Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

martes, 30 de marzo de 2021

Marchas que no se ven

 

“El secreto del cambio es enfocar toda tu energía, no en la lucha contra lo viejo, sino en la construcción de lo nuevo” (Sócrates).

 

El pasado domingo 28 de marzo algunos automovilistas que cruzaban por Oaxaca y Pino Suárez, justo frente a la sede de Morena Sonora, se percataron de que había un grupo de personas participando en un mitin.

Independientemente de la molestia de tener que desviar su camino y que algunas patrullas bloqueaban el tránsito como para evitar una mayor concentración de gente, no pocos se enteraron de que la manifestación ciudadana era para reclamar democracia y transparencia en los procesos electorales de Morena.

Ahí estaban aspirantes a diputaciones, alcaldías, militantes de a pie, familias seris, el infaltable grupo de apoyadores de las causas ciudadanas y algún mirón ocasional con espíritu solidario.

El contingente tuvo que trasladarse a espaldas del IEE a seguir con su propósito de visibilizar el despiporre con olor a dedazo que flota en los pasillos del partido guinda: el reclamo es simple y se centra en la necesidad de abandonar las viejas prácticas heredadas del PRI, porque demanda “no reelección”, “no imposición”, “no al dedazo”.

Nos preguntamos si se puede ser democrático, incluyente y protagonista del cambio y al mismo tiempo resistirse al relevo de tal o cual diputado o presidente municipal, bajo el supuesto de que “lo está haciendo bien y hay que dejar que siga con su trabajo”, sin cuestionar ni contrastar el significado de “cambio”, “democracia”, “relevo institucional”, entre otros, con la práctica diaria, con el aquí y ahora de los procesos electorales.

Lo que está a la vista es una resistencia al cambio, una necesidad de que todo siga igual porque se cree que ya llegamos al paraíso de la democracia y el buen gobierno, que todo cambio debe ser visto con sospecha de “ser cosa de la oposición” y porque quienes hoy ocupan un puesto público (amigos, jefes y contactos) “están bien”.

Lo anterior viene a colación por el hecho de que en respuesta a la marcha de referencia no faltó quien publicara en redes que los manifestantes a favor de la Dra. Reina Castro Longoria estaban por la torta y que eran iguales que Frenaaa porque “así no van a arreglan nada”.

Es decir, ¿la protesta y la libre expresión de las ideas sólo obedece al interés de un grupo de ciudadanos libres por “la torta”? ¿La disidencia política no tiene mayor alcance que conseguir algo, pequeño e inmediato?

Por otra parte, los militantes o simpatizantes de Morena que protestan legal y pacíficamente contra una imposición en curso ¿son parecidos o comparables con Frenaaa, ese infame grupo reaccionario y enemigo de los cambios impulsados por la 4T?

A la descalificación facilona y mendaz se añade el vacío informativo en la mayoría de los medios y portales de noticias, como si ocultar una legitima manifestación ciudadana afectara en algo las expectativas o aspiraciones de, por ejemplo, la actual presidente municipal de Hermosillo, ungida desde ya para repetir sin necesidad de consultar clara y efectivamente a las bases de Morena.

Está debidamente documentado que quienes ocupan el cargo público por mucho tiempo terminan generando intereses distintos a los legales y legítimos que sus seguidores aplauden y reconocen.

En realidad, lo que debe permanecer no es la persona, sino la orientación política transformadora, justa, democrática e incluyente que representa la propuesta de López Obrador. El esfuerzo debe trascender a las personas y convertirse en una política de Estado, en una forma de hacer las cosas de carácter institucional, no personal.

La reelección no es un recurso sostenible desde el punto de vista moral y ético, aunque sea legal gracias a las reformas impulsadas justamente por los gobiernos del régimen anterior, los mismos que hicieron legales las reformas que ahora sustentan el robo a la nación y la pérdida de soberanía.

Morena se encuentra en una encrucijada en la que, por una parte, encabezan políticamente a un gobierno que tiene una herencia política y administrativa perversa que debe superar en beneficio de todos; y por otra, la inercia que convierte a sus militantes en continuadores involuntarios de lo mismo que dicen combatir.

Si se quiere realmente el cambio y que “la honestidad se haga costumbre”, entonces demos paso a lo nuevo, aunque duela. Por eso decimos no a la reelección.

 

    

 

   

sábado, 27 de marzo de 2021

Las campañas de hoy

 

“Quien vota a los corruptos los legitima, los justifica y es tan responsable como ellos” (Julio Anguita).

 

Las noticias de arranques de campaña, donde se habla de continuación de esfuerzos, de procesos (sic), de planes maravillosos y nunca vistos de progreso y bienestar para todos, del “ahora sí se va a poder”, de empujar “hasta donde tope” el carro del estado y la sociedad mientras se asan filetes así de gordos sin despeinarse; o las gastadas peroratas mamonas del partido tricolor o el bicolor albiceleste, encuadradas en las quemas de incienso a la propia imagen en tanto que se desacreditan los aromas ajenos, menudean en la localidad, el estado y el país.

Los murmullos de disgusto flotan en el aire mientras las muecas de asco condimentan alegóricamente el panorama pintado de más o menos lo mismo que en otros períodos electorales, como si un bostezo sirviera de subrayado fosforescente en el trillado guion de “yo la tengo más larga que aquél… mi experiencia data de tu primer descuido electoral y voy por más”, como parece enunciar el rollo de algunos ganosos colgados en la lucha del 2021.

Todo esto es bastante normal, salvo que ahora algunos podrán reciclar sus miserias y presentarlas como oferta novedosa o producto clasificado en la pasarela comicial dado que se consideran legales las reelecciones, y para pronto se apuntan quienes no se conforman con haber dado traspiés durante tres años, cantado corridos de ocasión y amenazado al pueblo a punta de guitarra y quieren seguir la fiesta del exhibicionismo y la ramplonería. En este punto del camino, ¿quién querría tropezar nuevamente con la misma piedra?

Se vale que un partido aspire seguir gobernando un municipio o un estado, pero lo que no se vale es que presenten candidatos cuyo olor a broma trasciende las formalidades electorales para ubicarse en el circo de una vanidad alimentada por la imagen a cargo que los diseñadores; o dicho en otras palabras, por la idealización de una imagen que no corresponde a la auténtica y que ahora quieren vender “de oportunidad”.

También se vale que los partidos que son cartuchos quemados, como el PRI, PAN, PRD y alguna rebaba política adicional, se pongan de acuerdo para atacar electoralmente a otro, que presenten un nuevo logotipo, nuevo nombre y se ostenten como solución de los problemas que, en buena medida, ellos mismos crearon.

Tampoco resulta extraño que los empresarios se instalen en el palco de los jueces temporaleros y lancen críticas al gobierno en turno, ardidos por el señalamiento de corruptos que todos pensábamos pero que hasta ahora alguien lo dice con todas las letras y demuestra las razones que le asisten.

La iniciativa privada, como siempre privada de iniciativa propia y obediente al interés del capital extranjero, no se conciben como traidores, mercachifles apátridas, o como parásitos que chupan la energía eléctrica, el agua, mientras evaden el pago de impuestos y exigen una situación de privilegio fiscal, de modosita aceptación del abuso, de complicidades legales y de abierta rebeldía al cumplimiento de sus deberes ciudadanos, y que ahora vemos que se apunta como un jugador más en el juego del 2021, pero como siempre lo hacen: tras la fachada que oculta no sólo podredumbre sino autocomplacencia.

Las campañas de hoy huelen a viejo, a decadente tufo de pasado que quiere confundirse con presente y que aspira a futuro gracias al esperado despiste de algunos ciudadanos sin mucha memoria, sin mucho interés, con quizá compromisos y con casi nada de conciencia.

Pero, seamos propositivos. Por lo pronto digamos un categórico y fuerte NO a los candidatos que insisten en seguir apoderados de México y Sonora, envueltos en las hilachas de la alianza Prianista, en la parodia del MC, en la feriecita distractora que aburre de tan simple.


Siendo pragmáticos, digamos NO al engaño de siempre, y de preferencia refrendemos el apoyo a Morena y aliados, a pesar de que algunos no sean tan tragables como quisiéramos, pero que finalmente representan la marca de la casa que debemos defender como ciudadanos que apoyamos el cambio.

Claro, se entiende que no se espera incondicionalidad o voto irracional, pero estamos en un punto en el que cada voto por Morena tiene más peso del que aparenta, justamente por lo que está en juego, que es el rescate de la nación secuestrada por un marco legal de entrega al extranjero, con jueces y magistrados apátridas y mariquitas sin calzones, con residuos de una burocracia dedicadas a la rapiña y un empresariado proxenético y corrupto.

En lo personal veo con cierta repugnancia la candidatura de algunos, pero creo que andando la carreta se acomodan las calabazas, y porque votar por el prianismo sería un absurdo.

En otro asunto, la vacuna llegará, a pesar de los “buenos” deseos de la oposición flatulenta y emberrinchada que no acaba de entender (o reconocer) que la pandemia es un problema mundial, no nacional o local.

 

   

 

 

 

 

 

sábado, 20 de marzo de 2021

Cambio de fachada

 

“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie” (Giuseppe Tomasi di Lampedusa).

 

Usted sabe que un cambio de fachada no modifica necesariamente la casa, su interior, su disposición o su destino, sino más bien la apariencia exterior, la cara, el frente que todos observan porque está expuesto al escrutinio público.

La fachada sirve como referencia, “aquella casa de color verde”, “el edificio con arcos en la planta baja” … La apariencia es importante, desde luego, pero son más importantes los cimientos de la casa, la distribución interna, los servicios con que cuenta; si es propia, rentada o prestada; si es propiedad pública o privada, si se destina a negocios o es casa familiar.

Lo anterior viene al caso si recordamos el reciente nombramiento (designación) de la Dra. Rita Plancarte Martínez como rectora de la Universidad de Sonora.

Tras un proceso duramente criticado por el sector sindical de la institución, que reclamaba dar prioridad al cambio de la ley orgánica y formalizar la demanda democratizadora, la Junta Universitaria se ciñó al procedimiento marcado por la ley vigente y abrió la convocatoria, registró aspirantes, entrevistó y seleccionó candidatos, recibió opiniones y, finalmente, designó rector.

De los tres candidatos elegibles, quedó la ya mencionada Rita Plancarte, que tiene en su haber una larga trayectoria en la burocracia universitaria: Coordinadora de programa, Jefa de Departamento, Secretaria y Directora de la División de Humanidades y Bellas Artes, Vicerrectora de la Unidad Centro. Como se ve, con raíces en el entramado del poder y las decisiones de nuestra Alma Mater.

Desde luego, hace la promesa de que se elevarán los estándares universitarios y dice que: “en cuanto a la violencia de género, es un tema que a mí personalmente me preocupa y me ha preocupado a lo largo del tiempo (...) debemos aprender a respetarnos en las formas del trato cotidiano en todo sentido, de manera que yo voy a buscar esta universidad libre de violencia de género, y si todos y todas nos esforzamos vamos a lograrlo” (El Imparcial, 17.03.21).

Recordamos que por muchos años ha sido funcionaria universitaria y con capacidad de decisión en su área de competencia, pero ¿qué ha hecho en favor de una mejor convivencia académica? ¿cómo ha influido en la equidad y el respeto entre quienes forman parte la comunidad que dirige? ¿Hay necesidad de llegar a rectoría para hacer posible la vida y la convivencia universitaria sin “violencia de género”? ¿Se vale suponer que el rector saliente y los anteriores no movieron un dedo para evitar los abusos porque eran hombres? ¿Ella se manifestó públicamente o giró alguna instrucción especial para mejorar la calidad académica y de convivencia en algún tramo de su larga carrera burocrática?

Más allá de las disposiciones institucionales no se tiene registro público de acciones en sus anteriores cargos para revertir el problema que dice preocuparle, con lo que el bote se patea hacia el período rectoral 2021-2025.

Pero, independientemente de promesas y buenas intenciones ante los medio de comunicación, la memoria reciente no registra ninguna declaración suya que apunte hacia lograr la democratización de la vida universitaria, la inclusión y el reconocimiento de todos y cada uno de los que hacen posible el avance y mejora de la Institución Universidad; quizá porque esto implicaría reconocer que la actual ley es onerosa, cargada de burocracia, inequitativa, excluyente, y pudiera decirse antidemocrática, a juzgar por la enorme estratificación que provee.

Los sindicalistas han señalado lo inapropiado e injustificable que es que un grupo de personas ajenas a la institución decidan su destino, y lo menos que usted y yo podemos hacer es darles la razón.

¿Se pensará que no existen condiciones de madurez como para que los universitarios, con un sector cargado de títulos y reconocimientos, decidan su propio destino? Entonces, ¿la autonomía es meramente enunciativa y no un estado social y político digno de aplaudirse y apoyarse en una institución académica de nivel superior?

Lo que queda claro es que la Unison sería una mejor institución si existiera corresponsabilidad entre administración y sindicatos en materia de mejoramiento laboral y académico, porque la primera cumple con sus funciones sólo si reconoce el aporte y la importancia del trabajo de los profesores e investigadores, del personal de apoyo administrativo y manual en sus diferentes áreas, tanto como las necesidades formativas de su estudiantes.

Cabe señalar que quien ocupe el cargo de rector, hombre o mujer, debiera ser una persona que represente los valores de una institución identificada y comprometida con su entorno, ligada al progreso material y cultural de la región, y no con grupos de poder enquistados en ella.

Como se dijo al principio, un cambio de fachada no va más allá de la apariencia, y no afecta lo interior, que queda oculto a pesar de ser lo verdaderamente importante.

 


lunes, 15 de marzo de 2021

Luz al final del tunel

 

“No todo lo que brilla es oro”.

 

La llegada de vacunas y la relativa disminución de contagios y muertes permite suponer que la vieja normalidad tendrá una reaparición en el escenario nacional y local. De ser así, el pronóstico de una “explosión de emotividad” parece tomar cuerpo en una sociedad que se complacía en ignorar la invisible presencia de bacterias y virus, bajo el supuesto de que lo que no se ve no existe.

Lo anterior se debe al anuncio de un posible cambio al color verde en el semáforo epidemiológico, según se comentó temprano el viernes 12, cuyo riesgo es hacer olvidar las medidas tomadas para contener el avance de los contagios gracias, entre otras, al distanciamiento social. 

Sin embargo, la amenaza del contacto físico como expresión de la cordialidad en medio de un contexto vacacional, puede resultar en una nueva oleada de contagios y muertes. Así pues, se pudiera decir que la proximidad mata, o cuando menos enferma o indispone.

De hecho, la epidemia nos ha revelado la importancia de la higiene, las bondades del aislamiento voluntario como medio para descongestionar el espacio público y proteger el ámbito personal.

A diferencia de las culturas orientales que cuidan de preservar la distancia entre personas y saludan con respetuosa inclinación de cabeza, nosotros tenemos la costumbre del contacto físico, del apretón de manos que puede ser el punto de contacto entre nosotros y los gérmenes patógenos acumulados en las manos, tan peligrosos como los que compartimos oralmente en los besos y el habla cercana al interlocutor.   

Normalmente nadie se fija en cuántas veces estrechamos la mano de conocidos y desconocidos que previamente hurgaron su nariz o se rascaron alguna parte poco recomendable de su anatomía y dejamos pasar las reglas de la higiene como si no tuvieran importancia, como si no existiera riesgo alguno al interactuar con innecesaria cercanía y compartir secreciones corporales.

Sin embargo, ahora el riesgo de contagios y la enfermedad nos han educado en una realidad que no podemos ignorar: podemos enfermar y morir y ningún ritual amistoso o de urbanidad occidental nos podrá proteger del peligro que existe y existirá mientras haya gérmenes patógenos.  

Descubrimos que hay virus y que éstos pueden sufrir alteraciones en su forma original, y que cada variante puede desarrollar mayor capacidad de contagio, aunque esto no signifique necesariamente mayor letalidad.

Sabemos que existen vacunas que nos pueden proteger de contagios o hacer que la enfermedad sea leve, como también nos enteramos de que el deterioro del ambiente se debe a la sobreexplotación de la naturaleza, y que esto tiene como consecuencia directa una mayor contaminación global y, desde luego, mayores condiciones para la aparición de nuevos o viejos virus o bacterias, potenciados por las condiciones ambientales de una sociedad en constante negación de su propia peligrosidad.

Sin embargo, la ciencia y la tecnología no nos sensibilizan de esta realidad sino que nos hacen más pragmáticos, menos responsables de los actos socialmente impactantes: si las vacunas nos protegen aunque sigamos deteriorando el ambiente que compartimos, ¿para qué cambiar de hábitos personales y sociales si tenemos una substancia química que nos da licencia para seguir haciendo lo mismo?  

El proceso de inmunización, complicado y costoso, no tendría mucho sentido en el mediano o largo plazo si no atendemos las comorbilidades, la herencia de malos hábitos alimenticios, personales, sociales, culturales, fomentados por los vendedores de chatarra y la complicidad de los gobiernos al servicio del capital transnacional.  

Tampoco tendría mucho sentido ignorar que el proceso salud-enfermedad está íntimamente ligado a la forma en que la sociedad resuelve sus necesidades. Así pues, cuando reparamos en el concepto “modo de producción” y entendemos su importancia, resulta más fácil entender que cada modo de producción en sus etapas evolutivas genera sus propias patologías; es decir, la gente no se enferma igual si vive en el siglo XV o en el XXI, si trabaja en el medio rural que en el urbano, en una sociedad desarrollada o atrasada.

La propia base tecnológica nos presenta problemas aunque también soluciones, y en estos tiempos en los que las noticias de contagios y muertes aparecen todos los días, no estaría mal que, mientras esperamos la vacuna y aplicamos los procedimientos preventivos, eduquemos también nuestra sensibilidad y cultura ambiental.

Cuando pensamos en producir, sea en la agricultura o la industria, ¿pensamos en el impacto ambiental de la actividad? ¿Conocemos los límites posibles de la explotación de los recursos naturales antes de que su impacto sea perjudicial e irreversible? ¿Protegemos a la fauna y la flora? ¿Cuidamos la calidad del agua y el ambiente?

 La relación con la naturaleza o es armónica y respetuosa, o no lo será. Las nuevas plagas mundiales así lo demuestran. Con la vacunación vemos una luz al final del túnel, pero esa luz debe ser de advertencia, un señalamiento de lo que debemos evitar por razones de estricta sobrevivencia.

En estos próximos días de asueto, con mayor razón debemos recordar que donde está la gente está el virus. 

 

  

domingo, 7 de marzo de 2021

Fantasmas del pasado

 

“Las aguas que no se mueven se estancan y corrompen”.

 Arrancan formalmente las campañas de los aspirantes a gobernador del estado y con esto los discursos en tono sentencioso, las porras entusiastas, matracas y los consejos al aire de guardar la sana distancia, evitar aglomeraciones en mítines y la inquietante sensación del déjà vu.

Sonora es el gran escenario de las monedas al aire, de las expectativas guardadas para mejor ocasión y que ahora se hacen sonar en voces que tienen olor a pueblo, percibido tras las lociones, el empaque político y la mirada fija en el puesto, el rédito electoral de una nueva edición del viejo manual de campaña acuñado por el Prian.

Son cinco candidatos de los cuales sólo vale la pena hablar de dos en términos de la fuerza político-electoral que los patrocina. El tercero es la expresión del dinero disfrazado de Movimiento Ciudadano, un parche poroso que se ofrece como alternativa temporal a quien lo pueda pagar.

De los primeros dos, uno supone la vieja fórmula encabezada por el PRI y que ahora se presenta como alianza que “Va por Sonora”, un licuado político intragable, contradictorio, quimérico si se tomara en serio: la revoltura de patas con bofe, incapaz de negar su esencia de corrupción agusanada y pestilente puesta en evidencia cuando la firma del apátrida “Pacto por México” de Peña Nieto y refrendada en su actual asociación electoral.

Frente a ellos está Morena y aliados, que representan la ola variopinta del cambio, el instrumento que permitiría dignificar la política sonorense y recuperar la confiabilidad electoral.

Es algo así como una historia que se escribe sobre un texto previo, metiendo tachones y corrigiendo faltas de ortografía; lo nuevo saliendo del pasado, como negación pragmática del mismo, como resurgimiento o renovación del propósito de cambio en una sociedad azotada por la corrupción, la mentira y la traición.

La oferta de renovación social, de regeneración nacional y local, se basa en la fuerza de impulso de López Obrador, luchador social, humanista, hombre de bien, que llegó a la presidencia de la República tras una larga lucha contra el sistema, contra lo que el llama la mafia del poder; pero, a pesar del enorme capital político de que dispone, faltan hombres y mujeres que conozcan y se comprometan con su idea de nación, y sobran apuntados de temporada que el mismo proceso irá depurando.

 Así pues, independientemente de los hombres y sus nombres, tenemos dos proyectos enfrentados electoralmente, en un contexto en el que el ciudadano común deberá decidir entre lo ya conocido y la posibilidad de cambio.

El asunto no es menor si consideramos lo fuertemente arraigado que está el pasado en la conciencia de los ciudadanos y los actores políticos del presente, esos que van a decidir el rumbo futuro del gobierno y la administración pública local.

A la fecha, las demandas más sentidas de la población han sido: economía, salud, seguridad y combate a la corrupción. Lo que se espera del próximo gobierno es que esté regido por la honestidad, vocación de servicio y cercanía con la gente. Se espera que las campañas sea limpias y propositivas, además que no sean masivas y se privilegie la comunicación en redes. (El Imparcial, 05.03.21).

Como es fácil advertir, lo que quiere la ciudadanía es exactamente lo contrario a lo que siempre ha tenido: gobiernos corruptos, tráfico de influencias y protección de negocios privados a costa del interés público, colonización transnacional de la economía, abandono de la salud y la seguridad pública en aras de satisfacer el interés privado; campañas onerosas y demagógicas con actos masivos nutridos de acarreados.

Hoy parece que sigue predominando el tono del discurso del viejo guion neoliberal, ese tono sentencioso y paternalista, de esa pestilencia conceptual que lo hace chucatoso y poco creíble aunque recurrente, quizá por las muchas décadas de educación política recibidas del PRI que crearon una forma cultural que idealiza (en el fondo y la forma) el éxito fundado en la existencia de contrastes, en la riqueza a pesar de la pobreza, en el agandalle por encima de la honestidad y el trato justo.

Época de contradicciones y paradojas que genera un discurso contradictorio porque creamos una sociedad desigual para poder hablar de igualdad desde la altura del poder, ahondamos diferencias para luego clamar por equidad e inclusión; somos esencialmente distintos pero nos comprometemos con la homogeneidad, diluyendo matices y particularidades, como si la heterogeneidad no fuera la característica central de la naturaleza.

Así pues, decir que “nosotros no somos los mismos” o “nosotros no somos iguales” es dar razón a la diferencia y dejar en claro que podemos coincidir en los propósitos del discurso, pero que nos animan otras ideas de cómo y para qué deseamos el poder.

Entre el viejo discurso electoral y el actual hay diferencias abismales en los propósitos que declaran. Uno quiere conservar sus privilegios fincados en el abuso y la corrupción, el otro en las aspiraciones legítimas del pueblo que lo anima a seguir adelante, por el bien de todos.

Por eso, Morena, sin importar el nombre del candidato, sin ver otras siglas, otros rostros, otras promesas, ocupa un lugar privilegiado en la contienda; porque es un asunto de proyectos, no de personas. Debemos dejar en paz a los fantasmas del pasado, y escribir una nueva página en la historia.