Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

domingo, 29 de mayo de 2016

Comunicación que incomunica

                   “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (Luis Vives).

La comunicación, gracias a las nuevas tecnologías, se vuelve más ágil, masiva y global en estos tiempos maravillosos en los que cualquiera, desde la comodidad de su hogar, puede compartir noticias, chismes, frustraciones, perversiones, complejos, premoniciones, sospechas, inclinaciones, tendencias, aberraciones lúdicas, supuestos y excrecencias ideológicas, en un caldo que, de tan denso, resulta indigesto cuando no intragable. Lejos de comunicar, se incomunica. Más que informar, se desinforma.

Supongo que muchos de los lectores participan en uno o varios grupos de conversación (chat), donde se establecen diálogos o piezas informativas que tienen que ver con las afinidades profesionales, gremiales, familiares, políticas o religiosas, en busca de actualizaciones, noticias de interés o nuevos filones de humor y ocio informatizado. Seguramente usted es capaz de discernir entre un espacio de cotorreo inocuo e intrascendente, sea familiar o amistoso, y otro dedicado a los asuntos del trabajo, la asociación, el sindicato o cualquier organización que busque informar y contactar a sus miembros en forma fluida y expedita.

No dudo que usted sea capaz de respetar la naturaleza del medio de comunicación de que dispone y seguramente tiene claro qué conducta se espera de quienes simplemente digitalizan su ocio, a diferencia de los que ingresan en sitios reservados a usos institucionales y actúan en consecuencia. Al respecto, es claro que la madurez y la inteligencia de los usuarios se manifiesta con absoluta claridad mediante su forma de participar, en obvio a las características del medio que utilizan. Una acción fuera de los propósitos explícitos del medio es, sin duda alguna, un despropósito; irrespeta y violenta las reglas del juego comunicativo y, en ese sentido, propicia la incomunicación.

Cabe aclarar que a nadie se impide decir simplezas y sostener necedades; postular creencias religiosas y compartir arrebatos místicos que insinúan algún torvo afán evangelizador; colmar el espacio de fotos editadas con mensajes cursis o simplemente ridículos, o dedicadas a estimular el morbo y exhibir el subdesarrollo mental y emocional de quien comparte. Las expresiones de un sentido del humor presa de conflictivas psicosexuales no resueltas, de filias y fobias encapsuladas en manifestaciones cercanas a la oligofrenia, de fijaciones bajunas, de simple y llana vulgaridad, pueden tener cabida en espacios expresamente anfitriones de basura, porque el derecho a la pestilencia intelectual seguramente cuenta como derecho humano reivindicable por la Comisión Nacional de Derechos Humanos o la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

¿Usted vería bien que en un espacio institucional se desatara una epidemia de saluditos ñoños, chistecitos varios, cuadritos con bendiciones y chismes diversos? ¿No sería más prudente reservar este tipo de publicaciones a chats de carácter trivial o informal que respondan a formas de sociabilidad rudimentaria?


Por otra parte, la apertura indiscriminada de un chat, (en el sentido de admitir cualquier contenido), creado para responder a las necesidades de información y comunicación de un grupo unido por objetivos formales comunes, si bien es cierto que aparenta libertad, democracia e inclusión, acaba por caer en la ciénaga del capricho, la intrascendencia, el berrinche, la manipulación y la exclusión por hartazgo, por el cansancio de sus usuarios y pronto deja de cumplir sus fines. Se convierte en un medio de incomunicación y desinformación de sus integrantes. La auténtica expresión de la libertad es cuando la acción responde a la necesidad informativa de los usuarios de un medio. Lo demás es banal, superfluo y empobrecedor. ¿Para qué envilecer la inteligencia con la vacuidad del abuso? Y usted, ¿ya vació su chat?

domingo, 15 de mayo de 2016

El Día del Maestro o la paradoja laboral

                           “Esperemos lo que deseamos, pero soportemos lo que suceda” (Cicerón).

Como es tradicional, la Universidad de Sonora “reconoce” a sus académicos cada año con motivo del día del maestro. En ampulosa ceremonia debidamente publicitada, la administración hace discursos y entrega reconocimientos en papel, apropiadamente enmarcados, para que se puedan lucir en las paredes de cubículos o egotecas particulares; asimismo, se hace entrega de un cheque cuya cantidad se desprende de alguna tabla basada en los años laborados y el monto dispuesto para tales efectos. Es obvio que este instrumento bancario ejerce un considerable poder de convocatoria.

Por orden ascendente de antigüedad van pasando los agraciados para recibir su constancia y un sobre que materializa las expectativas racionales ligadas al tiempo de cada docente, pero también de la administración que, como su nombre lo indica, filtra, matiza, promueve y manipula los avatares de la trayectoria académica y los claroscuros del Contrato Colectivo de Trabajo, y establece en cada caso los huecos e intersticios del clausulado que puede ser violado sin muchas explicaciones más allá de la excusa de la responsabilidad institucionalidad por la “excelencia” y el cumplimiento del compromiso institucional con los sonorenses. Los aplausos endulzan los oídos y las conciencias del protagonista en turno, que goza de las mieles de la adrenalina escénica y la repentina sensación de ser, por cosa de 15 segundos, el centro de la atención oficial que lo ve como alguien tangible y transitoriamente significativo.

Si el pan es el cuadro con el reconocimiento y el cheque bancario, el circo es el auditorio, las luces, el sonido y la forzosa presencia y conducción de las autoridades, frente a una tropa variopinta de asalariados con títulos y constancias que forman la base académica, el fundamento de la calidad y la excelencia encarnadas en personas que ostentan nombre, apellido, título y expectativas de un mejor futuro laboral merced a la eventual valoración del trabajo que realizan; ahora presentes como protagonistas, pero tal como en la realidad cotidiana, su lugar está abajo llenando las butacas del auditorio, obedeciendo el protocolo, esperando ser llamados, dispuestos a recibir de algún funcionario el reconocimiento, saludar de mano, sonreír, no entretenerse mucho para no afectar la continuidad y fluidez de la ceremonia; entender que esas autoridades que hace poco le patearon el trasero y se pitorrearon de su dignidad merecen el agradecimiento de quienes reciben públicamente, sólo por hoy, el reconocimiento y el aplauso. Después de todo, las violaciones al contrato colectivo son parte de la vida cotidiana y la ceremonia del día del maestro se tiene sólo una vez al año.

¿Cómo negarse a asistir a una ceremonia donde le van a dar algo así como dos papeles, uno enmarcado y otro ensobrado, frente a sus pares? ¿Acaso no es importante dejar el anonimato del trabajo cotidiano y la insignificancia laboral tras las violaciones contractuales, denuncias y reclamos que se formalizan en los pliegos petitorios, los oficios, pronunciamientos y protestas, por unos segundos de visibilidad? ¿Acaso no es seductor dar la mano al rector, a los secretarios, frente a esa pequeña muchedumbre, una vez cada cinco años, en una ceremonia que cada año hace aparecer las antigüedades laborales como mérito académico? ¿Quién se puede resistir a la posibilidad de ser juzgado solamente por el rasero del tiempo y el aguante? ¿Por el tamaño del cuadro y el cheque?

Pero, más allá de las diferencias de asiento y figura nos une el espacio y el tiempo que compartimos, la despolitización por la beca que actúa como mordaza psicológica, como freno de caballo que entra por la boca y limita la mente y la lengua; nos une el prurito de lo políticamente correcto, la mansedumbre de una madurez ficticiamente confundida con la apatía y la resignación que convierte al sindicalismo en una excusa para la reivindicación de clientelas, de ineptitudes, de faltas y complicidades, al margen de principios, valores y disposiciones estatutarias y contractuales. Cínicamente se pudiera pensar, ¿para qué me sirve el sindicato si puedo dedicarme a la cosecha de puntos traducibles en salarios mínimos? Si la corrupción da dinero, ¿quién se puede animar a declararse culpable ante un jurado de simuladores?

Aunque tanto el reconocimiento como el cheque se pueden recoger cualquier día hábil después de la ceremonia, ¿quién, más allá de unos cuántos, hace ejercicios de dignidad y no asiste a esa farsa conmemorativa carente de sentido y respeto? ¿No cuentan los agravios a los maestros total o parcialmente desprogramados, a los afectados en su salario, a quienes no ha valido su trayectoria para alcanzar una mayor categoría y nivel, a quienes se ven marginados en el ejercicio de sus derechos contractuales? ¿Las ofensas, prepotencia y desprecio de una administración mareada arriba de un ladrillo clientelar, no pesan?

Tiempo de reflexionar sobre la universidad y lo universitario, sobre la educación superior y la educación pública en general, sobre el papel del docente que es sindicalista en sus ratos libres de tortibecario, sobre el destino de las organizaciones de cara a un sistema que por un lado reconoce el mérito y trascendencia de los académicos pero que por otro dispone normas que proletarizan y limitan las posibilidades de desarrollo profesional de los trabajadores académicos. Hora de replantear el contenido de la autonomía universitaria y la del profesional universitario. Hora de decisiones sobre el rumbo y las estrategias de lucha por la sobrevivencia gremial y la integridad institucional.


El día del maestro conserva la forma, pero es indudable que su contenido ha cambiado; se ha vaciado del valor, el respeto y la dignidad del académico; del amor y la lealtad hacia una institución del pueblo y para el pueblo. Ahora importa más la forma que el contenido, y el precarismo académico es una realidad que más valdría atacar que ignorar ya que la relación sado-masoquista en que se ha convertido el proceso de revisión salarial y contractual sugiere la necesidad de revalorar el sindicalismo, fortalecer la unidad y elevar el nivel de conciencia de los universitarios. La universidad debe seguir siendo la conciencia crítica de la sociedad y eso no será posible sin un sindicalismo fuerte y comprometido con el conocimiento y con las acciones que impulsen el desarrollo y el progreso de Sonora. 

lunes, 2 de mayo de 2016

Mayo y el dinosaurio

                     “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (Augusto Monterroso).


Nadie sabe cómo, tras un año más de ultrajes, ninguneos, provocaciones, hostigamiento y represión, engaños y demagogia contra los trabajadores, el gobierno sigue tan campante afinando sus discursos sobre la paz laboral, la atracción de inversiones, las conveniencias de seguir conteniendo los salarios, la desindexación del salario mínimo, las alzas en los precios de los bienes y servicios, la atomización y precariedad del empleo, la inseguridad laboral y las disculpas y excepciones por la compulsión por violar los contratos colectivos. Como si no pasara nada, la clase patronal sigue quejándose de la inseguridad, de lo caro que les sale el caviar y las vacaciones en EE.UU., Europa y los viajes y comunicación con los paraísos fiscales internacionales de moda, y señalando la urgencia de un cambio en la cultura laboral que permita abaratar los costos y aumentar la productividad.

Tal parece que la clave del éxito económico de las empresas, gobierno y sistema depende de que los trabajadores entiendan y aprendan cuál es su papel en la bonanza económica que el sistema promete y que, por fallas humanas, no cumple. ¿Cómo culpar al modelo económico y la ideología neoliberal de arruinar la vida social, económica, política y natural del planeta, si todo recae en la conducta del trabajador? ¿Acaso no es él quien maneja la maquinaria y el equipo, se encarga del mantenimiento, conduce los vehículos, carga y descarga, vigila instalaciones, atiende al público, está en la línea de producción, se encarga de la distribución y además consume?

El “empleado del mes” debe ser alguien que reduzca al mínimo su subsistencia pero que al mismo tiempo sea capaz de consumir la chatarra producida por las transnacionales avecindadas entre nosotros. Debe tener y mantener el pago mínimo y los intereses de alguna cuenta en acreditada casa bancaria o comercial que concede crédito y ofrece un día sí y otro también los beneficios del endeudamiento como forma de vida y destino de sus clientes.

Debe resistir la tentación de cuestionar tanto la política salarial como la precariedad del empleo, así como los altos costos de la vida; está obligado, en obvio de la corrección política, a dar muestras de madurez y no estallar huelgas que, aunque justas, pueden “ahuyentar inversiones” y manchar la imagen de gobernantes y funcionarios oficiales e institucionales.

Mientras ve y padece la violación de su contrato colectivo, se debe sentir obligado a aceptar “un mal arreglo antes que un buen pleito”, porque la sociedad aborregada espera de él no un grito de rebeldía sino un balido que lo haga formar parte del rebaño. Si es empleado comercial, bancario, burócrata u obrero, está obligado a poner por encima la productividad y las ganancias de la empresa antes que su bienestar personal y familiar; si es docente, debe aguantar las cadenas del chantaje, la manipulación y el desprecio institucional y sacrificarse en aras de la “calidad académica” y la desnaturalización de su empleo: No es un profesional que merece consideración y respeto, con derecho a exigir no sólo reconocimiento sino un salario decoroso que le permita vivir dignamente, sino un “apóstol” de la educación que bien puede ser ignorado mientras cumpla un horario, llene formatos y acepte las medidas oficiales en contra de la educación pública nacional.

El docente es un profesional que por la naturaleza de su trabajo se autoevalúa cotidianamente, es capaz de autocorregirse, de mejorar guiado por su vocación y su experiencia, sin embargo, debe ser evaluado por burócratas que no tienen idea de lo que es la función docente en un país como el nuestro pero que, en cambio, están atentos a las consignas, recomendaciones y presiones de los organismos financieros internacionales, las corporaciones trasnacionales y las modas que impulsan e imponen a los países de la periferia capitalista neoliberal. La evaluación punitiva contra los maestros y la reforma unilateral al Estatuto del Personal Académico universitario forman parte del mismo paquete de medidas de la contrarreforma educativa del sistema, nopalero y periférico, que azota nuestro país.

Ante esta situación de auténtico golpe de estado y cancelación de derechos y garantías fundamentales para la clase trabajadora mexicana, se impone la unidad, la información y el análisis permanente y transparente de nuestra realidad, así como de las acciones oportunas y consensuadas de las organizaciones sindicales, que permita a sus miembros tomar conciencia de la gravedad y urgencia de las luchas y la importancia de sostener una oposición firme y decidida contra las modificaciones unilaterales y arbitrarias de las condiciones de trabajo y los mecanismos de ingreso, promoción y permanencia consagrados en la norma vigente y el contrato colectivo de trabajo. Lo que está en juego es el futuro de la clase trabajadora y la calidad y el carácter de la educación y el progreso nacional.


Este 1 de mayo, la música y la estridencia de un festejo patrocinado por el sector oficial no pudo ocultar la presencia y la voz de los trabajadores, ni pudo disimular las ofensas, el desprecio y la represión infligidos a los inconformes. La ausencia de la gobernadora Pavlovich sólo sirvió para subrayar lo que todo mundo sabe: cuando los trabajadores tomaron la calle y marcharon, el dinosaurio todavía estaba allí.