Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

viernes, 29 de septiembre de 2023

LOS MALOS HÁBITOS

“No quiero vivir en una ciudad cuya única ventaja cultural es poder girar a la derecha con el semáforo en rojo” (Woody Allen).

 

Muchas costumbres deplorables alcanzan alturas de consagración mediante su repetición frecuente, así sin más, como si hubiéramos nacido dispuestos orgánicamente a tropezar socialmente con la misma piedra, darse de boca en el pavimento y seguir tan campantes cultivando esa miopía selectiva que envilece el ambiente, sin trauma ni culpa. Pero entremos al apartado de los ejemplos.

Apenas asoma el cliente la nariz y cruza la puerta, el ambiente tranquilo y acogedor del café o restaurante cambia. Una verdadera carga de caballería en forma de sonidos que pasan por musicales lo ataca por todos lados, reduciéndolo a una masa temblorosa con taquicardia, náuseas y deseos de salir huyendo.

A pregunta expresa, el empleado explica que el patrón les exige que enciendan los motores musicales a la primera aproximación del posible cliente, no se sabe si para correrlo o para ambientarlo.

Se le solicita al trabajador que baje un poco el volumen del sonido quien, con aire confuso, acata y complace la petición. Así, tras eventuales elevaciones y descensos de decibeles, se desarrolla el servicio. El cliente resulta ser una oreja cautiva de los arrebatos melódicos del empleado o de la escasa consideración y tacto del propietario.

Sucede que en un local en el que predomina el sonido impuesto, la voluntad del cliente queda nulificada y cualquier conversación resulta en un concurso de gritos y gesticulaciones. La comunicación se pierde mientras que el ambiente del establecimiento crece en incomodidad.

Y qué decir de los lugares donde el empleado o el encargado despliega su vida social sin recato, tomando como rehenes a los eventuales concurrentes mediante el uso de su teléfono “inteligente”, en el que desarrolla una charla con el altavoz abierto, con las sobadas frases chabacanas y las risas altisonantes que en mucho contribuyen a la vulgaridad del diálogo.

O cuando en un local pequeño con dos o tres mesas y la barra donde se encuentra algún mostrador, exhibidores y equipo de cómputo, al encargado se le ocurre usar una de las mesas como escritorio. Aquí, el cliente resulta ser un estorbo para el feliz viaje gerencial donde el espacio está disponible de acuerdo con el humor de quien lo administra.

En la calle, los equipos de sonido proyectan una indescifrable y caótica cacofonía a las afueras de los negocios establecidos en el área. Diferentes capacidades, volúmenes, formatos, mezclados en una amenaza para el cliente potencial que ve alterados sus nervios al estar luchando su cerebro contra cada retazo sónico que golpea sus neuronas con la contundencia de un grito estentóreo: ¡no te entretengas viendo la mercancía!, ¡no pienses!, ¡no compares!, ¡no seas un consumidor informado! La contaminación por sonido es tan real y riesgosa como cualquiera otra. Pero en el ambiente de los cajeros automáticos también se cuecen habas.

Peor asunto cuando usted requiere los servicios de un albañil porque, como primera acción, el susodicho pone a funcionar su radio, grabadora o lo que sirva, para abrir un boquete a la normalidad de su hogar, generarle broncas con el vecino y hacer polvo sus expectativas de paz y tranquilidad.  

En otro escenario, usted espera con paciencia de camello filósofo su turno en el cajero, observa que el cliente ha concluido su operación y, sin embargo, sigue ahí. Cuenta varias veces el dinero recibido, imprime el comprobante, pero termina reintroduce su tarjeta, digita de nuevo la contraseña, solicita saldo y tras larga pausa se dispone a imprimir. Los minutos corren instalados en una burbuja de autismo bancario.

Peor asunto cuando usted espera su turno en la ventanilla bancaria y la amable y eficiente cajera atiende a un cliente frecuente, anecdótico, simpático, dicharachero, de confianza, pues. La buena vibra alcanza niveles de chacoteo informal, de buenaondismo familiar, mientras usted y muchos más esperan maldiciendo tanta cordialidad en horario de oficina.

 Sale del banco y mira a derecha e izquierda, avanza hacia la esquina y observa que hay área de cruce peatonal, pero un carro impide su utilización. El automovilista decidió que era una buena idea posar su unidad sobre el área peatonal y que se chinchen los de a pie. Si usted rodea la parte frontal del vehículo estará en tierra de nadie, y el atropellamiento es una posibilidad real.

La ciudad, sucia y tumultuosa, después de todo es asiento de valores, cultura y tradiciones. Parece que el ser víctima de la ignorancia, la estupidez y la mala educación es parte del paquete de situaciones que muchos consideran el precio que hay que pagar por vivir en una ciudad con amplias posibilidades de crecimiento. Pues muy bien, pero qué tal si acompañamos el crecimiento con desarrollo.

 

     


domingo, 24 de septiembre de 2023

ALGUNAS CUESTIONES URBANAS

 “Cuando los recuerdos se desvanecen, ¿puede uno volver a casa realmente?” (Floyd Skloot).

 

Ya se aprecian ligeros cambios en la temperatura de nuestra querida ciudad capital de Sonora, el agua no quema desde temprano y da un cierto margen de maniobra para bañistas y otros usuarios; el aire es más respirable y los casos de golpe de calor y deshidratación empiezan a entrar en temporada baja.

El clima influye en la forma en que vemos la vida, cómo nos sentimos y expresamos, porque no es lo mismo una mala racha con baja temperatura que lo mismo chorreando sudor y con la ropa pegada al espinazo.


En nuestras arideces se forja tanto la memoria colectiva como el cáncer de piel, la utilidad de la melanina como el bloqueador solar, pero, a pesar de ello, la conciencia del valor del agua parece habitar un mundo paralelo al que somos impermeables, tanto como las áreas pavimentadas que sustituyen a las arboladas, en un criterio que nada tiene que ver con la realidad en la que vivimos y morimos.

Aquí se destruyen áreas verdes y se desvían cauces de ríos por razones de “desarrollo inmobiliario”, se usa y abusa del agua “para atraer inversiones que crearán empleos”, volteando para otro lado ante los avisos de riesgo y estrés hídrico como si las mejores fuentes de empleo fueran las que requieren cantidades masivas de agua, pasando por encima del derecho humano al líquido.

Se promueven inversiones mineras, cerveceras, refresqueras, industriales de diverso tipo, incluyendo los puestos de lavado de autos, donde los chorros a presión generan charcos que fluyen a la calle y las alcantarillas.  

Se publicitan fraccionamientos y desarrollos verticales u horizontales con lago artificial y agua inagotable, para que usted pueda abrir el grifo y dejar correr el líquido mientras decide qué hacer, imaginando que es gringo en pleno ejercicio de su derecho al desperdicio, tal como muestran las películas y series de televisión.

Considerando lo anterior, ¿qué tanto sabemos y entendemos de nuestro entorno? ¿Qué tan preparados estamos para sobrevivir a la serie de fenómenos que los periódicos y revistas acreditan al calentamiento global? ¿Las energías limpias lo son en realidad? ¿En serio la humanidad puede mover su industria sin combustibles fósiles? Pregunta radical: ¿Habría árboles y demás vegetación sin CO2?

En otro asunto, se observa con más frecuencia el uso del teléfono celular reputado como inteligente como si fuera un radio, es decir, activando el altavoz. La ventaja es que funciona lejos de la cara del usuario, pero la desventaja es que cualquiera puede enterarse de la conversación, y hacerse una idea de cuán trivial, hueco, vulgar e intrascendente puede ser un diálogo, además del mal gusto de interrumpir otras conversaciones vecinas.

Lo cierto es que la tecnología se convierte en medio de expresión de la enanez intelectual de quien la usa, de la ridícula exposición de sus miserias, y sirve para magnificar y dejar expuesta la sórdida propensión al ridículo que alienta el dispositivo electrónico cuya capacidad rebasa por mucho no sólo el pudor y la discreción, sino la autoestima del feliz poseedor.

Pero, hablando de cosas esperanzadoras en la capital de Sonora, parece que el Mercado Municipal No. 1, corazón comercial tradicional de Hermosillo, será sometido a una rehabilitación largamente postergada, la cual durará algunos meses, quizá un año.

Es de esperar que el arranque de las obras sea pronto y que no quede como un buen deseo, generador de frustraciones y encabronamientos.

Lo anterior recuerda la supuesta rehabilitación de la Escuela Leona Vicario, que solamente se desocupó y dejó para que la gente se olvidara de ella. Me parece que el abandono de este plantel educativo de larga memoria regional es una mentada de madre a los habitantes de la ciudad y, sobre todo, a las familias afectadas.

El edificio de la escuela debe volver a su uso original, sin chapuzas inmobiliarias de tufo “modernista”, respetando tanto su historia como su derecho a seguir siendo la escuela de muchos ciudadanos con derecho a recordar y celebrar sus raíces formativas.

¿Qué se estará pensado el gobierno del Estado, la secretaría correspondiente, y la ciudad de Hermosillo? Echar tierra sobre la memoria de muchos ciudadanos no es lo que se espera del actual gobierno, tampoco se espera que, de repente, la Leona Vicario se nos devuelva en forma de museo, de plaza comercial privada, de restaurante o estacionamiento público.

El rescate de edificios venerables no significa su muerte y transformación en simples fachadas. Son historia viva, parte palpitante de nuestro pasado y destino. En otras palabras, no son ni deben ser objeto de manoseos especulativos o mecanismos de lucimiento personal. Se espera que haya respeto y seriedad. Pero el tiempo corre…

Por último, en serio, ¿tiene sentido que la oposición prianista-claudioequisista siga haciendo el ridículo en donde quiera que esté?  



sábado, 9 de septiembre de 2023

QUIEN PRESIDE ES PRESIDENTE

 “Si haces una mala elección, engendrarás un monstruo” (Mathias Malzieu).

 

Ahora que estamos en temporada de apoyos, berrinches y conatos de deserción en los partidos me viene el recuerdo el trienio en el que ocupó la presidencia municipal Célida López, rabiosa panista que, por obra de la proximidad electoral, brincó a Morena y a los brazos de López Obrador.

Ese fue un trienio de pandemia, cancioncillas pedorras y exhibicionismos autoritarios, también lo fue de tratamientos con olor a confusión terminológica, a vaciedad cultural y, finalmente, a imposición conceptual: Célida fue la “presidenta” municipal, no la presidente municipal, por obra de poner una “a” en cualquier lugar posible.

Así como Sonora “ya estaba lista” para ser gobernada por una mujer, Claudia Pavlovich, Hermosillo también lo estaba para Célida López, como si el sexo fuera determinante para el desarrollo de la función pública, los valores democráticos, la honestidad y el compromiso social y político de la gente.

Ahora, propios y extraños agitan la bandera del sexo como argumento político-electoral y proclaman como un triunfo que en el 2024 habrá por vez primera una mujer en la presidencia de la república. Las dos posibles candidatas ya estrenan en sus discursos la palabra “presidenta”.

Sucede que quien preside es presidente, quien pasea es paseante, quien estudia es estudiante, quien ama es amante y así sucesivamente, sea hombre, mujer o quimera. Y no está de más decir que, en cualquier caso, quien preside está sujeto a las mil y una contingencias de la función pública, y que la tabla de salvación es su integridad, el respeto a la ley y su fidelidad al programa de gobierno propuesto, no su sexo (o género, si lo prefiere).


Desde luego que usted puede decirlo como le dé la gana e incluso apoyarse en la coladera lingüística de la Real Academia Española, tan inclusiva que se sospecha que su cada vez más amplia apertura apunta decididamente hacia su intrascendencia e inutilidad normativa.

Dicho lo anterior, en medio de las oleadas de encuestas flota la democracia cuantitativa en un ejercicio técnico que evade al votante popular, en vivo y a todo color, porque las urnas no pueden ser sustituidas por cuestionarios telefónicos, electrónicos y mediáticos, salvo para dar una especie de tendencia.

Sin embargo, si el método de encuesta fue aceptado por los interesados, la suerte está echada sobre la mullida superficie de la sobrevaloración tendencial, de los supuestos que pasan a ser verdades consensuales, de sustitución pragmática del mecanismo electoral que requiere de las urnas, boletas, padrón, auscultadores, árbitro y demás elementos que permiten asegurar su legitimidad. veracidad y fuerza. Pero bueno, menos mal que el método elegido no fue tómbola.

En el acto de aceptación de los resultados de Morena, destaca la ausencia de Marcelo Ebrard. La llegada de sus representantes sin la identificación de rigor dio la nota discordante, y la respuesta obligada de los elementos de seguridad fue que rechazaron su ingreso al recinto del cómputo, con el resultado de la queja airada del aspirante derrotado.

Marcelo, con sus mariposeos y vulnerabilidades, se declara víctima, al más puro estilo de los perdedores sin gracia, de los que participan con ánimo de propietario, de “hijo de algo”, de poseedor del boleto premiado en la rifa de las vanidades, los supuestos alegres y la fascinación por la propia imagen. El ser un mal perdedor da pie a suponer que hubiera sido un mal ganador, pero eso ya no se sabrá.

Le confieso que el candidato de mi simpatía era Adán Augusto López Hernández, pero entiendo que las tendencias a veces pueden más que las razones. El boleto premiado fue para la señora Scheimbaum, y no hay vuelta atrás.

Según se ve, una mujer presidirá la República, en calidad de titular (no titulara) del Poder Ejecutivo Federal. En ese carácter será presidente, pero usted dígalo como se sienta mejor. El resultado será igual.

Por último, un deseo que reúne cada vez más adeptos es el de que don Mario Delgado y comité encargado de decidir el palomeo de candidaturas, no incurra (llegado el momento) en un ataque mortal de inclusión en beneficio de los chapulines panistas que buscan espacios legislativos (o cargos en estados y municipios) para, desde ahí, actuar en contra de las iniciativas o el programa de Morena. Aunque los gusanos tienden a hacer suya cualquier manzana, la historia no debe repetirse. 


 

viernes, 1 de septiembre de 2023

¿QUÉ TAN VIEJO TE VES?

 

“¡Viejos los cerros, y todavía reverdecen!” (Expresión popular).

 

La vejez es una etapa del desarrollo humano cuya culminación natural se sitúa a tres metros bajo tierra o, si se prefiere, en el horno crematorio de alguna agencia funeraria que lo procesa a usted y convierte en su versión minimalista pulverizada, fácil de transportar y de guardar.

El caso es que, siendo tan común y general el fenómeno mortuorio, resulta un tema evitable, atemorizante y francamente feo. Sin embargo, es un negocio donde le ofrecen a usted una amplia gama de posibilidades, que van de modestas y prácticas a elegantes y engorrosas, siempre aderezadas con “café las 24 horas”.

Morir es algo personal, sin embargo, se convierte en un evento social que convoca a los más cercanos, a parientes, amigos, vecinos y simples mirones, que van tomar café mientras se enteran de los detalles de la vida, pasión y muerte de quien hoy se encuentra bajo el escrutinio público en alguna capilla privada, con libro de visitantes y olor a arreglos florales.

Pero si la muerte es un pase a la eternidad y posiblemente a las cuentas por pagar por los deudos, ahora convertidos en deudores, que merece esquelas en los medios, novenarios y rostros cariacontecidos, ¿qué hay de los años previos? ¿Qué pasa con la vejez y sus circunstancias?

Un conocido medio informativo local reporta (con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, primer trimestre de 2023) que tenemos un total de 430 mil 366 ciudadanos mayores de 60 años en Sonora, de los cuales el 43 por ciento vive en condiciones vulnerables (jodidos, pues) por su nivel de ingresos.

Para colmo, de los aún laboralmente activos, el 37 por ciento sólo recibe un salario mínimo que en estos tiempos sirve para maldita la cosa, situación que se agrava con el hecho de que de ellos más del 72 por ciento no cuentan con seguridad social (El Imparcial, 28-08-2023).

Para los que tienen en qué caerse muertos la situación no está necesariamente libre de escoyos, baches y contingencias, si revisamos las innúmeras denuncias de los afiliados a la seguridad social, pongamos por caso, del ISSSTESON.

La falta en el abasto de medicamentos sigue siendo una queja recurrente, a pesar de los esfuerzos institucionales, a lo que se suman los problemas de respuesta en el caso de consultas, servicios de laboratorio, radiología y cirugías, además del retraso crónico en los dictámenes de pensión y jubilación.

Los viejos, que ridículamente se les llama “de juventud acumulada”, o en términos suavizados “adultos mayores” o de “tercera edad”, son el blanco del ninguneo social, en los centros de trabajo, en el seno familiar, en el ambiente social, a pesar del discurso azucarado de ocasión que obliga a la gratitud y el reconocimiento de los viejos, en calidad de fundadores, de formadores, de pioneros, de memoria viviente del acontecer organizacional, aunque tras la ceremonia y los discursos, procede la patada en el trasero del homenajeado… ¡por viejo!

Incluso, en ciertos sindicatos “democráticos”, “progresistas” e “incluyentes”, el reconocimiento formal se traduce en la exclusión real, en el mensaje de desprecio a trayectorias y aportaciones, en la idea de que el jubilado es solamente un recurso retórico, sin peso ni valor en el día a día de la organización.

Así, pues, se les regatean o condicionan logros sindicales plasmados en el contrato colectivo, se les excluye, por ejemplo, de apoyos de tipo mutualista porque “fueron pensados para trabajadores en activo”, así que cuando alguien se jubila lo excluyen de cualquier beneficio posible, a pesar de que ciertas cosas se entienden al servicio de los miembros del sindicato, sin exclusiones estatutarias ni reglamentarias.

El dar, restringir o negar son expresiones del poder sindical, del control que se ejerce sobre la base y la oportunidad de crear clientelas que eventualmente deberán votar a favor los candidatos de la corriente dominante, lo que de por sí excluye a opositores o propuestas alternativas en los órganos de dirección de la organización.

Curiosamente, las dirigencias no creen estar en vías de envejecer y siguen acotando, restringiendo e incluso negando derechos a los jubilados y pensionados, como si la vejez y el eventual retiro fueran algo ajeno y distante a ellos mismos.

La idea de eterna juventud de ciertos liderazgos demuestra qué tan frágiles son los propósitos discursivos de democracia e inclusión, por lo que resulta cada vez más complicada una respuesta sincera a la pregunta ¿qué tan viejo te ves?

Lo anterior viene a ser un reflejo claro de una sociedad excluyente, anclada culturalmente en el menosprecio y el abuso. Nadie se reconoce viejo, o en vías de serlo, y por eso los trabajadores retirados pueden ser vistos con molestia, como un mal augurio, estorbo o piedra en el zapato de la autoestima organizacional.

Los viejos son el espejo acusador cuya imagen debemos cubrir con el velo de la distancia, el ninguneo y, dado el caso, la intolerancia y la exclusión.

Esta “viejofobia” está presente en los que buscan imponer gravámenes a las pensiones convirtiendo viciosamente salarios mínimos en UMA mientras que bailan sobre el derecho a la seguridad social de los ciudadanos.

¿Y usted, qué tan viejo se ve?