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domingo, 15 de mayo de 2016

El Día del Maestro o la paradoja laboral

                           “Esperemos lo que deseamos, pero soportemos lo que suceda” (Cicerón).

Como es tradicional, la Universidad de Sonora “reconoce” a sus académicos cada año con motivo del día del maestro. En ampulosa ceremonia debidamente publicitada, la administración hace discursos y entrega reconocimientos en papel, apropiadamente enmarcados, para que se puedan lucir en las paredes de cubículos o egotecas particulares; asimismo, se hace entrega de un cheque cuya cantidad se desprende de alguna tabla basada en los años laborados y el monto dispuesto para tales efectos. Es obvio que este instrumento bancario ejerce un considerable poder de convocatoria.

Por orden ascendente de antigüedad van pasando los agraciados para recibir su constancia y un sobre que materializa las expectativas racionales ligadas al tiempo de cada docente, pero también de la administración que, como su nombre lo indica, filtra, matiza, promueve y manipula los avatares de la trayectoria académica y los claroscuros del Contrato Colectivo de Trabajo, y establece en cada caso los huecos e intersticios del clausulado que puede ser violado sin muchas explicaciones más allá de la excusa de la responsabilidad institucionalidad por la “excelencia” y el cumplimiento del compromiso institucional con los sonorenses. Los aplausos endulzan los oídos y las conciencias del protagonista en turno, que goza de las mieles de la adrenalina escénica y la repentina sensación de ser, por cosa de 15 segundos, el centro de la atención oficial que lo ve como alguien tangible y transitoriamente significativo.

Si el pan es el cuadro con el reconocimiento y el cheque bancario, el circo es el auditorio, las luces, el sonido y la forzosa presencia y conducción de las autoridades, frente a una tropa variopinta de asalariados con títulos y constancias que forman la base académica, el fundamento de la calidad y la excelencia encarnadas en personas que ostentan nombre, apellido, título y expectativas de un mejor futuro laboral merced a la eventual valoración del trabajo que realizan; ahora presentes como protagonistas, pero tal como en la realidad cotidiana, su lugar está abajo llenando las butacas del auditorio, obedeciendo el protocolo, esperando ser llamados, dispuestos a recibir de algún funcionario el reconocimiento, saludar de mano, sonreír, no entretenerse mucho para no afectar la continuidad y fluidez de la ceremonia; entender que esas autoridades que hace poco le patearon el trasero y se pitorrearon de su dignidad merecen el agradecimiento de quienes reciben públicamente, sólo por hoy, el reconocimiento y el aplauso. Después de todo, las violaciones al contrato colectivo son parte de la vida cotidiana y la ceremonia del día del maestro se tiene sólo una vez al año.

¿Cómo negarse a asistir a una ceremonia donde le van a dar algo así como dos papeles, uno enmarcado y otro ensobrado, frente a sus pares? ¿Acaso no es importante dejar el anonimato del trabajo cotidiano y la insignificancia laboral tras las violaciones contractuales, denuncias y reclamos que se formalizan en los pliegos petitorios, los oficios, pronunciamientos y protestas, por unos segundos de visibilidad? ¿Acaso no es seductor dar la mano al rector, a los secretarios, frente a esa pequeña muchedumbre, una vez cada cinco años, en una ceremonia que cada año hace aparecer las antigüedades laborales como mérito académico? ¿Quién se puede resistir a la posibilidad de ser juzgado solamente por el rasero del tiempo y el aguante? ¿Por el tamaño del cuadro y el cheque?

Pero, más allá de las diferencias de asiento y figura nos une el espacio y el tiempo que compartimos, la despolitización por la beca que actúa como mordaza psicológica, como freno de caballo que entra por la boca y limita la mente y la lengua; nos une el prurito de lo políticamente correcto, la mansedumbre de una madurez ficticiamente confundida con la apatía y la resignación que convierte al sindicalismo en una excusa para la reivindicación de clientelas, de ineptitudes, de faltas y complicidades, al margen de principios, valores y disposiciones estatutarias y contractuales. Cínicamente se pudiera pensar, ¿para qué me sirve el sindicato si puedo dedicarme a la cosecha de puntos traducibles en salarios mínimos? Si la corrupción da dinero, ¿quién se puede animar a declararse culpable ante un jurado de simuladores?

Aunque tanto el reconocimiento como el cheque se pueden recoger cualquier día hábil después de la ceremonia, ¿quién, más allá de unos cuántos, hace ejercicios de dignidad y no asiste a esa farsa conmemorativa carente de sentido y respeto? ¿No cuentan los agravios a los maestros total o parcialmente desprogramados, a los afectados en su salario, a quienes no ha valido su trayectoria para alcanzar una mayor categoría y nivel, a quienes se ven marginados en el ejercicio de sus derechos contractuales? ¿Las ofensas, prepotencia y desprecio de una administración mareada arriba de un ladrillo clientelar, no pesan?

Tiempo de reflexionar sobre la universidad y lo universitario, sobre la educación superior y la educación pública en general, sobre el papel del docente que es sindicalista en sus ratos libres de tortibecario, sobre el destino de las organizaciones de cara a un sistema que por un lado reconoce el mérito y trascendencia de los académicos pero que por otro dispone normas que proletarizan y limitan las posibilidades de desarrollo profesional de los trabajadores académicos. Hora de replantear el contenido de la autonomía universitaria y la del profesional universitario. Hora de decisiones sobre el rumbo y las estrategias de lucha por la sobrevivencia gremial y la integridad institucional.


El día del maestro conserva la forma, pero es indudable que su contenido ha cambiado; se ha vaciado del valor, el respeto y la dignidad del académico; del amor y la lealtad hacia una institución del pueblo y para el pueblo. Ahora importa más la forma que el contenido, y el precarismo académico es una realidad que más valdría atacar que ignorar ya que la relación sado-masoquista en que se ha convertido el proceso de revisión salarial y contractual sugiere la necesidad de revalorar el sindicalismo, fortalecer la unidad y elevar el nivel de conciencia de los universitarios. La universidad debe seguir siendo la conciencia crítica de la sociedad y eso no será posible sin un sindicalismo fuerte y comprometido con el conocimiento y con las acciones que impulsen el desarrollo y el progreso de Sonora. 

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