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domingo, 23 de julio de 2017

Por si las moscas

Todas las virtudes se desmoronan cuando impera el placer” (Cicerón).

Días de nublados ligeros a pesados, amenazas de ciclones y humedad a manos llenas que insinúan lluvias en los diversos rumbos de la geografía sonorense. La sensación térmica nos persuade de que estamos en el purgatorio con rumbo a las siniestras y flamígeras oquedades del infierno. Con esta idea, el olor a azufre y pedos de condenados en pleno uso de su derecho a la libre manifestación de las ideas saturan el ambiente, congestionan el buen gusto y despanzurran la decencia y, así, nos preparamos a lo peor…

Pero, si estamos en una zona de castigos propedéuticos y condenados al fuego eterno antes de agotar nuestro muy personal y privado reloj de arena vital, seguramente serán bienvenidas las muestras de que otros y no nosotros ya empezaron a abrirse la panza, en un ejercicio japonés de expiación anticipado, con el cuchillo cebollero de la opinión pública, tan atenta de los fallos y errores del vecino; tan dispuesta a poner en el cadalso a la cabeza mejor peinada; tan proclive a sacar conclusiones anticipadas a cualquier prueba o alegato. En este caso, la contemplación del destripe ajeno obra milagros en eso de la autoestima, porque somos jueces instantáneos de hechos y dichos que podemos (¿por qué no?) juzgar con la severidad y prontitud de un tribunal evidentemente lejano a los usos y costumbres nacionales (que funcione, pues).

Los hervores del infierno particular de cada cual nublan la mente, atosigan el alma, apachurran la autoestima en la misma proporción que alientan el eventual señalamiento mordaz y gratuito al otro. Somos seres sudorosos, apestosos y temporales (hay fecha de caducidad), dedicados a dejar un rastro de ADN tecnológicamente detectable por donde quiera que pasamos; nuestra huella es la prueba tangible de que despedimos algunas substancias pegajosas que embarramos a diestra y siniestra y a cuya acumulación espaciotemporal le llamamos biografía.

Nuestra vida y milagros se documenta en forma verbal, escrita y mímica, pero actúa como un poderoso recurso de registro la opinión de los demás: lo que se imaginan, los supuestos peregrinos basados en elementos conjeturales, cuestiones circunstanciales adobados con el chisme y la maledicencia recreativa. La vida social hecha de interacciones apestosas con diverso grado de pegajosidad determina nuestros afectos y desafectos, la intimidad y el recurso del rompimiento y el olvido sazonado con las anécdotas que corroen la imagen ajena, como volando puentes y enterrando lealtades. Después de todo, ¿qué haríamos sin un resentimiento que comunicar en forma de suculento platillo de café, pasillo o cantina? 

Ciertamente, así somos, en mayor o menor medida. Dependemos más del error que del acierto ajeno, más de la visceralidad hepática que de los jugos del intelecto y la cultura para comparar nuestras trayectorias con las ajenas. Somos una especie de depredadores parasitarios que construimos simbiosis de coyuntura y conveniencia, las cuales desechamos a la primera oportunidad. Pero no todo es joder…
A veces nos topamos con casos y cosas que justifican el comentario mordaz, el dedo acusatorio, la condena pública y a veces, la expresión de una conciencia en carne viva que se revuelca en una cama de sal marina, así de gruesa, escandalizada por un jugoso despropósito, pifia, fallo, error, desorden, aberración, estupidez, cretinismo o simple y llana pendejada ajena.

La muestra de pérdida completa y total de las proporciones, del buen gusto y de la discreción derivada del respeto a sí mismo y autoestima la tuvimos, para solaz y esparcimiento tanto de los sepulcros blanqueados del progresismo como de los de la reacción basada en las tradiciones, usos y costumbres del pueblo sonorense, en forma de una entrevista donde el chachalaqueo de un hombre reducido a la expresión más patética de su ejercicio profesional tuvo su momento estelar en la exhibición de un condón que, amén de sus propiedades y virtudes profilácticas, obra como prueba irrefutable de un propósito lúbrico y libidinoso, ajeno y distante del ejercicio sacerdotal y la disciplina a que aceptó someterse de manera voluntaria el sujeto de marras.

¿Qué un cura en ejercicio declare que lo mismo da hombre, mujer o pirata en eso del intercambio íntimo de fluidos, gemidos y espasmos? ¿Qué es travieso y bien prevenido por aquello de carnes vemos y pasiones y microbios no sabemos? ¡Pero qué manera de anunciar su reincorporación al oficio sacerdotal tras haber gozado de las mieles del panismo hecho gobierno, asesorando al gobierno de Padrés en cuestiones de imagen, así como capacitando a los funcionarios en materia de ética y moral!

Pues, a juzgar por la corrupción generalizada que caracterizó al gobierno panista al que sirvió, las lecciones aprendidas no fueron de mucha utilidad o, de plano, fue otro su contenido. No hay duda de que Mister Condón entró por la puerta grande al infierno sonorense, justo en la temporada en que la sensación de calor magnifica la temperatura y derrite las posibilidades de un juicio ecuánime sobre el registro del termómetro.


Independientemente de las fobias o las filias religiosas de los ciudadanos de a pie, la vaciedad de sus declaraciones, el juicio frívolo y el desparpajo con maquillaje “progresista” desplegado en la entrevista, es claro que las funciones cerebrales del vetusto hedonista ensotanado pueden ponerse en duda y ser el comentario del día, de la semana y del mes, si se quiere. El pez, como los sacerdotes que no entienden la trascendencia social de su ejemplo y asumen actitudes que nadie les pide y mucho menos agradece, por su boca mueren. El infierno no deja de ser un lugar que  nosotros, cada cual, construye con los ladrillos de sus inclinaciones autodestructivas. Pero, qué se le va a hacer, tenemos libre albedrío.

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