Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

domingo, 22 de julio de 2018

La ola reaccionaria


“Los que hacen imposible la revolución pacífica harán inevitable la revolución violenta”
(John F. Kennedy).

Así como vienen las cosas así se van, pero existe una fuerte tendencia a conservar el bien presente contra lógica, contra viento y marea, a contrapelo, entre otros conceptos ilustrativos de la resistencia al rumbo electoral decidido en las urnas. Algunos se empeñan en permanecer en el status de privilegio que la coyuntura les concedió en medio de la algarabía del logro político, del ascenso al poder, del acceso a las bondadosas latitudes del presupuesto, de la holgura en el ingreso, de la manga ancha del gasto, de la impunidad que viene con el cargo y las conexiones hechas a golpe de promesas, complicidades y afinidades porque ¿cómo dejar ir lo que se supone un logro no sólo político sino patrimonial?

La seducción del puesto y sus prerrogativas, empezando con la posición que se ocupa en la escala alimenticia del sistema, la consideración social y el poder de manipular la voluntad de los demás que incluye la posibilidad de corromper las conciencias subordinadas y torcer el brazo de la ley a gusto y contento, son irresistibles a la mentalidad subdesarrollada de quien sube en la ola que se impulsa bajo los supuestos de un gobierno cuya maquinaria se aceita con venalidad, nepotismo, tráfico de influencias, fraude y enriquecimiento “inexplicable”. Estamos tan acostumbrados a la discriminación que parece natural que existan enormes contingentes humanos anclados en la carestía más profunda que se ve normal que algunos gocen de privilegios y excesos y qué mejor que ser uno de ellos y hacer camino pisando sobre las cabezas de los demás en la ruta del ascenso político, la riqueza personal y el reconocimiento social. 

En este contexto, resulta necesario que haya “arriba” y “abajo” en la sociedad, porque la horizontalidad democrática es un serio obstáculo para tener la sensación de superioridad, de pertenencia a ese estrato destinado al gobierno y la administración de la nación y sus recursos. Los horrores de una sociedad equitativa, justa e incluyente acogotan a los próceres y despiertan temores insuperables: ¿ahora cualquiera puede tener el privilegio de mandar?, ¿las elecciones pueden ser ganadas por cualquiera mediante el simple expediente de tener una mayoría de votos?, ¿puede llegar al poder la oposición chaira, grasienta, greñuda y corriente, la chusma que sigue a López Obrador? Tras el 1 de julio quedó claro que sí, pero también que los beneficiarios del sistema se resisten y lo seguirán haciendo, acostumbrados a ganar “haiga sido como haiga sido”.

Ya ve usted que pronto empezaron a surgir supuestas irregularidades, verdaderos actos de difamación contra AMLO y partido triunfante, destacando el INE como arma contra la oposición al viejo régimen prianista, así como reclamos airados de promesas incumplidas ¡a meses de la toma de posesión presidencial!

Tenemos un prianismo impúdico, faccioso y desesperado hasta el ridículo, que apenas logra mantener un tono aparentemente civilizado al reconocer la evidente derrota, pero sin dejar de regatear lo que es claro: AMLO y Morena ganaron mayoritariamente por la voluntad electoral de un pueblo harto, cansado y francamente indignado, aunque capaz de tener esperanzas del cambio verdadero. Perdió el PRIAN y ganó la posibilidad de tener un gobierno del pueblo y para el pueblo, así que la difamación y la calumnia son instrumentos que se emplean para socavar los cimientos de una sociedad que está por construirse. La ola reaccionaria descarga su fuerza contra la posibilidad de cambio, contra las expectativas de millones de ciudadanos que ya decidieron qué es lo mejor para todos, pero los estallidos de miseria política, de chismografía pura, de mala leche y poca madre no pasarán de ser parte del anecdotario popular.

La guerra contra el próximo gobierno incluye medidas como el aumento extraordinario en los sueldos de los altos funcionarios de gobierno, la resistencia de magistrados y jueces a la política de austeridad que afectará sus ofensivos ingresos, las manifestaciones ratoneras de personajes de opereta como el encapuchado que parasita Chiapas y que saca la cabeza cada vez que hay que atacar a López Obrador, las amenazas empresariales ahora matizadas, los contratos de deuda vía préstamos de organismos financieros internacionales y los golpes o intentonas de golpe legislativo como los de Morelos, Sinaloa y Sonora.

En el caso de Sonora llama la atención la absurda maniobra de citar a una sesión extraordinaria del Congreso para socavar y disminuir las facultades de este órgano legislativo que representa la soberanía popular en beneficio de la gobernadora, que podría vetar las iniciativas del cuerpo legislativo próximo a entrar en funciones e impedirle hacer reformas y atarlo de manos en materia presupuestal. Una verdadera caricatura del más bajuno autoritarismo que rompería el equilibrio entre poderes y socavaría los cimientos de nuestra de por sí endeble democracia. Como se sabe, el golpe autoritario no pudo consumarse gracias a que no cuajó el acuerdo entre PRI y PAN que garantizaría impunidad para personajes del albiazul, más la protesta popular y a la lógica de los tiempos legislativos, aunque aún podemos esperar nuevos intentos.

En los tiempos que corren se impone la prudencia, la valoración serena de lo que se dice y lo que se hace, la capacidad de discernir lo que mejor conviene al país y la ruta más viable para lograr el objetivo propuesto. Son tiempos de rectificar, de replantear las cosas, de asumir la responsabilidad del cambio, de orientar nuestros esfuerzos en aras de lograr un mejor futuro para todos. El PRIAN y satélites deben entender que ya perdieron, que el infame sistema que defienden debe cambiar, porque la sociedad ya cambió.

domingo, 15 de julio de 2018

La nueva descentralización


“En materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar” (Sir Francis Bacon).

¿Y usted, ya terminó de celebrar? Le diré que estamos instalados en un razonable optimismo debido a la llegada de una nueva opción en el panorama político nacional y local, que cambia la perspectiva de un sistema aburridamente depredador y lesivo para los trabajadores y sus familias, reproducido en los discursos y en las prácticas de quienes detentan el poder y mentalizado en el simple ciudadano de a pie.

La experiencia de décadas de civilidad ficticia nos reduce a algo así como conciencias estrujadas por una realidad traumática y lesiva, indignante y perversa, que se reconoce pero que sus daños hacen que el ciudadano común se resista a aceptar la posibilidad del cambio, víctima de la incertidumbre de que las promesas eventualmente se conviertan en una realidad que no acabamos de digerir. Imagínese usted ya no tener enfrente al PRI o al PAN para reprocharle lo jodidos que estamos y lo mal que tendremos que estar con este sistema de mierda que nos acojona un día sí y otro también. Da “cosa” tener que redirigir nuestras expectativas y posibilidades en la dirección del cambio, de la novedad que campea en la nación desde el 2 de julio. Es fácil ver cómo el neoliberalismo genera una especie de Síndrome de Estocolmo en sus víctimas, de ahí que podamos llegar a pensar que si cambiamos “perderemos lo que hemos logrado”.

No le voy a aburrir con el obligado recuento de las propuestas y cambios que trae consigo la llegada de Morena al poder, porque para eso está la prensa que recupera para los lectores la masa informativa que se sirve en el desayuno de cada mexicano y extranjero metiche acerca de los nuevos aires que soplarán en nuestra patria. Me limitaré a comentar algunos detalles que pueden ser relevantes o no y que podrán repercutir en el rumbo de la nación o no.

Las consignas evangélicas de “no robarás” y “no mentirás”, se juntan con la necesidad de honrar la palabra empeñada y no defraudar, así como procurar el bien común en vez del enriquecimiento personal, tanto como vivir en forma modesta, dejando el boato y la ostentación en el ejercicio del cargo para la historia sangrienta y putrefacta de los gobiernos neoliberales.

La esperanza de la honestidad como práctica de gobierno apoya la idea de que los cambios pueden ser saludables, aunque la anunciada descentralización territorial del sector público federal plantea ciertos interrogantes de índole puramente práctico. ¿Los chilangos se van a avecindar de buen grado en latitudes donde el clima y las circunstancias son distintas a las que están acostumbrados? ¿El traslado de familias enteras será posible sin alterar la dinámica de los afectados de manera importante o permanente? ¿La mudanza nacional es absolutamente necesaria para el logro de los objetivos de desarrollo “horizontal” que se propone el nuevo gobierno? ¿Los actuales mecanismos de coordinación intergubernamental y de control del gasto no son suficientes y hay que establecer la figura del “coordinador” de programas federales? ¿El gabinete presidencial repartido en el territorio nacional será funcional, eficiente y capaz de responder con la rapidez y pertinencia que se espera?

Cabe recordar que los propósitos de descentralización (¿deslocalización?) del aparato gubernamental ya se plantearon tras el terremoto del 1985 en el viejo Distrito Federal, dada la vulnerabilidad de éste ante eventos naturales, a lo que habría que agregar la actual situación de alta contaminación ambiental, escasez de agua y cuadros de ingobernabilidad propios de una megalópolis que sufre los efectos de la inseguridad y la deficiente cobertura y calidad de los servicios públicos, ya rebasados por la creciente densidad poblacional. ¿La descentralización propuesta aprovechará el viaje y tendrá entre sus objetivos y efectos de mediano y largo plazo resolver los problemas ambientales, administrativos y políticos de la Ciudad de México, o es la descongestión de ésta el origen de la descentralización del aparato gubernamental?

Recuerdo que el discurso descentralizador de la década de los 80 se apoyó en la idea de que las soluciones a los problemas y los medios para resolverlos deberían estar localizados en el mismo lugar donde se generan. De ahí surgió el fortalecimiento de estados y municipios y la hechura de los dos grandes sistemas que orientaron las acciones del sector público: el sistema nacional de planeación y el sistema nacional de coordinación fiscal; esto dio al gobierno armas técnicas y operativas poderosas, ya que cada acción debía fundarse en un diagnóstico, un pronóstico, un programa de acciones, un presupuesto que lo hiciera posible, así como mecanismos y procedimientos de control y evaluación de las acciones y del gasto. Se implementó un sistema de relaciones intergubernamentales donde se respetaban las áreas de competencia tanto del gobierno federal como de los estados y municipios. Así, los conceptos de coordinación y cooperación tuvieron presencia en el discurso de la administración pública nacional, tanto como los de pertinencia, eficiencia y eficacia.

La profesionalización de los servidores públicos fue una realidad que se degradó con la llegada de la corriente neoliberal que unió ignorancia con voracidad al despreciar al profesional de la administración en aras de favorecer y emplear a parientes, recomendados o la ola de nuevos apalancados políticos por trienio o sexenio, tanto como acatar las consignas del extranjero. Así, el servicio público fue relegado al papel de instrumentar ocurrencias, dejando de lado la planeación como ejercicio de racionalidad económica y administrativa. Como consecuencia, dejó de hacerse política para hacer negocios.

Hoy se plantea un tipo de descentralización física y operativa de gran calado que debe definirse con claridad y hacerse discernible a los ojos, no sólo de los profesionales de la administración pública, sino del simple ciudadano que lee los periódicos, ve los programas de noticias y comenta en el café o la cantina las nuevas de lo que puede ser el principio de una importante transformación en el quehacer público nacional, que nos lleve a una sociedad más justa, equitativa e incluyente. Así pues, es importante apoyar al nuevo gobierno, pero de forma crítica, sin lambisconerías ni complicidades. Hagamos posible el cambio verdadero.  

domingo, 8 de julio de 2018

Reconciliación


“En un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza” (Confucio).


El acontecimiento electoral que sigue comentándose con entusiasmo en los corrillos palaciegos, los cafetines de moda y en las cantinas citadinas es el triunfo de una oposición con signo de izquierda y planteamientos reformistas. Diríase que la oferta para el próximo sexenio es el de “poner las cosas en su lugar” sin violentar los acomodos del sistema económico más allá de ciertos límites. La tolerancia de los gringos puede ser la medida o límite en que un país dependiente haga su trabajo histórico en el concierto de las naciones y México, como sabemos, es el traspatio de la nación más belicosa del rumbo.

Sabemos que la soberanía e independencia de las naciones tiene justificaciones históricas y culturales frente a las consideraciones económicas que pueden llegar a transgredir aspectos sentidos de identidad y visión de futuro. Estamos conscientes de que la vecindad con el Tío Sam nos ha costado medio territorio nacional en 1848 y, en la actualidad, una autoestima que tiende al autogol antes que la anotación de un triunfo frente a las transnacionales del comercio, la energía y los servicios, pero también sabemos que muchas de las derrotas han sido producto de la corrupción, la negligencia y la traición.

Más allá de la triste página histórica en la que Santa Anna rindió sus armas frente el extranjero pese a comandar un ejército con superioridad numérica, tenemos la implantación del modelo neoliberal, impulsado por Salinas y continuado por los ocupantes de la silla presidencial hasta Peña Nieto, último presidente claramente entregado a los caprichos de EEUU y organismos financieros internacionales, que ha profundizado la liquidación de los recursos nacionales y que ha legislado en favor de la desnacionalización del patrimonio y la injerencia extranjera en materia económica, financiera, ideológica y de seguridad nacional. Nadie puede negar los efectos perversos de la implantación de un modelo apátrida a partir de la década de los 90, pero tampoco que ha sido debido a la debilidad y desorganización de un pueblo que parece desear no saber, no oír y no ver que la pasividad lo condena a ser víctima del extranjero por temor a ejercer una soberanía que debe defenderse cotidianamente. El 1 de julio de 2018 es la fecha en que esa pasividad comodona parece resquebrajarse en aras de llegar a ser lo que debemos ser.     

Creo que la oferta de López Obrador no es revolucionaria pero sí reivindicativa; parece más de rescate del espacio público y de empoderamiento ciudadano que de transformaciones radicales que trastoquen nuestras relaciones con el exterior de manera dramática y unilateral. Se trata de limar las aristas de un modelo depredador que propicia enriquecimientos ilícitos, básicamente mediante la instauración de la transparencia, honestidad y probidad del ejercicio público en los términos de la honorable medianía que postulaba Benito Juárez. De ahí que el acento se ponga en el combate a la corrupción, el respeto a la ley y la modestia que debe observar en todo momento el funcionario público.

Lo anterior, desde luego, debe complementarse con el diseño de políticas públicas de carácter nacionalista, que permitan recuperar el crecimiento económico y los mecanismos de distribución y redistribución del ingreso, en aras de lograr el impulso del empleo y el ingreso dignos. Como salta a la vista, la legislación laboral, educativa, financiera, comercial, energética e industrial, entre otras, habrán de revisarse en beneficio de los fundamentos legales de un nuevo proyecto de nación, pues de otra manera se quedaría en buenas intenciones, pero sin posibilidades reales de aterrizar en un plan de desarrollo que unifique y oriente los esfuerzos nacionales.

López Obrador ha planteado la necesidad de lograr la paz con justicia, frente a la ola de delincuencia que azota al país; y muchas voces expresan que debe haber, tras el triunfo, un proceso de reconciliación nacional. Es evidente que no puede haber reconciliación sin justicia, sin apego estricto a la ley. Es en ese sentido que las acciones de los anteriores gobiernos deberán analizarse y juzgarse de acuerdo a las normas jurídicas vigentes y, desde luego, a su constitucionalidad, más allá de cesiones y concesiones turbias y ajenas al interés nacional. Cabe recordar que los gobiernos neoliberales dieron en modificar la Constitución a modo, de acuerdo al interés de las corporaciones transnacionales, con una evidente y criminal intención de desmantelar el aparato productivo nacional y profundizar así la dependencia respecto, principalmente, a nuestros vecinos del norte. De estas acciones se desprende una legislación secundaria que tiene que ser revisada a fondo y reorientar las normas en estricto apego al interés nacional.

Es claro que la reconciliación debe tener como prioridad el interés general por encima del particular y apuntar siempre al logro del bien común. Esa, me parece, debe ser la tarea del próximo gobierno en todos sus órdenes: federal, estatal y municipal. De la congruencia de las normas y la coherencia de las acciones depende el futuro del país. Así pues, reconciliémonos.

lunes, 2 de julio de 2018

Buscando la democracia


“Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos” (Octavio Paz).

A la hora de redactar esta nota la tendencia irreversible del proceso electoral 2018 favorece a Morena y hace posible que sus candidatos logren sus aspiraciones políticas en una proporción mayoritaria, dado que no es cosa menor hacerse con la presidencia de la república y una mayoría en el Congreso de la Unión, además de triunfar electoralmente en diputaciones locales y ayuntamientos en proporciones nunca vistas.

Los aires del cambio tan soñado parecen soplar finalmente y las resecas expectativas de progreso y bienestar de la inmensa mayoría de los habitantes de nuestro país empiezan a sentir la proximidad de una transición tan inquietante como alentadora. ¿En el tiempo que le queda a EPN, seguirán aprobándose al vapor las iniciativas que liquidan nuestro patrimonio nacional y los derechos de los trabajadores? ¿Las privatizaciones avanzarán de prisa porque el tiempo de los cambios legales se aproxima y diciembre está más cerca de lo que pensamos? ¿Si anímicamente estamos cambiando, real y objetivamente también lo estamos haciendo? ¿La buena nueva electoral será como una inyección de adrenalina en el corazón de un ente agónico? ¿Cambiarán los personajes, pero el sistema seguirá tan campante? ¿Se irán del país los que así amenazaron o esperarán a llegar a acuerdos y componendas con las nuevas autoridades? ¿El capital nuevamente demostrará lo acomodaticio que puede ser con tal de cumplir sus expectativas de lucro y poder? ¿Caeremos en una espiral de gatopardismo democrático cuyo resultado es cambiar para no cambiar, en una conclusión digna de Perogrullo? ¿Somos los mismos, pero ya no tanto? ¡Cielos! ¡La duda me corroe la suela de los zapatos y la costura de los calcetines! Siento que los botones de mi camisa me miran con ojos expectantes.

Sucede que acabamos de ser testigos y actores de un hecho sin precedentes: Un partido joven acaba de vencer en todo lo alto al añejo duopolio del poder en México: el PRI y el PAN son ahora la virtual oposición a Morena en el juego que decide las opciones del país en materia de progreso y bienestar con libertad e independencia, y eso pesa mucho, quizá demasiado para digerirlo a botepronto. Que el PRI-AN y cauda de satélites hayan sido vencidos por la voluntad popular que pudo remontar las trapacerías de costumbre, las llamadas telefónicas y mensajes intimidatorios, las manipulaciones informativas, los acarreos y compra de votos, las ridículas trampas a la hora de depositar el voto y la carga emocional de las presiones de inversionistas y empleadores que amenazaron a sus trabajadores con despidos y a la sociedad con irse a otro país donde se hiciera su voluntad y no la de los ciudadanos hartos, indignados y agraviados más allá de lo imaginable.

En la casilla que nos tocó votar, nos dieron las ocho, las nueve y las diez para finalmente poder depositar nuestro sufragio, porque la señora directora de la escuela que hace tradicionalmente de sede electoral simplemente no quiso abrir el recinto y hubo que llamar a un cerrajero, previo acuerdo de los funcionarios y representantes electorales. La elección empezó tarde, se contó con la presencia de un individuo que dedicó su tiempo a provocar al presidente de casilla mediante comentarios burlescos y actitud retadora. Por fortuna el ciudadano funcionario electoral aguantó la andanada de estupideces y el proceso no tuvo tropiezos legales para llegar a buen puerto. Como en pocas elecciones, notamos que había un ambiente cargado de expectativas y de deseos de hacer valer la voluntad popular. El cambio estaba a la mano y los dedos y la pluma se encargaron de documentarlo en la boleta electoral. El resultado fue evidente y palpable: una verdadera oleada de gente votó por la opción representada por López Obrador. Al final del día se había escrito la historia.

Un día después, no faltó quien levantara un dedo acusador contra el futuro posible y lanzar la consabida frase de “te estaré vigilando”. Queda claro que el pasado tiene pobres analistas y el futuro mejores amanuenses cuando hay intereses políticos o económicos que defender mediante una módica cuota por los servicios prestados. De aquí en adelante, estamos obligados a recuperar y hacer la historia, a acompañar al nuevo presidente por los sinuosos caminos de la política nacional e internacional, a alzar la voz cuando sea necesario y oportuno, a recuperar la estima y el respeto internacional, a reconstruir la nación, a diseñar su futuro de manera independiente y siempre mirando al sur, unidos fraternalmente con el resto de América Latina y el Caribe.

Tenemos claro que el dinosaurio aun está ahí, que los problemas siguen porque sus causas siguen, que la corrupción existe e influye, que la miseria y la marginación son insultantes, que los derechos laborales y sociales de los trabajadores y sus familias siguen siendo afectados, que la delincuencia avanza y la sangre sigue corriendo en el campo y la ciudad, y que la sombra de las trasnacionales se cierne sobre nuestros recursos y amenaza nuestra soberanía. Pero también tenemos claro que si votamos por el cambio debemos actuar y defender el cambio. Que así sea.