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sábado, 11 de febrero de 2012

Las campañas

El aire se siente viciado por la intensa chamusquina neuronal que se despliega en las agencias de publicidad, ya que a la par que diseñar campañas de venta de jabones milagrosos para la limpieza de esas manchas de semen y sangre, vino y chocolate, se tienen que esforzar por planchar la arrugada imagen de candidatos presidenciales y otros puestos que se ponen en pública subasta en estos tiempos de subdesarrollo electoral. Sucede que los partidos políticos deben deshacerse de los cachivaches a medio uso que suelen pulular en sus oficinas o en las elegantes y bien resguardadas burbujas del poder ejecutivo.

Los artículos de uso corriente podrán, mediante la maquillada de rigor, lucir una lozanía y, sobre todo, la utilidad que la naturaleza les negó pero que la mercadotecnia puede conceder mediante el pago de los generosos estipendios correspondientes. La vanidad personal y el afán de permanecer en las preferencias del público consumidor de propaganda son sus mayores impulsos, además de la masa de intereses de los inversionistas actuales y futuros.

Los partidos se alistan en todos los sentidos, incluso en aquél que más se acerca a la necesidad de la audiencia, porque el que paga manda en eso de llegarle al respetable auditorio con una oferta que no podrán rechazar; es decir, que la maquinaria aceitada por los imperativos de allende el Bravo y de los poderosos caballeros del dinero locales y trasnacionales, exige que el candidato (sea hombre, mujer o pirata), presente una cara convincente aunque no se ajuste a su realidad personal y política, con el fin de seguir dando las consabidas concesiones en materia de contratos de obra pública, infraestructura, excepciones en materia de aplicación estricta de la ley, oportunidades no confesas de negocios y la influencia necesaria para impulsar reformas a la legislación secundaria para los fines antes señalados a los patrocinadores logrados.

Si bien es cierto que las cifras de aumentos a la canasta básica y de pobreza están a la alza, no se puede negar que las explicaciones oportunas convencerán a la población con déficit cultural e informativo de que vamos remontando la crisis y que la economía mexicana está “blindada” contra cualquier amenaza de pesimismo que pretenda inculcar la realidad. Los analistas serios bien se pueden quedar en las universidades y otros centros de investigación, que para eso son las aulas, los seminarios y los talleres. Fuera, en el “mundo real”, las que cuentan son las oportunidades de negocios y si se tiene que lidiar con la verdadera causa de las crisis, entonces se aplican generosas capas de maquillaje y spots adhesivos para enterrar las ideas subversivas de los estudiosos independientes.

También las campañas negras son una buena alternativa contra los efectos perniciosos de la verdad. Así que los profesionales de la creatividad mercenaria son altamente considerados en los despachos ejecutivos que inciden en el negocio de las elecciones. Usted puede sacar del almacén un producto defectuoso y mediante las artes del diseño de imagen tiene un lanzamiento capaz de convencer al menos dispuesto de los clientes. Desde luego que los objetivos de las campañas son ahora, como nunca, los jóvenes y las mujeres, ya que el “empoderamiento” otrora farfullado por la señora Marta Sahagún demostró ser material comestible para las féminas deseosas de algo más que despensas y sesiones gratis de manualidades. Los jóvenes, por otra parte, significan un interesante coto de promesas y expectativas que se evapora con el paso del tiempo, sin dejar más huella que un leve recuerdo plagado de elementos circunstanciales, por lo que atraen a los políticos sabedores de la impunidad de las promesas incumplidas.

El proceso electoral en un gobierno disonante permite que haya cambios en el gabinete y ciertos puestos comprometidos con los intereses extranjeros al incorporar mujeres a la dura brega del trasiego informativo. Las corporaciones policiacas son un excelente escenario para esa transición sexual que aparenta ser incluyente y equitativa aunque solamente signifique un cambio en la proveeduría de cartuchos para las mismas armas del neoliberalismo de guarache.

Los argumentos a favor de la ignorancia literaria de Peña Nieto tienen el contrapeso ideal en la pedestre candidata del PAN, famosa por su frivolidad y ausentismo legislativo, de suerte que resultan ser dos caras de la misma moneda neoliberal cuyo valor facial es equivalente a seis años más de muertes acreditables a la guerra contra el narcotráfico, desempleo y empleo informal, alzas en los bienes de consumo popular, congelamiento y decremento de salarios reales y apertura de más panteones y pabellones de salud mental para la familia mexicana.

Quizá resulte pertinente pensar en la candidatura de López Obrador como un parte-aguas político en un México agotado económica y psicológicamente. Sería una especie de respiro en las agitadas aguas de la lucha por la nación donde concurren los intereses de Estados Unidos, los corporativos internacionales y los grupos de poder regional abiertos o discretos que jalonean la sábana nacional sin importar su ruptura.

AMLO representa una tendencia moderada que pinta más un rostro humanista que radical. No es una amenaza expropiatoria que enfrente los intereses privados en favor de un estatismo bolchevique, ni mucho menos. Su diálogo con el empresariado lo demuestra. Sería más válido pensar en un gobierno de izquierda moderada cuyo propósito se centra en el rescate de la armonía nacional mediante el diseño de políticas de recuperación del empleo y el ingreso que permitan ahorro e inversión productiva. Supondría, como se ve, el inicio de un verdadero período de transición democrática que nos fue negado con Fox y Calderón. Y usted, ¿se anima a cambiar?

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