últimas reformas constitucionales.

El fin del año 2013 sugiere recuento puntual, análisis y síntesis de lo ocurrido y de las causas y razones que impulsaron las decisiones tomadas. Mientras esto ocurre, se puede adelantar que el país perdió frente a las grandes corporaciones internacionales de la energía, minería, comunicaciones, alimentación, finanzas y educación, entre otras. Lo anterior es evidente si se analiza e contenido de las “reformas estructurales” que celebra el gobierno de Peña. Cada cesión de derechos implica una cesión de soberanía frente a corporaciones que buscan beneficios con un mínimo de costos. En particular, desde los años 90, el gobierno ha empleado casi el mismo argumento para disminuir el dominio de la nación sobre sus recursos, y la soberanía ha corrido la misma suerte al abrir espacios de intervención extranjera en los otrora asuntos reservados de manera exclusiva a la nación. Tenemos un gobierno que reduce su ámbito de competencia y trabaja para aumentar el del extranjero, lo que en tiempos de cordura y dignidad nacional hubiera supuesto traición a la patria.

Mientras que el cinismo adorna el discursos de los gobernantes, la hipocresía condimenta sus juicios sobre los males nacionales, lo que se traduce en una nación que ha desarrollado una enfermedad autoinmune que afecta la memoria histórica, la coherencia del marco normativo y la visión de futuro, porque no es lo mismo ser un país independiente y soberano que una colonia de explotación de recursos. La idea de modernidad atada al impulso extranjero parece sacada del anecdotario porfiriano, donde el gobernante despreciaba el color de su piel y menospreciaba la capacidad propia frente a la extranjera. La inferioridad corresponde a la mexicanidad siempre anhelante de ejemplos que imitar, de tonos de piel más claros, de costumbres más modernas, de referentes más deseables. Somos un pueblo sujeto al arbitrio del poder extranjero por nuestra propia incapacidad de sentir orgullo nacional. La ignorancia es culpable y nos lleva a buscar la aprobación externa antes que la construcción de referentes propios.

Pongo por caso a Sonora, que ante la ofensiva ley migratoria en Arizona los connacionales no dejaron de ir de compras a Tucson, por lo que el boicot no llegó a ser una verdadera amenaza para el comercio de aquella entidad. La idea de solidaridad y compromiso con los migrantes fue menos fuerte que la del cortoplacismo mercantil, la moda o los supuestos ahorros personales que en los hechos contribuyen a la bonanza de una economía que no es la nuestra.

Pero, volviendo a la izquierda, parece necesario que los ciudadanos rescaten la bandera de la defensa de las mayorías nacionales de cara al capital local o foráneo, y que analicen las propuestas y las acciones de los partidos políticos y, en todo caso, apoyen con su voto al que mejor interprete las necesidades locales y nacionales. Aquí queda claro que las fórmulas tradicionales y actualmente mayoritarias no califican en la confianza de los ciudadanos.  En este contexto, Morena parece ofrecer una esperanza de cambio con sentido nacionalista. Se vale probar.

También se vale hacer un ejercicio de optimismo y desear a usted y a su familia un feliz año nuevo.


lunes, 23 de diciembre de 2013

¿Feliz Navidad?

Después del “guadalupanazo” en forma de “reforma energética” propinado a los mexicanos por el gobierno a nombre de las trasnacionales, difícilmente la idea de una Navidad feliz puede pasar por la mente de las mayorías nacionales. Quizá el pequeño sector extranjerizante con anclaje en la política oficial pueda sentir algo así como un logro, una cierta satisfacción por lo realizado y tener la expectativa de progreso que, bien visto, quedaría reducido al ámbito personal y familiar. Los aires decembrinos no son menos fríos que en años anteriores, pero ahora el olor que los distingue es un feo toque de chamusquina que invade el ambiente, y las temibles emanaciones del azufre neoliberal barren con el aroma del pino, los empaques de regalo y los dulces  a granel.

Los villancicos que templan el entorno citadino y le añaden toques de nostalgia internacional suenan como a broma pesada, como a farsa piadosa y pitorreo en los oídos del ciudadano de a pie. La sensación de invalidez política de una mayoría de votantes cruza por los vericuetos del lema “sufragio efectivo, no reelección”, para llegar casi de narices a la convicción de que ni la democracia ni el patriotismo son como antes. Como se sabe, los señores legisladores ven con buenos ojos eliminar el principio electoral anti-reeleccionista consagrado por la experiencia histórica nacional para saltar a la piscina de la modernidad mediante el expediente de la reelección.

Al mismo tiempo que se derriban los fundamentos de la transición electoral, lo hacen con los antes sólidos e impenetrables cimientos del dominio de la nación sobre sus recursos: el petróleo y las variadas formas de energía que se asocian a él quedan sujetas a las leyes del mercado, donde el drama de los tiburones y las sardinas se podrá ver con los colores nacionales diluyéndose en proporciones homeopáticas bajo el lente de los organismos financieros internacionales.

La risa del presidente y el jolgorio de sus correligionarios nos transmiten la ufanía del estudiante recién graduado, oloroso a diploma que, aunque enfundado en el traje ceremonial del cargo supremo de la administración pública federal, mantiene en alto la ignorancia supina del primerizo en materia de cesión de soberanía al extranjero. ¿Qué horrores nos deparará el destino? ¿Qué nuevas sonrisas veremos en los maquillados rostros de nuestros próceres cuasi-holográficos?  ¿Qué nuevas concesiones recibirán los gringos y cuáles serán las condiciones que deberán acatarse?

Como se ve, la vida cotidiana del mexicano medio no puede ser rutinaria ni exenta de la emoción del descubrimiento. Cada tanto el gobierno nos proporciona temas de conversación que de lo extraordinario e inédito pasan a ser piezas que se acomodan sin entusiasmo en el tablero de la rutina y la costumbre; las coordenadas de la vida cotidiana en un país con tendencia a ser recolonizado pueden ser la apatía y el conformismo, cuando no la cínica complicidad y el menosprecio a la identidad nacional. ¿Sería comparable la emoción sacralizante del fútbol con la prosaica defensa de la memoria histórica del país ante la desnacionlización pactada con el extranjero? ¿La idea de traición a la patria es una figura únicamente válida en la literatura decimonónica? ¿Qué tanta vigencia tiene el sentimiento patrio frente a las bondades de la comida rápida y las ideas cortas; el lenguaje abreviado y la vulgarización de lo políticamente correcto en una sociedad cada vez menos informada, culta y politizada? Como se ve, los cambios que mueven a México oscilan y trepidan con fuerza similar a la del terremoto del 85, pero sin brigadas y perros de rescate que palien y reparen lo inevitable en un país petrolero sin proyecto nacionalista que evite o aminore las ambiciones  extranjeras.

La navidad de 2013, promete ser una fecha simbólica esencial transformada por el consumismo en argumento de venta; tanto como lo es el dominio y la soberanía nacional frente a la obsolescencia programada del sector energético que dudosamente justifica la apertura al capital privado extranjero, ahora sin candados que aminoren sus impulsos depredadores.


A pesar de lo que se ha perdido, vale celebrar el rescate de la memoria, del significado de la expropiación petrolera, de la nacionalización eléctrica, de los esfuerzos por industrializar al país, de los programas para garantizar la soberanía alimentaria, de la educación pública gratuita, de la salud, de la defensa de los derechos laborales, de la lucha campesina por la tierra, de los derechos de los pueblos indígenas, de la patria que nos une e inspira para seguir luchando, ahora a contracorriente de las fuerzas dominantes del mercado, pero en el sentido en que lo han hecho los pueblos desde el principio de los tiempos históricos. Hoy pensar en una revolución pacífica, en una democracia revolucionaria, es un asidero a la razón y a la esencia nacional. Celebremos la posibilidad, la utopía transformadora que nos hará libres y dueños de un país soberano, frente a los apátridas trasnochados que trabajan por el neoliberalismo en México. Con esas ideas en mente, ¡feliz Navidad! ¡El petróleo, el gas y la electricidad son y deben ser nuestros! ¡Venceremos!

sábado, 14 de diciembre de 2013

México neocolonial

A las alturas del sábado 14, van 11 congresos estatales que han aprobado la reforma propuesta por el copete nacional.  Sonora es una de las primeras entidades y no podía ser de otra manera. El gobierno panista local ha sido fiel a su vocación conservadora y entreguista, en estricto apego al motor fundacional de ese partido: la oposición a la expropiación petrolera cardenista y la defensa de los intereses empresariales.

La curiosa paradoja histórica que se presenta es la que resulta de considerar que el padre del PRI, el PRM, apoyó dicha expropiación con el entusiasmo con que ahora sus desclasados hijos celebran la cancelación del dominio nacional sobre los bienes del subsuelo, mar patrimonial, espacio aéreo, y futuro independiente. Ciertamente no es la misma cosa el PRI de los años 40 al 70, aunque se redefine en los años 80 para profundizar su degradación neoliberal en los 90. Ahora los viejos adversarios, uno liberal y otro conservador (para simplificar las tendencias generales) se unen en la lucha por desnacionalizar el patrimonio energético. La parte oficial y oficiosa la llama modernización. Para muchos ciudadanos traición y entreguismo prostibulario.

 Las notas periodísticas de este día mencionan, cuando lo llegan a hacer, solamente de pasadita la nota de la aprobación, perdida entre los asuntos del presupuesto, el cambio de placas automovilísticas, y detalles de la distribución del dinero. En un periódico local solamente se alude el tema en una escuetísima línea, sin más detalle.  

Quizá para muchos el asunto petrolero no tenga el interés que puede tener el costo de las placas, licencias o acta de nacimiento, y que resulte demasiado abstracto, complejo y enfadoso preocuparse porque los gringos logren apoderarse del petróleo mexicano, tal como lo hacían durante el porfiriato, y que ese frenesí consumista de lo ajeno haya sido frustrado por el Constituyente de Querétaro en 1917, porque quedaba claro en el artículo 27 lo que correspondía al dominio de la nación. Pusieron el grito en el cielo y clamaron por el respeto al sacrosanto derecho a la propiedad privada, en este caso sobre los bienes del subsuelo mexicano que la nueva constitución les prohibía. Las presiones al gobierno de Carranza y hasta el de Obregón, lograron los nefastos acuerdos de Bucareli, en los que México se iba a hacer el tontito en cuanto a la aplicación del artículo de marras. La ley es muy buena siempre y cuando no se cumpla.

Durante el porfiriato el jolgorio extranjero fue grande, la felicidad de contar con tierras regaladas, o casi, en México atrajo a los inversionistas, quienes le dieron vuelo a la hilacha de la explotación inmisericorde de los trabajadores y los recursos nacionales: así, ferrocarriles, minas y pozos petroleros, tierras agrícolas y negocios urbanos se vieron colmados de gringos y similares. Don Porfirio vio con temor el crecimiento desproporcionado de la influencia yanqui y decidió favorecer a las empresas petroleras inglesas, cayendo de la gracia de Washington. Luego vino la revolución por impulsos internos tanto como externos. Díaz cayó. Madero fue asesinado tras un complot celebrado en la embajada de Estados Unidos.

La lucha por la legalidad y plena vigencia de la constitución de 1857 elevó al “salón de la fama” a Venustiano Carranza. Los jaloneos entre fracciones  revolucionarias cesaron al pergeñar los diputados el proyecto de país que todos querían: la Carta Magna, que concreta las demandas de los grupos en pugna, eleva a rango constitucional los derechos sociales y las plasma en el capítulo de las garantías individuales, constituyendo en su momento  un documento político y jurídico ejemplar para muchas naciones, por su alto contenido social.

Desde esa época, se han sucedido múltiples cambios en el texto constitucional, adecuaciones necesarias a los tiempos y las necesidades producto de la evolución política, económica y social del país. Pero es a partir de los años 80, y sobre todo los 90, cuando se han dado reformas que parecen tener el empeño de quitar la protección de la Ley Suprema al patrimonio nacional. Entramos en un terreno legislativo donde parece predominar una especie de furor desnacionalizante, de amargo sabor apátrida, entregado a facilitar la apropiación extranjera de nuestros recursos estratégicos. Los legisladores integrantes de las dos cámaras actúan en obsequio a los intereses extranjeros, con lo que se vuelve realidad el viejo sueño gringo de nulificar lo dispuesto en el artículo 27 constitucional y seguir gozando de lo ajeno, como ocurría en tiempos de don Porfirio y de ahí hasta la expropiación petrolera de Cárdenas en 1938.

El delirio conservador y extranjerizante parece tener, ahora, asidero legal, gracias al PAN, que logra su sueño anti-expropiatorio y al PRI salinista, que niega y borra todo recuerdo de cuando era un partido revolucionario. Ahora, toda alusión a la revolución de 1910-17 es políticamente incorrecta. La “modernidad” se abre paso hablando y pensando en inglés.


El golpe legislativo que se dio en el DF se replica en los estados gobernados por la dupla neo-conservadora PRI-PAN, unidos por la ideología neoliberal, la del mercado que chatarriza hasta la dignidad y el decoro legislativo, convirtiendo a los diputados y senadores en viles agentes del imperialismo anglosajón. Los nuevos Miramón y los Mejía, junto con los clones esmirriados de López de Santa Ana, cabalgan por la nueva derrota nacional, por los terrenos de la ignominia, del oprobio prostibulario, de la política de cabaret, table-dance, tugurio semi-clandestino, que ahora llamamos Congreso de la Unión, o, en su defecto, Congreso del Estado. Pomposo nombre que engaña y confunde, como la prostituta que habla de virginidad. Pero en manos del pueblo consciente y nacionalista está el remedio. ¿Hay alguien ahí?

lunes, 9 de diciembre de 2013

En garras de lo posible

El debate sobre la reforma energética nos remonta por asociación de ideas a las tormentosas jornadas cívicas del México de fines de los años 30, sólo que ahora son los extranjeros los que marcan la línea que, al parecer, siguen puntualmente los integrantes  de la dupla PRI-PAN en el poder legislativo, mientras que el pueblo, detrás de la barrera, acampa y se manifiesta por la defensa de la patria, representada por muy pocos en el seno del congreso. Las reformas peñistas  a los artículos 25, 27 y 28 son, simple y llanamente, el restablecimiento de las condiciones que había antes de la expropiación petrolera y, para decirlo claro, una reversa al legado del General Lázaro Cárdenas.

Hoy como ayer, el pueblo se pronuncia en favor de la república y los superiores intereses de la patria, desde fuera del recinto oficial donde se debate y al margen de la voluntad de la mayoría legislativa que forma en las filas del neoliberalismo de guarache. “¡No a las reformas!” “¡Pemex no se vende!” son, entre otras, las consignas que lanza el pueblo movido por una legítima preocupación, por un sincero temor de que la historia nacional vaya en reversa y lo que se ganó con sacrificios se pierda por un acto estupidez lacayuna en obediencia a los intereses de las trasnacionales.

Ningún analista serio puede entender el por qué se pretende liquidar el patrimonio nacional y ponerlo en manos de los extranjeros. Nadie puede dar una explicación apegada a la historia y a la norma mexicana, toda vez que la tendencia mundial es la recuperación de la industria petrolera por el estado, debido a que la privatización no fue una solución sino un problema para las economías nacionales. La liquidación de los activos estatales a partir de la segunda mitad de los años 70 y su vertiginoso incremento en los siguientes 30 años, dejó de ser una política razonable a inicios del siglo XXI y el cambio de tendencia marcó el surgimiento de una nueva concepción de lo nacional donde la protección del patrimonio fue la piedra angular de la política económica ante el avance y los excesos de las empresas trasnacionales que emprendieron una recolonización desmesurada.  El nuevo nacionalismo latinoamericano surge como respuesta a los embates de Europa y Estados Unidos y el orgullo y la celebración de la identidad nacional nuevamente ocupan el lugar que les corresponde en el discurso gubernamental, como hoy lo pueden atestiguar países como Venezuela, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Argentina.

Pero en México, a contracorriente, los señores diputados y senadores se empeñan en “hacer patria” entregando sus riquezas, convirtiéndose en agentes del imperialismo, en simples lacayos de las potencias que han hecho su fortuna a través del saqueo, el chantaje y la manipulación, además del socorrido mecanismo de corrupción público y privado que aprovecha las ambiciones cortoplacistas de personajes y organizaciones venales y de conducta prostibularia, como son en este caso, los organismos empresariales y los funcionarios públicos al servicio del capital extranjero.

La fortaleza de Pemex es incuestionable si se considera su envidiable posición internacional como productora de petróleo y su enorme potencial en el aprovechamiento de sus derivados. Si su costo de producción de un barril es de US 9.00 y se vende a US 100.00, entonces, ¿por qué el gobierno se empeña en decirnos que se requiere de inversión extranjera y que es urgente dar concesiones de explotación de los recursos nacionales?

El impulso privatizador del gobierno neoliberal de México carece de lógica, más allá de los aparentes compromisos de la elite política y empresarial con el capital extranjero al que defienden e impulsan irracionalmente. En esa virtud, el pueblo de México se organiza y sale a las calles, establece un cerco en el poder legislativo, lanza consignas, debate y propone la defensa del patrimonio nacional, el mejor aprovechamiento de los recursos, el alto a la corrupción, la recuperación de la dignidad nacional y el ejercicio responsable y nacionalista del poder y la autoridad.

En este ánimo, comparto con el amable lector un fragmento salido de la pluma de don José Saramago:
   
Privatización, que se privatice todo
Fragmento de Cuadernos de Lanzarote (1993-1995)

Que se privatice Machu Picchu, que se privatice Chan Chan, que se privatice la Capilla Sixtina, que se privatice el Partenón, que se privatice Nuno Gonçalves, que se privatice la catedral de Chartres, que se privatice el Descendimiento de la cruz de Antonio da Crestalcore, que se privatice el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño, sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo... Y, metidos en esto, que se privatice también a la puta que los parió a todos. 



 Esperemos que la cordura y el amor a la Patria logren vencer a nuestros enemigos encaramados en el poder público.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Reforma política, ¿qué cosa es eso?

El gobierno de Copetitlán cuenta en su haber un año de reformas que, con pompa y circunstancia, ha anunciado, impuesto y presumido ante propios y extraños.  En una curiosa versión del parto de los montes, las tierras copetitlanas se viste de gala para dar la bienvenida a la modernidad, a la puesta al día y a la vanguardia que tuvo que esperar 12 años para llegar al puerto de ilusión que es el senado y la cámara de diputados, logrando salir con oreja y rabo de la faena estelar que hace rugir de emoción y ovacionar desde las graderías a los observadores internacionales que comen y beben a la salud de las trasnacionales de la alimentación, el petróleo y las finanzas. El viejo aserto de que México era un país muy fácil de conquistar porque bastaba controlar a un solo hombre tiene plena vigencia.

Mientras que la mayoría de los copetitlanos buscan en el arsenal de pretextos y justificaciones oficiales las razones de peso capaces de explicar por qué se renuncia a la soberanía nacional, otros más avezados en analizar eso que aún se llama realidad simplemente declaran “es que las dieron a la primera oportunidad”, refiriéndose a las facilidades con que se han cumplimentado los apetitos y la voracidad de las trasnacionales gringas y similares. La serie de reformas aprobadas con una oposición minoritaria tienen  dos lecturas: la primera revela que los partidos mayoritarios y su fauna de acompañamiento son las dos caras de la misma moneda ideológica neoliberal, esencialmente extranjerizante por excluir de sus consideraciones  los frutos de la inteligencia nacional, es decir, suponen que nada de lo nuestro puede ser útil, salvo que sean materias primas y recursos naturales diversos. La formación científica y tecnológica nacional no cubre las cuotas mínimas que requiere el avance de la economía mundial, por lo que se debe servir y supeditar todo al extranjero, porque “ellos sí saben cómo hacerlo”. La anterior percepción recuerda la que tenía Porfirio Díaz víctima de sus complejos por ser de origen indígena frente a los extranjeros blancos.

La segunda declara, simple y llanamente, que los actuales diputados y senadores de los partidos mayoritarios son una bola de desclasados, apátridas y prostitutos legislativos, que aprueban reformas a modo con los intereses de los corporativos nacionales y extranjeros. Como está visto, las mayorías no necesariamente cuentan con la razón histórica cuando hay un gobierno mediático y una población apática y conformista.

Al parecer, la nación se encuentra en trabajos intensivos de bacheo para dar paso a una nueva realidad donde los colores del centralismo brillen con el esplendor del siglo XIX. ¿Para qué molestarse en que cada entidad federativa tenga y decida su forma de elección a los cargos del gobierno? ¿Por qué gastar en órganos electorales locales si alguien desde una oficina a 2 mil kilómetros lo puede hacer bien? ¿Qué caso tiene sostener el viejo lema de “sufragio efectivo, no reelección”, cuando la democracia es administrada desde oficinas centrales al gusto de la clientela extranjera?

La reelección hasta cuatro veces de los diputados, una de los senadores y presidentes municipales, síndicos y regidores, permite que las camarillas puedan marcar su territorio legislativo y aprovechar el poder y la autoridad para hacer negocios. Es indudable que quien busca la permanencia deja de tener compromisos con sus electores populares y, en cambio, fortalece sus vínculos e intereses con los patrocinadores que esperan obtener algo de esa “inversión” política que se traduce en prerrogativas mercantiles. En este contexto, acude al auxilio del reeleccionismo  el aparato mediático integrado por la televisión, la prensa tradicional y electrónica, las agencias de publicidad, diseño de imagen, encuestas y las productoras de objetos como tazas, vasos, gorras, distintivos, banderolas, mantas y demás productos promocionales. Como se puede ver, la parafernalia electoral es un  gran negocio y una ventana de oportunidades para el lucro, la corrupción y los acuerdos corporativos. Basta con ver lo que ocurre en el patio de nuestros vecinos los gringos. Nuestros complejos se revelan en los cambios a la legislación para parecernos lo más posible a ellos: “los extranjeros saben cómo hacerlo”.

Así, mientras el gobierno celebra sus capacidades imitativas, la realidad copetitlana transcurre con una originalidad sospechosa por ser propia: las variadas dimensiones de lo nacional parecen fundirse en una sola voz, en un reclamo que surge de las entrañas mismas de la patria: ¡Basta ya de farsas neoliberales! ¡No a la entrega de los recursos nacionales al extranjero! ¡Por una educación pública nacionalista, gratuita y de calidad! ¡Por una democracia real y sin exclusiones! Los discursos de corte triunfalista que asocian nuestro progreso a un conjunto de reformas que fueron diseñadas por el enemigo no convencen a la mayoría de los ciudadanos. Por eso la protesta popular está a la orden del día, y así seguirá.