Apenas se hace uno a la idea y ya se fue
la semana que la tradición llama Santa y el calendario cívico designa como
vacaciones de primavera. Debo decir que la recibí con escepticismo, con una especie
de roñosa desconfianza, porque intuía que detrás de la cara sonriente del
asueto se escondía una garra feroz que tenía como prólogo esos días de holganza
que desembocaban en una “quincena” larga y tortuosa que abarcaba tres semanas
de gasto y desgaste de los menguados ingresos de un asalariado con título
universitario. El zarpazo de los precios de lo que antes eran subsistencias
populares invita a reconsiderar aquél curso de yoga que sonaba como ocioso
divertimento, como fumarola mística y franca pérdida de tiempo, aunque, ahora,
redimensionado por la necesidad de sacar provecho al organismo, se antoja
atractivo por las posibilidades de consumir menos calorías y así abaratar los
costos de una manutención cada vez más improbable.
Claro que la dieta es un primer
elemento a considerar en eso del recorte al gasto. Desde luego que el consumo
de carne y otros manjares antaño frecuentes en la mesa es importante por
razones de cultura y costumbre, pero resulta que vienen quedando en el cajón de los recuerdos
agradables pero ahora como artículos prescindibles a los que debemos buscar
defectos y racionalizar esa idea pavorosa de no consumirlos: la salud es lo
primero y el colesterol mata, las grasas hacen engordar y las arterias se
taponan, acarreando como consecuencia un infarto al miocardio que si no mata,
te deja con secuelas insufribles que arruinan la vida, y que de cualquier
manera acaba contigo.
La pérdida de la capacidad adquisitiva
del salario, la inflación y el encarecimiento de los bienes de consumo, además
el desabasto y la escasa variedad de los productos a la venta, sugieren adoptar
una postura austera en el consumo y extremadamente vigilante del gasto, es
decir, ahora parece obligado revisar y comparar los precios, organizar el menú
diario, buscar ofertas de temporada, enterarse de la composición de los bienes
que consumimos, buscar indicios de productos transgénicos, aprender de las
bondades de las frutas y legumbres, saber qué beneficios tienen las hortalizas
y armar platillos con un cierto atractivo que aporten nutrientes suficientes
para poder conservar el alma pegada al espinazo.
Pero, bueno, si la dieta es un renglón
ahora de moda en la reflexión cotidiana, lo atinente a la dinámica social
también resulta interesante. ¿Qué va a pasar con lo del impuesto disfrazado a
la tenencia de Padrés? ¿Qué hay del acueducto Independencia, al parecer
inicialmente alimentado con agua de pozos? ¿Qué expectativas debemos tener
respecto a la falta de recursos para la educación superior y la inminente
huelga universitaria? ¿Podrá el gobierno aportar lo necesario para resolver el
problema laboral de la UNISON? ¿Pueden y quieren las autoridades universitarias
satisfacer las demandas de los trabajadores que simplemente ejercen sus
derechos laborales? ¿Vendrán otros sacudones económicos que reacomoden nuestras
miserias como deudores-consumidores? ¿La perversidad de los gasolinazos tendrá
la compañía de tenencias disfrazadas y alzas en el agua y la luz? ¿La inflación
seguirá por encima de los aumentos del salario real? ¿Acabaremos por
acostumbrarnos a un régimen alimenticio que suponga aire, agua y grasa corporal
en medio de los días de quincena?
Si los problemas de subsistencia son
graves, es claro que la indignación va a subir a niveles probablemente audibles
para el optimismo hecho gobierno que padece atrofia auditiva y miopía sexenal. Tan
así es que las protestas prometen continuar viento en popa y los ánimos
conservar su temperatura en punto de ebullición en cuanto se reanuden las
actividades que ya nos cuestan sangre, sudor y lágrimas.
De cualquier manera, las notas
vacacionales adornan las planas de los periódicos y cobran relevancia los
personajes de la actividad comercial que se desarrolla a orillas del mar o la
carretera, o las que dan alojamiento transitorio al que puede pagar un cuarto
de hotel, sumadas a las ofertas de bebidas y comidas que se pintan de colores
exóticos en escenarios terrestres o marinos, acompañados de las precauciones
del caso: no beba alcohol más allá de su punto de aguante, no transite por
estas vías más allá de las 7 de la tarde, vigile a los menores de edad que se
encuentran en la playa, en caso de picadura de “aguamala”, lo mejor es el agua
de mar y vinagre, si toma no maneje y no suba sus fotos de viaje a la red
porque eso alerta a los malandros, entre otros avisos de ocasión.
Dice el Arzobispo de Hermosillo que
son días de meditación, de reflexión profunda y amorosa. Tiene razón. La idea
de expulsar a los mercaderes del templo hace mella en mi fuero interno, así
como la de cumplir la ley y, por amor a mis semejantes, luchar porque la ciudad
en la que nos tocó vivir sea un lugar de paz y de justicia. Pero como la paz
por la casa empieza, habrá que esforzarse por mejorar las condiciones de vida
de la familia, lo que obliga a apoyar la huelga universitaria, en caso de que
esta estalle, en la medida de las posibilidades, así como estar con los
llamados “malnacidos” y apoyar el rotundo no al alza de los impuestos. En
efecto, el hombre de Nazaret frente al sistema no vino a traer la paz sino la
guerra. Fue un revolucionario, un peligro para el sistema opresor. Por ello fue
tomado preso y crucificado, tras un
juicio oral donde el juez prefirió cosechar simpatías en vez de administrar
justicia. Así fue el sistema y así es hoy, pero el mañana está en nuestras
manos como pueblo que aspira a ser libre.