Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

jueves, 23 de febrero de 2012

Lo que aparenta ser objeto de culto

En la sociedad contemporánea, algunas prácticas nocivas son socialmente toleradas, o incluso ignoradas por sus víctimas, lo que nos remite a la antigua idea de conferir ciertas propiedades mágicas a los objetos, los fluidos corporales o representaciones simbólicas. Muchas costumbres y tradiciones están basadas en estos supuestos, por lo que revisaremos algunas de ellas directamente ancladas en nuestra vida cotidiana.

En algunas culturas del mundo occidental desarrollado, los jóvenes pasan por ritos de iniciación donde se demuestra su virilidad mostrando las nalgas al oponente y olisqueando la mierda del contrario con gesto sarcástico en señal de desprecio y superioridad. Destaca aquél donde las heces fecales de los viejos son exhibidas y coleccionadas como mecanismo de aproximación a los misterios del pasado. Se parte del supuesto de que las evacuaciones contienen las experiencias de los individuos mayores, de suerte que su observación proporciona conocimientos por vía olfativa a quien lo hace. Sin embargo, la orina no merece tanta consideración aunque en este punto existe cierta divergencia de criterio, ya que algunos afirman que ésta tiene tantos méritos como la mierda, con la ventaja de poder ser embotellada para su fácil traslado a los lugares de culto.

Nuevos estudios han presentado pruebas fehacientes de que los fluidos corporales ocuparon un lugar preponderante en ciertas culturas donde la saliva y el semen tienen poderes curativos aunque su uso está restringido a ciertos días de la semana, bajo la estricta observancia de normas rituales establecidas y vigiladas por los sacerdotes; sin embargo, la vida moderna ha incorporado algunas variantes que dan cuenta de la dinámica actual de las sociedades; por ejemplo, se considera adecuado ingerir bebidas alcohólicas en vasos previamente tratados con alguno de estos líquidos los días viernes y sábado por la noche en antros concurridos, donde los clientes reciben sus beneficios de manera subrepticia. Aquí, el lugar de los sacerdotes es ocupado por los diligentes cantineros y meseros creyentes del viejo ritual curativo. Otro caso de actualización de viejas prácticas es el referido a la costumbre que tienen algunos cocineros de proporcionar a ciertos clientes distinguidos el condimento de la saliva e incluso el semen en los platillos ordenados. El regocijo del empleado es potenciado al máximo cuando al presentar la cuenta es premiado con una propina inesperada, tras aparentes desavenencias y trato hosco de un cliente prepotente. La visión mágica que tienen los empleados de restaurantes es similar a la que ostentan las empleadas domésticas, cuando aportan fluidos corporales a las ropas o comidas de sus empleadores.

Por otra parte, las mucosidades y las secreciones de los oídos, reciben trato distinguido por un tipo especial de sacerdocio urbano que hace de la cortesía el medio por el cual prodiga sustancias de origen corporal a sus vecinos y encuentros ocasionales. El oficio mágico de distribuir rastros de ADN propio a conocidos o extraños con cierto grado de proximidad permite la trascendencia y la ubicuidad biológica de los sujetos, lo cual significa la realización de un sueño de carácter ritual que supone estar en varios lugares al mismo tiempo y compartir experiencias independientemente de la conciencia de los sujetos. Su forma de operación es simple: a usted lo saludan de mano como muestra de cortesía y urbanidad, con lo que los residuos de la afanosa tarea de hurgar las fosas nasales de su amable interlocutor pasan a ser compartidas por usted. Su mano ahora posee una carga genética epidérmica distinta a la propia, transferida al estrechar la diestra del amigo o conocido. Lo mismo vale para la palmada ocasional en la espalda, donde se comparte sudor, secreciones nasales y quizá residuos fecales.

Seguramente a usted le consta el esfuerzo que hacen muchos ciudadanos en pulir sus habilidades de motricidad fina al usar como aparato de exploración sus dedos, firmemente instalados en las profundidades de sus fosas nasales, hurgando escrupulosamente en febril exploración y extracción de mocos que serán observados críticamente y luego abandonados discretamente en una mesa, silla, toalla, mano extendida en señal de saludo. La inquietante operación puede ser observada en la calle, el aula, el corredor del edificio, el transporte privado y público, el cine, el restaurante, la cocina y la estancia familiar. A los impulsos exploratorios de los misterios de la nasalidad no escapan hombres con título universitario, mujeres con anatomía superlativa y, desde luego niños y ancianos. El punto de análisis es la cultura, la urbanidad y el respeto a uno mismo y a los demás.

Recientemente me tocó ver a una guapa mujer que conducía un auto que, al igual que ella, era de modelo reciente. La bella distraía su aburrida espera en el semáforo inspeccionando dactilarmente sus mucosas sin ver el estrago que tal operación causaba en la imagen que proyectaba al mirón ocasional. Fue verdaderamente horrible la conversión de una princesa en bruja, el tránsito del enamoramiento al asco en sólo unos segundos. Quizá este sea el método de castración psicológica que las agencias de control de la natalidad estaban esperando para abatir la demanda de bienes sin esforzarse en distribuir mejor la riqueza mundial.

Para los practicantes de estos rituales, la costumbre de lavarse las manos después de visitar los servicios sanitarios significa una profanación, una grave transgresión al deber sagrado de transferir residuos orgánicos al otro. El rito, que en el fondo supone el deseo de trascendencia de los sujetos, exige limitar el aseo a ocasiones esporádicas y absolutamente necesarias.

Si bien es cierto que hasta la fecha no se conocen ONG registradas con la especialidad en trasiego de ADN, ni mucho menos una nueva asociación religiosa que proclame las secreciones como una manifestación de la divinidad, las evidencias son abrumadoras. Corresponde al estudio de la antropología estudiar las causas profundas de estas prácticas de innegable vigencia en nuestra sociedad, quizá en colaboración con investigadores educativos y, desde luego, de salud pública. Muchas cosas se pudieran evitar con programas de prevención y erradicación del traspaso accidental o intencional de residuos orgánicos de un individuo a otro. Quizá la humanidad redescubra las bondades de la higiene personal ya que es, sin duda, un problema social y cultural de primera magnitud. ¿Podremos afrontar el reto de usar papel higiénico y lavar las manos con agua y jabón con escrupulosa asiduidad? ¿Mirará sin sospecha al ajeno y obsequioso sujeto que se acerca con la mano extendida, o a aquél que le palmea la espalda con insidiosa familiaridad?

sábado, 11 de febrero de 2012

Las campañas

El aire se siente viciado por la intensa chamusquina neuronal que se despliega en las agencias de publicidad, ya que a la par que diseñar campañas de venta de jabones milagrosos para la limpieza de esas manchas de semen y sangre, vino y chocolate, se tienen que esforzar por planchar la arrugada imagen de candidatos presidenciales y otros puestos que se ponen en pública subasta en estos tiempos de subdesarrollo electoral. Sucede que los partidos políticos deben deshacerse de los cachivaches a medio uso que suelen pulular en sus oficinas o en las elegantes y bien resguardadas burbujas del poder ejecutivo.

Los artículos de uso corriente podrán, mediante la maquillada de rigor, lucir una lozanía y, sobre todo, la utilidad que la naturaleza les negó pero que la mercadotecnia puede conceder mediante el pago de los generosos estipendios correspondientes. La vanidad personal y el afán de permanecer en las preferencias del público consumidor de propaganda son sus mayores impulsos, además de la masa de intereses de los inversionistas actuales y futuros.

Los partidos se alistan en todos los sentidos, incluso en aquél que más se acerca a la necesidad de la audiencia, porque el que paga manda en eso de llegarle al respetable auditorio con una oferta que no podrán rechazar; es decir, que la maquinaria aceitada por los imperativos de allende el Bravo y de los poderosos caballeros del dinero locales y trasnacionales, exige que el candidato (sea hombre, mujer o pirata), presente una cara convincente aunque no se ajuste a su realidad personal y política, con el fin de seguir dando las consabidas concesiones en materia de contratos de obra pública, infraestructura, excepciones en materia de aplicación estricta de la ley, oportunidades no confesas de negocios y la influencia necesaria para impulsar reformas a la legislación secundaria para los fines antes señalados a los patrocinadores logrados.

Si bien es cierto que las cifras de aumentos a la canasta básica y de pobreza están a la alza, no se puede negar que las explicaciones oportunas convencerán a la población con déficit cultural e informativo de que vamos remontando la crisis y que la economía mexicana está “blindada” contra cualquier amenaza de pesimismo que pretenda inculcar la realidad. Los analistas serios bien se pueden quedar en las universidades y otros centros de investigación, que para eso son las aulas, los seminarios y los talleres. Fuera, en el “mundo real”, las que cuentan son las oportunidades de negocios y si se tiene que lidiar con la verdadera causa de las crisis, entonces se aplican generosas capas de maquillaje y spots adhesivos para enterrar las ideas subversivas de los estudiosos independientes.

También las campañas negras son una buena alternativa contra los efectos perniciosos de la verdad. Así que los profesionales de la creatividad mercenaria son altamente considerados en los despachos ejecutivos que inciden en el negocio de las elecciones. Usted puede sacar del almacén un producto defectuoso y mediante las artes del diseño de imagen tiene un lanzamiento capaz de convencer al menos dispuesto de los clientes. Desde luego que los objetivos de las campañas son ahora, como nunca, los jóvenes y las mujeres, ya que el “empoderamiento” otrora farfullado por la señora Marta Sahagún demostró ser material comestible para las féminas deseosas de algo más que despensas y sesiones gratis de manualidades. Los jóvenes, por otra parte, significan un interesante coto de promesas y expectativas que se evapora con el paso del tiempo, sin dejar más huella que un leve recuerdo plagado de elementos circunstanciales, por lo que atraen a los políticos sabedores de la impunidad de las promesas incumplidas.

El proceso electoral en un gobierno disonante permite que haya cambios en el gabinete y ciertos puestos comprometidos con los intereses extranjeros al incorporar mujeres a la dura brega del trasiego informativo. Las corporaciones policiacas son un excelente escenario para esa transición sexual que aparenta ser incluyente y equitativa aunque solamente signifique un cambio en la proveeduría de cartuchos para las mismas armas del neoliberalismo de guarache.

Los argumentos a favor de la ignorancia literaria de Peña Nieto tienen el contrapeso ideal en la pedestre candidata del PAN, famosa por su frivolidad y ausentismo legislativo, de suerte que resultan ser dos caras de la misma moneda neoliberal cuyo valor facial es equivalente a seis años más de muertes acreditables a la guerra contra el narcotráfico, desempleo y empleo informal, alzas en los bienes de consumo popular, congelamiento y decremento de salarios reales y apertura de más panteones y pabellones de salud mental para la familia mexicana.

Quizá resulte pertinente pensar en la candidatura de López Obrador como un parte-aguas político en un México agotado económica y psicológicamente. Sería una especie de respiro en las agitadas aguas de la lucha por la nación donde concurren los intereses de Estados Unidos, los corporativos internacionales y los grupos de poder regional abiertos o discretos que jalonean la sábana nacional sin importar su ruptura.

AMLO representa una tendencia moderada que pinta más un rostro humanista que radical. No es una amenaza expropiatoria que enfrente los intereses privados en favor de un estatismo bolchevique, ni mucho menos. Su diálogo con el empresariado lo demuestra. Sería más válido pensar en un gobierno de izquierda moderada cuyo propósito se centra en el rescate de la armonía nacional mediante el diseño de políticas de recuperación del empleo y el ingreso que permitan ahorro e inversión productiva. Supondría, como se ve, el inicio de un verdadero período de transición democrática que nos fue negado con Fox y Calderón. Y usted, ¿se anima a cambiar?

sábado, 4 de febrero de 2012

Paseo dominical por el centro

Era domingo. Salí con el fin de comprar un medicamento. La farmacia a la que iba está cerca del Mercado Municipal en la zona centro de Hermosillo. Desde que tomé la calle que va directamente al Mercado las riadas de gente me pusieron en la situación de un salmón urbano que trata de remontar la distancia a su objetivo luchando contra el obstáculo que representa caminar en sentido contrario a la corriente dominante.

La traumática experiencia se vio compensada por el encuentro con un aparente remanso en forma de establecimiento comercial con especialidad en cualquier cosa imaginable. Al caminar por un pasillo tuve que esquivar a un bólido humano con peso suficiente como para hacerme temer por mi integridad física en caso de un encontronazo. Entre resoplidos de elefante en fuga, el individuo, una masa congestionada de carne tumefacta, grasa y fluidos diversos, pasó dejando una densa estela de olor no sólo confusa sino difusa, aunque definitivamente indicativa de la presencia de algo en proceso de descomposición.

Agucé la vista y no detecté la presencia de ningún cadáver, aunque el rastro odorífero apuntaba hacia la mole resoplante que aún se veía atravesar el local con el desenfado que caracteriza a los obesos con pretensiones de vehículo de la División Panzer, aplastando enemigos, pulverizando edificaciones y eliminando obstáculos apoyados en el peso y el volumen que desplazan. El sentido común me rebeló que el súbito enrarecimiento del ambiente era atribuible a la falta de higiene corporal del cafre, lo que me pareció entendible si se toma en cuenta la cantidad de agua que se requiere para lavar adecuadamente su inmensa carrocería. El hecho me sumió en profundas y serias disquisiciones acerca del servicio público de agua potable.

La anti-higiene ciudadana se debe en muy buena medida a la cómoda disposición municipal de no prevenir el desastre humanitario que viene, toda vez que la carencia de agua y lo esporádico de su empleo redunda en fetideces innombrables. No negará usted que el sudor concentrado durante días o quizá semanas de cuidadosa destilación, convierte a la piel y la vestimenta en un verdadero campo minado para cualquier olfato; en un zona desprovista de lo más elemental para albergar algún atisbo de civilidad y convivencia próxima con nuestros semejantes; en un páramo siniestro donde la muerte social campea triunfante, vencedora de cualquier intento de sociabilidad. Sin embargo, el Ayuntamiento se complace en edificar fuentes y vialidades que servirán para ilustrar los folletines de publicidad inmobiliaria, donde resulta fácil suponer que la demanda de agua subirá y que habrá áreas privilegiadas y zonas de pestilencia colectiva.

De regreso a la calle y con una bolsa conteniendo mis adquisiciones, la nueva ola pestífera que ahora identificaba plenamente parecía ser réplica aumentada de la percibida en la casa comercial dejada atrás. El horror y la náusea parecieron ser los sentimientos dominantes que me habrían de atenazar durante el resto de mi periplo. Reparé en la presencia de los seres humanos que me rodeaban y vi, con curiosidad antropológica, que sus características físicas no eran las típicas de los habitantes de estas tierras, otrora alimentadas con proteínas y minerales producto de la región. La desaparición de abarrotes que surtían productos regionales y su relevo en forma de tiendas expendedoras de enlatados, empaquetados y plásticos multicolores, permite la proliferación de demandantes acordes a esa oferta: seres con un cada vez más reducido poder de compra obligados a consumir chatarra masticable en forma de carnes hinchadas de hormonas, antibióticos y conservadores; frutas, verduras y granos generosamente rociados de pesticidas o genéticamente modificados; botanas y refrescos que pasan a ser el plato fuerte de muchas mesas, cuyos efectos inmediatos son el embuchar cantidades industriales de grasas, irritantes del esófago y estómago, saborizantes y colorantes artificiales inopinadamente permitidos para el consumo humano, quedando seriamente comprometida la calidad de la ingesta y los resultados de la asimilación. La nutrición y la salud no son actualmente preocupación del gobierno que regula y autoriza la circulación de sustancias tóxicas en el mercado.

Un espectáculo dantesco se estaba desarrollando en las calles de mi ciudad: hombres, mujeres, niños y lo que sea, parecían estar en el contexto de un extraño ritual que insinuaba el clima propiciatorio de la caída del sistema económico o, en el peor de los casos, la permanencia del mismo a costa de las libertades. Gordos, flacos esmirriados, gente greñuda y de aspecto vulgar fingía algún tipo de interacción humana de muy dudosa factura. Sólo Dios sabe el acopio de fortaleza que fue necesario para soportar tal horror. La fauna urbana estaba debidamente representada por verdaderas jaurías macilentas que hurgaban en los entresijos de las llagas citadinas en busca de algún vestigio de humanidad, de decoro ciudadano. Cabe recordar que la civilidad tiene como premisa esencial el empleo y el ingreso digno. Un ciudadano mal alimentado, con la moral a la altura de una alcantarilla, no ofrecerá necesariamente buenos ejemplos de cortesía y generosidad en sus interacciones sociales, incluso puede desarrollar psicopatías que lo impulsen a ejercer su voto por los causantes de la opresión económica y la marginación social que sufre. Quizá por eso la gente ha votado por la derecha neoliberal.

Agotado de tantas y tan oscuras visiones premonitorias, decidí adquirir la prensa del día e instalarme en la silla del lustrador de calzado (vulgo bolero). El joven limpiabotas se aplicó de inmediato a las labores propias de su oficio tras un breve preámbulo coloquial. Lo que prometía ser un breve receso en la tortuosa aventura dominical, pronto se vio interrumpido por la llegada de un engendro dueño de una vulgaridad desparpajada y sin atisbos de urbanidad, que dio en picar las costillas del joven proveedor callejero de servicios. Un coro estridente y obsceno resonó a mis espaldas, por lo que hube de percatarme de la presencia de un grupo de envejecidos haraganes que se habían posesionado de una de las bancas del amplio espacio aledaño al Mercado. Deduje que eran representantes de la tercera edad destacados en el puesto de vigilancia lúdica que usualmente se ve en plazas y jardines públicos, como heraldos graznantes de lo que espera al ciudadano al llegar a la edad jubilatoria, con lo que a los horrores de una ciudadanía sin cabeza se añadió los correspondientes a una vejez sin más propósito que el de vegetar profundizando los huecos de una formación escolar apenas elemental. El suplicio terminó al son del último trapazo sobre la superficie brillante y tersa de mis zapatos. Una vez pagada la cuenta del servicio, emprendí la retirada con prisa, asiendo mis posesiones con la firme convicción de que estaba rodeado de potenciales depredadores, de oscuros facinerosos dispuestos a arrebatarme la prensa del día y la bolsa de las compras. Miré a mí alrededor sin detenerme y logré llegar a la acera de enfrente, tras sortear la carrera de obstáculos que esto significa. La presencia arracimada de policías uniformados con ropajes oscuros no logró más que aumentar mi nerviosismo y pensar en las aportaciones del crimen organizado a la oferta de empleo de la sociedad.

Uno puede pensar que la profesionalización de la criminalidad merced, a la influencia gringa y su presión por demandar cada vez más armamento e “inteligencia”, tiene su exacta correspondencia en los esquemas de entrenamiento y organización de las fuerzas policiacas, el abasto de armamento, equipo aeronáutico, electrónico, intercambio de información y transnacionalización de la seguridad. Ambas vertientes representan la moneda del gran negocio de la intranquilidad social, el nicho de mercado de las corporaciones extranjeras que generan habilidosamente las condiciones que persuadan a sus clientes potenciales a dar el paso de la dependencia en materia de seguridad pública. Los grupos de policías que vi eran de seis individuos entre los que se encontraba una mujer. La policía que me tocó observar caminaba como lo hacen en los viejos western: piernas arqueadas, panza apenas contenida a fuerza de faja o forzada tensión de abdominales, mirada vaga y gesto de indisposición gástrica. He ahí la feminidad diluida como parte de las tácticas disuasorias que reprimen el encanto de ser una joven mujer que, aunque algo entrada en carnes, alcanza a proyectar lozanía y algo de gracia.

El espectáculo de una ciudadanía devastada por la crisis económica y sus efectos psicosociales fue, por decir lo menos, una lección que merece recibir más pronto que tarde quien se conforma con transitar por la ciudad sin ver lo que le rodea, sin percibir en qué nos estamos convirtiendo, sin sentir en carne propia la miseria y el deterioro de la infraestructura, los edificios, las calles, el drenaje, el servicio de limpia y recolección de basura, la calidad de la relación entre personas, el respeto al otro, a las circunstancias y características del modo de vida del vecino, de su derecho a vivir decorosamente, de su autoestima, del orgullo de ser parte de una comunidad, de la seguridad que merece la persona y sus posesiones, de disfrutar ser, en fin, habitante de la capital de Sonora.

Tras el breve recorrido, reflexiono y me invade la indignación y un sentimiento de identificación y solidaridad con mis conciudadanos convertidos en precaristas cívicos, en parias dentro de su propia tierra. Nadie merece un gobierno que le baja la moral cuando hace estallar las expectativas de una vida decorosa y digna. La triste realidad es que somos una sociedad que se autoengaña, que convierte en gracejada lo que es simplemente lamentable, que acude al chiste ramplón y chabacano como salida lúdica a la impotencia, a la rabia de ser un cero a la izquierda en las decisiones sobre su propio futuro laboral, político, cultural, y que lo que hace el gobierno es una forma de ganar tiempo entre elección y elección, entre procesos electorales cuya redundancia los hace planos, insustanciales y predecibles. Las promesas oficiales de mejora simplemente actúan como distractores que alimentan una civilidad chatarrizada, inválida por tener la conciencia deteriorada gracias a la propaganda triunfalista, a las filtraciones oportunas, los escándalos y argumentos de fotonovela, a la sensación de inseguridad que atenaza las conciencias y la obscenidad de las campañas contra el crimen organizado donde son más los muertos accidentales que la contención de los verdaderos delincuentes.

En mi próxima salida, tendré el cuidado de ver tras la apariencia de indolencia vulgar a una ciudadanía capaz de levantarse y caminar por su propio pié, demandante de respeto y celosa de sus deberes y obligaciones cívicos, pero dispuesta a reclamar valientemente sus derechos históricos. Veré un pueblo digno a punto de erguirse porque no desea permanecer más de rodillas; un pueblo orgulloso de su composición pluriétnica, porque el color de la piel, la estatura y los rasgos faciales son algunas de las variadas formas de la caligrafía cultural que compartimos, que nos hace ser un pueblo más de la grande y maravillosa patria común que es América Latina, en la que México se dispone a ocupar el lugar privilegiado que tuvo y perdió por la torpe obediencia al extranjero de los gobiernos neoliberales. Sé que podemos, pero en lo social y lo político el movimiento se demuestra andando. Tomemos la calle.