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sábado, 17 de mayo de 2008

Las celebraciones


José Darío Arredondo López

Me entero que el día 17 de mayo se ha declarado “Día mundial contra la homofobia”, por algún organismo internacional.

Según Wikipedia, el término homofobia combina las palabras griegas fobia ('miedo'), con el prefijo homo ('igual'), que es un apócope de «homosexualidad» ('sexo con lo igual'). No debe confundirse con el prefijo de origen latino, homo, que significa 'hombre'. El significado corriente es 'fobia a la homosexualidad'.

En el sentido de fobia a la homosexualidad, la palabra fue utilizada por vez primera, en inglés, en 1971 por el psicólogo estadunidense George Weinberg.

Visto con cuidado, el término es una especie de trampa que más que etimológica parece estar ligada a cuestiones emocionales, a una forma de aceptación de conductas ajenas que pasa por sentimiento humanitario. Como la mayoría seguramente responderá al miedo de ser calificado de esa manera, “homofóbico”, si se da el caso, la palabra queda como parte del léxico a esgrimir contra los que no compartan este tipo de flexibilización social respecto a homosexualidad.

El tema es escabroso, porque al abordarlo en cierta forma nos podemos inclinar a un lado o al otro, a estar a favor o en contra, pongamos por caso, pero la mayor presión del opinante puede provenir de la presión social de criticar o disentir sobre la homosexualidad, siendo que está de moda la “salida del closet” (o armario, como se estila decir en habla española), de actores, presentadores de televisión, integrantes de conjuntos musicales y demás de la farándula.

Ahora usted puede ver promovidos hasta la náusea en las programaciones televisivas, programas como “L World”, “Queer eye for the stright guy”, etcétera, así como colados en las teleseries personajes homosexuales sin que el guión lo requiera como necesidad argumental. También tenemos comerciales que proclaman las bondades de productos y servicios que se acogen a la figura y actitudes homosexuales para sacar raja de la moda en curso.

Se reclama y argumenta como el respeto a un derecho ligado a la libertad individual y llega a asociarse con los movimientos feministas de diverso signo. La homosexualidad ha dejado de considerarse un problema psiquiátrico para convertirse en una conducta políticamente correcta, favorecida por los consorcios internacionales televisivos y con el aparato de mercadotecnia trasnacional a favor.

Aparenta ser, en la actualidad, la buena nueva, la situación o estado más feliz de la humanidad que conjura y expulsa el demonio de la intolerancia y la rigidez de criterio. Es, según lo pintan, una conducta tan natural como la heterosexual, incluso se le adorna con los más vistosos colores de la inteligencia, la alegría de vivir y es casi sinónimo de libertad. La publicidad se alimenta de ella y la sociedad debe no sólo respetarla sino promoverla.

En algunos países del mundo pueden los homosexuales unirse legalmente. En estados Unidos hay un estado que acepta este tipo de uniones y en California se ven avances en ese sentido, aunque aclaran que no es equivalente a la figura del matrimonio.

Pero, independientemente de lo que hagan directamente los gringos o lo que promuevan tras la economía de los demás países, la idea a rescatar sería la de ser tolerantes con los que tienen una vida sexual distinta y mutuamente consentida.

En lo particular jamás se me ocurriría pensar que la homosexualidad es una conducta deseable, más bien me parece una tragedia que los sujetos se empeñan en negar y superar a través de la ficción del “orgullo” de ser lo que son. Tampoco se me ocurriría burlarme de quien padece lo que es evidentemente un problema serio de identidad sexual, menos agredir o incitar a la agresión de un enfermo mental, de alguien que no es dueño de su voluntad y que tiene que cargar con el fardo de una vida sexual estéril para los efectos de la reproducción de la especie.

Así las cosas, la homosexualidad sería un mecanismo de control de la natalidad conveniente y auspiciado por los organismos financieros internacionales, que en vez de generar condiciones para que los habitantes del planeta tengan acceso a los mínimos de bienestar que marca la justicia social para vivir con decoro y en condiciones que dignifiquen la calidad humana, prefieren estratégicamente apoyar una salida hedonista, profundamente egoísta e inútil socialmente.

Aquí nada importa la familia, el bienestar ciudadano y la moral pública. Realmente no les inspira el respeto a la calidad de ser distinto; no cuenta la tolerancia, la solidaridad con el que sufre y es marginado socialmente. Nada de eso importa.

Lo que importa es una forma de vida cada vez más precaria, más inmediatista, menos responsable porque está centrada en la autosatisfacción, porque dibuja un escenario social en el que tendrán que vivir las futuras generaciones, escenario que cambia socialmente el contenido familiar al cambiar el papel del padre y la madre mediante figuras sustitutas sin que estén anatómica, fisiológica y psicológicamente diferenciadas.

Un mundo sin deferencias equivale a la negación de lo que somos, y a la eliminación de la diferencia sigue la confusión de los roles del padre y la madre no en cuanto proveedores de recursos materiales, sino en cuanto a la provisión de ejemplos de conducta y valores propios de su identidad sexual.

Me parece lamentable que una persona asuma el papel de otra, porque un hombre por más que se disfrace de mujer no lo será jamás. Podrá someterse a una operación de “cambio de sexo” que no pasará de una cirugía plástica extrema, pero seguirá siendo hombre a pesar de la ficción de la apariencia y los cambios legales que se le pudieran conceder. Un “transgénero” no deja de ser un ejemplo trágico cuando no grotesco de la aplicación del saber quirúrgico para fines de autoengaño.

El día contra la homofobia debiera ser, en todo caso, un llamado a la tolerancia, no a la aceptación del absurdo, ni mucho menos a avalar una medida mercadotécnica y socialmente destructiva que no beneficia a nadie.

Correo electrónico: dalmx@yahoo.com

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