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lunes, 17 de junio de 2013

Bullying en Hermosillo

Al parecer ingresamos por la puerta grande a la estupidez convertida en moda, lugar común conductual o simple compulsión hacia la imitación de usos y costumbres del hombre blanco y barbado que reparte pornografía y armas en el mundo. De nueva cuenta nuestra vocación de colonizados emerge poderosa y se manifiesta en forma de ataques de babeante irracionalidad contra niños y jóvenes en las escuelas. Ahora toca el turno de los ataques y provocaciones contra personas en el aula donde una niña ha sido la víctima.

Como usted estará informado, recientemente una niña fue atacada por un chico y terminó privada del conocimiento en el suelo de su salón de clases, ante la ausencia de maestros o empleados que pudieran poner fin a la irracionalidad de un muchachito alentado por sus compañeros por ser “el hombre” y ni modo que le fuera a ganar una mujer. Los perpetradores en grado de complicidad grabaron las escenas y las subieron a internet, de suerte que se pueden apreciar en youtube, con toda su deleznable carga de subdesarrollo emocional ( http://www.youtube.com/watch?v=LHc_yRxFR6s ). La filmación ha sido vista por un número creciente de personas que por morbo o simple deseo de informarse acuden a las redes sociales con más asiduidad que a votar en las elecciones o participar en las manifestaciones ciudadanas en vivo y a todo calor por las calles de Hermosillo. Las autoridades usualmente incompetentes y declarativas prometen investigar lo que es visto por miles gracias a la filmación hecha mediante teléfono celular, lo que corrobora la ignorancia sistemática de que adolecen los burócratas de turno.

Otro hecho que se ha repetido lo suficiente para dejar de ser un caso aislado es el de los piques entre chicas a la salida de la escuela secundaria, donde se desgreñan a placer rodeadas de una pequeña multitud de babeantes animadores, que ven extasiados los golpes y arañazos que se propinan dos mujercitas que se disputan los favores de algún galancete con espinillas y hormona alborotada en un cuerpo adolescente y típicamente tercermundista. La audiencia vociferante revela otra faceta de la dilución de valores que no hace muchas generaciones eran incuestionables: “a la mujer se le respeta”; “delante de una dama no se dicen majaderías”; “el hombre no lo es tanto si se atreve a lastimar a una mujer o faltarle al respeto de alguna manera”. “Las mujeres van a la derecha de los hombres en las banquetas; las damas son primero”; hay diferencia entre hombre y macho, donde el segundo se distingue por basarse solamente en sus atributos físicos, mientras que el primero pone por delante su conciencia. Ahora, con el pretexto de una igualdad bárbaramente entendida, los chicos hablan y gritan estupideces delante de las chicas y éstas lo celebran y eventualmente imitan; así las cosas, son comunes los juegos de manos entre jóvenes de diferente sexo e incluso las agresiones se toman como manifestaciones lícitas de la libertad e igualdad entre sexos. Las consecuencias sociales y familiares están a la vista.

No hace mucho, me tocó presenciar un altercado entre dos mujeres automovilistas. En un crucero, una de ellas cortó levemente la circulación de otra, que se estacionó para bajarse e insultar a la culpable del incidente y que, prudente, aguantó en su carro la andanada de groserías, a la par que ofrecía disculpas. Me llamó la atención el desaguisado porque suponía que las mujeres podían tener una mejor actitud, más prudente en comparación de la masculina. La realidad me sacó del error, en medio de un caudal de vulgaridad y patanería. Hay quienes consideran la vulgarización femenina como expresión de su liberación, pero ¿de qué supuestamente se libera sino de su feminidad?

Para desgracia de los impulsores de las modas sobre los roles sexuales o “de género” como tramposamente se les llama (como si el género a que pertenecemos no fuera el humano y las diferencias físicas y mentales no obedecieran al sexo de cada cual, con las consiguientes diferencias en la química cerebral y el la conducta familiar y social que se asume, según el caso), hay diferencias que no se van a eliminar con discursos sobre igualdad que dejan de lado la equidad y la propia naturaleza humana. En este punto de nuestro desarrollo social, o subdesarrollo según se vea, cabe pararse a reflexionar sobre lo que estamos haciendo con nuestros hijos, parientes, vecinos; pacientes o alumnos. ¿Dónde quedó la responsabilidad familiar, escolar y social sobre la educación y la salud de los jóvenes? ¿Cuántos videojuegos permitimos que se cuelen en la mente de los chicos, con su enorme carga de sexo y violencia? ¿Qué valores estamos ejemplificando e instilando a través de la crianza y la formación escolar?

Ahora se insiste en la no discriminación, en el respeto a la diversidad con mayor acento en la sexual, nos solazamos con ello pero parece que dejamos de lado lo esencial: acabamos por diluir diferencias que son esenciales para la identidad de los chicos y su convivencia civilizada en una sociedad cada vez más compleja. En una sociedad plural y creciente en número de integrantes, la palabra respeto debe acompañarse de tolerancia, lo que no es posible si está en cuestión la identidad de los sujetos. Dicho de otra manera, a partir de la conciencia de lo que somos, podemos entender y respetar a los que son diferentes. Una sociedad sin elementos parametrales de conducta es presa de la confusión de papeles y el desastre social empieza con la agresión escolar y termina con la familiar y social, aunque el origen de cualquier manera lo encontramos en dos dimensiones: familia y escuela.


Las agresiones escolares son inadmisibles. Las familias y las instituciones educativas deben actuar enérgicamente y buscar mecanismos para lo que debe ser una buena educación. En cuanto a los jóvenes culpables, quizá sea más afortunado llamarlos víctimas de una sociedad que ha descuidado su patrimonio moral y ético. Estamos a tiempo de enmendar errores. Seamos consecuentes y hagamos de la familia una escuela de vida.