Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

domingo, 30 de julio de 2017

La comisión somos todos

                                                   “Donde hay sociedad hay derecho” (principio de derecho).

Se calienta el horno de la anticorrupción “ciudadana” por la fácil vía de los dimes y diretes de los directamente involucrados en el asunto de la selección y eventual operación del comité de participación ciudadana que se adherirá al aparato de vigilancia de la legalidad y, sobre todo, de la salud de los órganos formalmente llamados a cuidar el orden y la pulcritud en los procedimientos públicos.

Según se ve, muchos fueron los llamados, pero pocos los elegidos, y aún ellos pasan por un proceso de depuración y de fiscalización que si no fuera normal se podría pensar en canibalismo ciudadano. El pesado baldón de un priismo situado en el pasado reciente de una de las elegidas despertó la suspicacia, el purismo y la sospecha de males futuros para el recién parido cachivache aledaño a la administración pública. Como es del conocimiento de todos, la aparente tersura del proceso ya evidencia arrugas y rasgones que, siendo el órgano nuevo, parece que empieza viejo y desacreditado.

El representante de los intereses mineros dio muestra su celo inquisitorial desde la presidencia de la comisión de selección y arremetió con todo, al señalar que pediría la renuncia de la ex-priista contaminadora del ambiente virginal del novísimo escenario de participación ciudadana. En reacción directa, la dama cuestionada presenta su renuncia y una connotada integrante seleccionadora también pinta su raya por considerar que “los espacios de aportación se cierran”.

Existen señalamientos de que, entre los seleccionados, hay personas que no deberían estar por la posibilidad de generar un conflicto de intereses, pero, como alguno dijo, la cosa se puede resolver acatando la solicitud expresa a ahuecar el ala por parte del citado comité. De no ocurrir, pues ya se “resolvió” el conflicto.  

Más allá de los detalles que usted puede leer cómodamente en las notas periodística de estos días, llama la atención que los problemas de la corrupción se pretendan atacar con el nombramiento de comisiones, comités o consejos integrados por personas que, impolutas, no tengan ligas con algún partido político, seleccionadas por un grupo de ciudadanos que fue nombrado por el Congreso del Estado, que, como se sabe, está formado por los representantes populares que emanan y se agrupan en fracciones de tal o cual partido político. El argumento de la pureza basado en la no militancia partidista suena bien si no fuera que quien promueve, implementa y sanciona el asunto es, en todo caso, una representación política. En este contexto de corrupción “administrable”, la pureza resulta ser tan incierta como lo es la “representación ciudadana” de los propios diputados.

La idea de crear comités de participación ciudadana funciona porque casi nadie se resiste a formar parte de algo con una relación directa con las funciones que debe desempeñar el gobierno y que proporciona lucimiento y existencia pública. Resulta ser bastante seductora la expectativa de recibir dinero extra por hacerle el caldo gordo a la administración en turno, y seguir gozando del sueldo mensual que el empleo civil actualmente desempeñado proporciona con las ventajas de ley. Así pues, se crea un sistema de becarios que orbitará el sector público y dará lustre a la carcomida superficie del gobierno. La “ciudadanización” de los entes públicos es un maquillaje apropiado para una administración signada por el agandalle y la corrupción como forma natural del sistema al que sirve.

En este furor de ciudadanización a modo surgen, desde luego, “especialistas” en pos de emitir recomendaciones y plantear formas de organización de la cosa pública sin haber tenido la buena o mala fortuna de haber desempeñado función alguna en el área que ahora dicen conocer y poder criticar y corregir. El deterioro de la imagen del servidor público se acentúa en los años 90, pero su declive se profundiza en los tiempos aciagos del panismo hecho gobierno. Aquí, los profesionales de la administración pública debieron rendir cuentas a los empresarios, a los académicos con ánimo de trepador presupuestario que cobran y pasan por “asesores”, a los parientes, amigos y socios del funcionario en turno, entre otros beneficiarios del descrédito del sector que hace posible el funcionamiento ordenado de la estructura económica y política de la sociedad.

La sublime mentecatez de algunos llega al nivel de creer que el problema de la corrupción es asunto de comisiones y que la seguridad pública se resuelve solamente con mayor equipo y organización de las fuerzas policiales, dejando de lado el elemento desencadenante de la delincuencia, ligado, evidentemente, a la falta de oportunidades de empleo e ingreso y el acceso a los beneficios del progreso social. Una sociedad donde se regatea al pueblo la educación, empleo, ingreso y seguridad social por fuerza se corrompe y atenta contra sus propios miembros.
 
A pesar del discurso contra la corrupción y los esfuerzos por reformar las leyes y la organización de las dependencias de gobierno, queda la sospecha de que estamos siendo víctimas de un juego de apariencias que solamente genera mayores complicidades y menores posibilidades de resolver el problema de fondo. El sistema se defiende mediante la fabricación de pantallas, de disfraces democráticos que no tocan ni cuestionan las condiciones de su existencia, y que incluso las disimulan. Queda claro que quien se sienta parte del sistema lo va a defender, justificar y promover. La corrupción es, en este sentido, un problema ideológico y político e implica una forma específica de acción donde el fin siempre justifica los medios.


El problema, como es ahora común, es que casi nadie se percibe como un colaborador del sistema, aunque tenga la expectativa de recibir sueldo, o una “compensación” o “estímulo” mensual o quincenal a cambio de dar su nombre e imagen a la entidad que, supuestamente, legitima y avala la honestidad pública. Desde luego, queda fuera de toda consideración la existencia de una Contraloría General y la observancia de las leyes y reglamentos que norman las acciones y responsabilidades de los servidores públicos. Parece que la ignorancia intencional del marco legal vigente (o sus omisiones informadas) es una bendición para quienes se sienten dispuestos a hacer negocios con los males públicos.

domingo, 23 de julio de 2017

Por si las moscas

Todas las virtudes se desmoronan cuando impera el placer” (Cicerón).

Días de nublados ligeros a pesados, amenazas de ciclones y humedad a manos llenas que insinúan lluvias en los diversos rumbos de la geografía sonorense. La sensación térmica nos persuade de que estamos en el purgatorio con rumbo a las siniestras y flamígeras oquedades del infierno. Con esta idea, el olor a azufre y pedos de condenados en pleno uso de su derecho a la libre manifestación de las ideas saturan el ambiente, congestionan el buen gusto y despanzurran la decencia y, así, nos preparamos a lo peor…

Pero, si estamos en una zona de castigos propedéuticos y condenados al fuego eterno antes de agotar nuestro muy personal y privado reloj de arena vital, seguramente serán bienvenidas las muestras de que otros y no nosotros ya empezaron a abrirse la panza, en un ejercicio japonés de expiación anticipado, con el cuchillo cebollero de la opinión pública, tan atenta de los fallos y errores del vecino; tan dispuesta a poner en el cadalso a la cabeza mejor peinada; tan proclive a sacar conclusiones anticipadas a cualquier prueba o alegato. En este caso, la contemplación del destripe ajeno obra milagros en eso de la autoestima, porque somos jueces instantáneos de hechos y dichos que podemos (¿por qué no?) juzgar con la severidad y prontitud de un tribunal evidentemente lejano a los usos y costumbres nacionales (que funcione, pues).

Los hervores del infierno particular de cada cual nublan la mente, atosigan el alma, apachurran la autoestima en la misma proporción que alientan el eventual señalamiento mordaz y gratuito al otro. Somos seres sudorosos, apestosos y temporales (hay fecha de caducidad), dedicados a dejar un rastro de ADN tecnológicamente detectable por donde quiera que pasamos; nuestra huella es la prueba tangible de que despedimos algunas substancias pegajosas que embarramos a diestra y siniestra y a cuya acumulación espaciotemporal le llamamos biografía.

Nuestra vida y milagros se documenta en forma verbal, escrita y mímica, pero actúa como un poderoso recurso de registro la opinión de los demás: lo que se imaginan, los supuestos peregrinos basados en elementos conjeturales, cuestiones circunstanciales adobados con el chisme y la maledicencia recreativa. La vida social hecha de interacciones apestosas con diverso grado de pegajosidad determina nuestros afectos y desafectos, la intimidad y el recurso del rompimiento y el olvido sazonado con las anécdotas que corroen la imagen ajena, como volando puentes y enterrando lealtades. Después de todo, ¿qué haríamos sin un resentimiento que comunicar en forma de suculento platillo de café, pasillo o cantina? 

Ciertamente, así somos, en mayor o menor medida. Dependemos más del error que del acierto ajeno, más de la visceralidad hepática que de los jugos del intelecto y la cultura para comparar nuestras trayectorias con las ajenas. Somos una especie de depredadores parasitarios que construimos simbiosis de coyuntura y conveniencia, las cuales desechamos a la primera oportunidad. Pero no todo es joder…
A veces nos topamos con casos y cosas que justifican el comentario mordaz, el dedo acusatorio, la condena pública y a veces, la expresión de una conciencia en carne viva que se revuelca en una cama de sal marina, así de gruesa, escandalizada por un jugoso despropósito, pifia, fallo, error, desorden, aberración, estupidez, cretinismo o simple y llana pendejada ajena.

La muestra de pérdida completa y total de las proporciones, del buen gusto y de la discreción derivada del respeto a sí mismo y autoestima la tuvimos, para solaz y esparcimiento tanto de los sepulcros blanqueados del progresismo como de los de la reacción basada en las tradiciones, usos y costumbres del pueblo sonorense, en forma de una entrevista donde el chachalaqueo de un hombre reducido a la expresión más patética de su ejercicio profesional tuvo su momento estelar en la exhibición de un condón que, amén de sus propiedades y virtudes profilácticas, obra como prueba irrefutable de un propósito lúbrico y libidinoso, ajeno y distante del ejercicio sacerdotal y la disciplina a que aceptó someterse de manera voluntaria el sujeto de marras.

¿Qué un cura en ejercicio declare que lo mismo da hombre, mujer o pirata en eso del intercambio íntimo de fluidos, gemidos y espasmos? ¿Qué es travieso y bien prevenido por aquello de carnes vemos y pasiones y microbios no sabemos? ¡Pero qué manera de anunciar su reincorporación al oficio sacerdotal tras haber gozado de las mieles del panismo hecho gobierno, asesorando al gobierno de Padrés en cuestiones de imagen, así como capacitando a los funcionarios en materia de ética y moral!

Pues, a juzgar por la corrupción generalizada que caracterizó al gobierno panista al que sirvió, las lecciones aprendidas no fueron de mucha utilidad o, de plano, fue otro su contenido. No hay duda de que Mister Condón entró por la puerta grande al infierno sonorense, justo en la temporada en que la sensación de calor magnifica la temperatura y derrite las posibilidades de un juicio ecuánime sobre el registro del termómetro.


Independientemente de las fobias o las filias religiosas de los ciudadanos de a pie, la vaciedad de sus declaraciones, el juicio frívolo y el desparpajo con maquillaje “progresista” desplegado en la entrevista, es claro que las funciones cerebrales del vetusto hedonista ensotanado pueden ponerse en duda y ser el comentario del día, de la semana y del mes, si se quiere. El pez, como los sacerdotes que no entienden la trascendencia social de su ejemplo y asumen actitudes que nadie les pide y mucho menos agradece, por su boca mueren. El infierno no deja de ser un lugar que  nosotros, cada cual, construye con los ladrillos de sus inclinaciones autodestructivas. Pero, qué se le va a hacer, tenemos libre albedrío.

lunes, 17 de julio de 2017

Llueve sobre mojado

Muchos jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia” (Bertold Brecht).

La sensación de humedad transita por la epidermis social y no falta quién se muestre asombrado y agradecido por esta nueva temporada de lluvias y lloviznas que hace posible el cielo nublado y los eventuales retortijones celestiales que iluminan esporádicamente las noches sonorenses.

Sin duda Sonora avanza en eso de calenturas y humedades transfronterizas con la “megarregión” de tibia, pero persistente anexión virtual con el país que no sabe jugar a las tentadas y solamente cae en cachondeos verbales cuando tiene el gane asegurado. Ganó Trump y una visión de la política centrada en el ombligo de los gringos. Política chata pero que respira bien a los ojos de los regionalismos entendidos como la repartición de culpas geopolíticas por los muchos errores de un modelo que se expandió hasta llegar hasta sus propios traspatios, justo donde se acumula la basura de una vida cotidiana anodina y parasitaria. El desempleo a costa de joder al vecino con los costos ambientales del logro económico de corto y mediano plazo estalla en la jeta de los más optimistas y, desde luego, la culpa debe ser de los propios pueblos receptores de los desechos industriales y los traumas comerciales que orgullosamente llevan el sello de Made in USA

 Pero, la gringofilia tiene sus costos y la idea de uncir con mayor fuerza el destino nacional a los pujos y agruras gringas pronto muestra los hilos corridos de los planes y propósitos de integración asimétrica que se inoculan en las cabecitas locas de nuestros genios de la economía y las finanzas nacionales. Nos desayunamos con la noticia de que carros ensamblados en Hermosillo, orgullosamente Ford, han servido como sistema de paquetería para el pujante negocio de la droga en USA. Las autoridades, eventualmente competentes, señalan que ingresaron por Arizona y de ahí a las rutas de distribución de la empresa trasnacional automotriz.

Desde luego que es absurdo rechazar el intercambio comercial con nuestros vecinos, pero también lo es extender cheques en blanco por el solo hecho de que aquéllos son una superpotencia, a la par que un enfermo lejos de la rehabilitación por adicciones y prácticas mafiosas que han contaminado al mundo entero. Lo que se impone es el replanteo de nuestra política exterior y el restablecimiento de los deberes y obligaciones constitucionales que nos habían dado reputación y significado como país independiente   y soberano. 

Hacer depender el futuro de un estado o región en el apoyo de su contraparte comercial extranjera es, en sí, un acto de claudicación de deberes y responsabilidades constitucionales o, dicho coloquialmente, de querer darlas porque sí.

Mientras las reglas de la relación transfronteriza se vuelan la barda de los preceptos constitucionales, en Sonora llueve sobre mojado. Según observadores nacionales y extranjeros, somos zona de trasiego de drogas, de comercio y de pugnas territoriales entre grupos de la delincuencia organizada, de suerte que muchos se preguntan qué pasa con las autoridades que posan ante las cámaras, hacen declaraciones, anuncian movilizaciones y pactos de seguridad pública, campañas y actos de coordinación entre autoridades de los tres órdenes de gobierno, desplazamientos de uniformados de varias dependencias y la parafernalia propia del caso. El colmo del asunto es incluir dentro del paquete de medidas contra la inseguridad y la criminalidad los protocolos que exporta (y supervisa) la nación que regentea el terrorismo y promueve la inestabilidad internacional.

Cada vez más ciudadanos se alarman y comentan sobre los extraños movimientos que se observan en sus barrios y colonias, y la frecuencia con que se ven personas armadas con una naturalidad y desparpajo espeluznantes, aunque también lo hacen acerca del desempleo, de la precariedad de los sueldos, de las alzas de las subsistencias populares y del deterioro de la seguridad social.  

Mientras las armas y las drogas circulan por las calles como si fuera constancia de territorialidad, el agua de las lluvias destapa las fallas en otros menesteres: Hermosillo, por ejemplo, se inunda con una facilidad asombrosa. El sistema de drenaje no resiste ni los impactos de una llovizna sin evidenciar que la infraestructura es pirata. Las fallas y hundimientos, los colapsos y socavones en vías públicas documentan la venalidad de las autoridades, la mala calidad de los servicios y el despiporre de contratistas y contratantes. La corrupción es una de las primeras aguas negras que saltan a borbotones de las alcantarillas del sector público y, siendo claros, de los entes público-privados creados por el neoliberalismo de guarache hecho gobierno.


Para colmo, ahora muchos se empeñan en salir en la foto de la anticorrupción institucional y mueven el trasero para demostrar, urbi et orbi, su idoneidad para un cargo que no debería ser de conciencia sino de responsabilidad oficial, de deber público, sujeto a la legislación relativa a los servidores de cualquier orden de gobierno. Se tiene el triste caso de que las responsabilidades y su repartición actúan como un   placebo que, merced a la inclusión “ciudadana” amplía el radio de la simulación y la impunidad. Aquí llueve sobre mojado.

lunes, 10 de julio de 2017

Personas respetables

                “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos” (N. Maquiavelo).

Como usted sabe, el PRI celebró una asamblea estatal donde se quemó incienso a los prohombres del mismo y se ofrendaron propuestas a la gloria del mismo. Suena a redundancia, pleonasmo o tautología la línea discursiva y la parafernalia autoencomiástica que se recetaron los que posan frente al espejo público sin lograr encubrir del todo el desgaste del discurso, la vaciedad de los conceptos y la teatralidad desangelada de las arengas y fanfarrias de fuerte tufo ritual, aunque, ciertamente, una asamblea puede ser el mejor pretexto para hacer gala del discurso beligerante, la visión futurista de los próceres, la mullida certidumbre de que el poder es como un condominio gratuito en la Florida, o en Long Beach, o en la Riviera francesa, o un orgasmo en despoblado bajo el anonimato de un revolcón profiláctico vacacional.

En el evento (porque resulta ser bastante eventual inyectar adrenalina a los solemnes cadáveres políticos que ahí fueron exhibidos) se mencionó a Plutarco Elías Calles, fundador del Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del PRI, que abrió la vía del salivazo como complemento del tradicional balazo que resolvía problemas en la década turbulenta de los años 20, sin duda un avance en las artes de encantamiento colectivo mediante la organización de un partido político que garantizara y administrara la sucesión presidencial y las correspondientes en los estados y municipios, cuestión que permitió al país crecer en obras de infraestructura y crear las instituciones de dimensión social que aún subsisten, aunque también permitió y afianzó el poder de grupos y personajes anclados en los intereses tanto de los caudillos revolucionarios vencedores como de los ricos de ayer y de hoy, pringado de impulsos nacionalistas que lograron avances, en contraste con retrocesos prohijados por el poder que hoy nos pasan las facturas.

El esfuerzo de abrir tumbas llegó hasta el acto recurrente de exhumar a Luis Donaldo Colosio, santón del salinismo deslactosado y tema principal de discursos, alabanzas y ofrendas en los rituales de renovación del partido que pasó de revolucionario y nacionalista a liberal-social en la época de Carlos Salinas, y que disimuló al máximo su origen revolucionario hasta eliminar toda mención de la gesta de 1910-17 de sus discursos y compromisos. Las acciones de maquillaje discursivo crearon la imagen de un PRI que se actualizaba dentro de los parámetros políticamente correctos del modelo depredador impulsado por Reagan y Thatcher, que desnacionaliza los recursos estratégicos de la nación, vende, abandona o liquida a como dé lugar los activos nacionales y abre las puertas a la inversión extranjera sin cortapisas o escrúpulos de ninguna clase.

Pero el auge de las trasnacionales y de la inversión extranjera directa privada genera mecanismos de corrupción antes no alcanzados, ahora con negocios asociados al narco y los intereses de las agencias de espionaje o control político de la información de Washington. La llaga supurante en que se convirtió la política mexicana, debidamente trasnacionalizada y recubierta de los “avances” del TLC en perjuicio de las actividades económicas de importancia nacional, dio por resultado un tipo de política venal, acomodaticia y pragmática, embarrada en el lodo de los intereses del norte y el cochambre seboso de los negocios ilícitos. Así, como era de esperarse, en la asamblea también se mencionó a Beltrones, con el acento puesto en el engendro político que propone: los gobiernos de coalición.  


El discurso político libre de compromisos reales con su base social puede instalarse en la tarea de fabricar licuados electorales y hacer nadar tiburones con sardinas, pirañas y bañistas, pueblo y explotadores, empresarios mineros y ciudadanos ribereños clínica, social y políticamente desahuciados. En medio de tanto ruido y tan pocas nueces, y de personas respetables y otras no tanto, en un arrebato surrealista y de autocomplacencia política se escuchó una frase del pasado: “luchar por las causas de la gente”. El chiste se cuenta solo…

lunes, 3 de julio de 2017

Del gasolinazo al camionazo

“Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres” (José Luis Sampedro, 1917-2013).

En Hermosillo, como en el resto de las ciudades grandes de Sonora, se habrá de resentir el aumento al transporte colectivo establecido por el consejo ciudadano del transporte, en el bolsillo de las sufridas familias que dependen de este medio para llegar al trabajo o la escuela. La moneda de la publicación en el boletín oficial del gobierno está en el aire y todo mundo está con el Jesús en la boca.

Escribimos a muchas manos la historia reciente del saqueo al erario y el desfondo de las pensiones, el aumento de los combustibles y la inflación y los pinchurrientos aumentos del microsalario de los trabajadores, con el apuro de quien desea registrar los atropellos que sufre un proletariado sin cabeza, un cuerpo sin esa bola o protuberancia que los seres humanos llevan arriba de los hombros y apoyada en el cuello, quizá para dejar constancia de lo que significa ser ciudadano en un país donde la conciencia muere aletargada por la ludopatía y el relajamiento de las costumbres y del sentido común.

La miseria no está completa sin la inmovilidad de quienes ya no cuentan con el tiempo y la distancia correcta para hacer valer sus derechos. El espacio se amplía cuando hay que caminar bajo el peso de un clima que calcina los más sentidos reclamos, las más justas objeciones y los más elementales derechos humanos. El aumento a las tarifas es un gancho al hígado a la democracia y un desmentido monumental al discurso de los derechos humanos. Un “consejo ciudadano” da razones técnicas para acabar de joder a los demás ciudadanos en un ejercicio donde una minoría aparentemente calificada descalifica la realidad que viven miles y miles de trabajadores en Hermosillo y el resto de Sonora, metiendo su trasero en los costos de los insumos y la expectativa de un subsidio, pero olvidando la cruda realidad y el peso de las decisiones que nunca deben ser simplemente “técnicas” sino políticas y amparadas por el objetivo del bien común.

El transporte (cualquier suato cachababas lo sabe) permite el encuentro entre la oferta y demanda, de suerte que en su ausencia los supuestos básicos del mercado no se realizan cabalmente. Un incremento desproporcionado en las tarifas genera más problemas que soluciones, si tomamos en cuenta el encarecimiento general de la canasta básica frente a la relativa inmovilidad de los salarios. Es claro que el deterioro de la capacidad adquisitiva afecta la vida familiar y crea fricciones entre el capital y el trabajo, con el consecuente aumento de la inseguridad pública y la ausencia de soluciones prontas y efectivas de parte de las autoridades competentes (sic).

En este escenario, la economía como ciencia social y los consejos de sus practicantes, deben orientarse por determinantes sociales y políticos que eviten los impactos de un alza desproporcionada de los costos de insumos y productos, so pena de enfrentarse a un escenario de rispidez popular y de ingobernabilidad. Lamentablemente, los señores del “consejo ciudadano del transporte” se limitaron a la aritmética chambona de los costos sin tomar en cuenta las complejidades de su implementación y las facturas políticas que habrá de enfrentar el gobierno de la señora de Torres, así como las que ya enfrenta el del muy disminuido señor Peña. Estamos ante el caso de unas reformas estructurales que en realidad desestructuran a la nación.

Para un país como el nuestro resulta una verdadera vacilada hablar de apertura y alianzas comerciales con los países de Asia, por ejemplo, si carece de un aparato productivo fuerte o por lo menos bien consolidado, tanto como insistir en la relación subalterna que plantea el TLCAN. Da pena ajena oír el discurso integracionista cuando las condiciones sugieren dar prioridad al mercado interno y fortalecer el aparato productivo, a la par que replantear el modelo económico vigente, que ha empobrecido a poblaciones cada vez mayores y cancela el futuro de las generaciones de jóvenes en busca de su primer trabajo, así como el de los trabajadores activos que ven esfumarse sus posibilidades de llegar a una edad de retiro con la garantía de una pensión digna. La relación entre el trabajo y la seguridad social es evidente: ante la ausencia de trabajo decente, se tiene una seguridad social precarizada o simplemente inexistente, situación que ahora se legaliza con el “outsourcing” en la llamada reforma laboral de Peña Nieto.

 Si los ciudadanos pegan de gritos por el aumento en las gasolinas y ahora por el transporte sin reparar que el origen del problema está en el modelo económico, no habrá poder humano que convenza a las mayorías a movilizarse y hacer valer su ciudadanía frente al poder público y revertir estas medidas de claro acento neoliberal. El problema, ayer y hoy es el modelo.

Cada alza en las tarifas de los bienes y servicios trae aparejada otras medidas que repercuten en la reducción de los espacios públicos: subrogación de los servicios en los hospitales, la privatización de las farmacias y el encarecimiento de los servicios de salud, sin olvidar que las pensiones se han convertido en el gran negocio de los bancos y las administradoras de fondos surgidas por la reforma a la ley del IMSS e Issste. En este esquema impulsado por los organismos financieros internacionales y acatado bobaliconamente por el gobierno (sic) mexicano, los fondos pensionarios se entregan a empresas administradoras quienes reciben las ganancias mientras que las pérdidas se transfieren a los trabajadores.

El asalto a la economía de los trabajadores es evidente y aberrante. Ayer fueron las desincorporaciones de empresas públicas, las alzas en las tarifas eléctricas, en las del agua potable, ahora en las tarifas del transporte colectivo. Pasamos del gasolinazo al camionazo. Mientras esto ocurre, las actuales generaciones de trabajadores se están quedando sin seguridad social y una pensión de retiro digna, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.


Finalizo recordando a los actuales y muy chambones aprendices de brujo la frase de John Stuart Mill: “Ningún problema económico tiene una solución puramente económica”.