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sábado, 12 de diciembre de 2009

El trivial encanto de la caridad televisiva


Cuando aparece el artista aplaudido y nos dice con voz meliflua, insuflado de entusiasmo mediático “¡no hay imposibles!”, verbalizando el mantra de la caridad de Televisa en arrebatos de triunfos robados, la cara se le cae a uno al piso, queda patidifuso y turulato, rígido porque al moverse pudiera ser que pisemos lo que no debemos y que debamos lo que no pisamos; mientras desfilan las glamorosas imágenes de artistas y locutores, los niños minusválidos se convierten en “especiales” gracias al aparato publicitario que vende motivos lacrimógenos y consagra la vulgaridad ripiosa como la actitud sentimentalmente correcta.

Las caritas que se exhiben en los monitores, los testimonios que tocan el alma, las manos que se extienden y la evanescente futilidad de estar ahí, en el lugar donde se expulsan los demonios de la racionalidad, contribuye a que la bolsa, billetera o simple monedero sean el asiento de la solidaridad documentada en las páginas de la prensa enana, de la inopia indecorosa que cubre informativamente a Sonora. Es el teletón, convocado por el propio gobernador en turno, el neo panista Padrés, que deja de lado las obligaciones del sector público que preside y las subroga al poder mediático de Televisa.

Al parecer, los niños con problemas de motricidad (mutilados, paralíticos, y otros) que siempre han existido en Sonora, salen a la luz de los reflectores como una gran campaña por la bondad televisada, la que hace posible que el defecto se convierta en virtud, la carencia en exceso y la marginación en primer plano, y sea anunciada con fanfarrias al ritmo de la cooperación solidaria que se recoge para fines de aparente caridad. El locutor anima al público del espectáculo grotesco que significa este gran ejercicio de manipulación, a donar públicamente, a exhibirse como generoso, como persona sensible, situación que no ocurre cuando el gobierno simplemente cumple con su deber social y político de proveer lo necesario para que funcione la infraestructura y los servicios de salud pública en el estado.

Los niños con enfermedades “especiales” son el argumento de venta de una imagen que deforma la realidad cotidiana de cada uno de ellos y de sus familias, los convierte en seres exóticos, en espectáculo, en llamada al morbo y a la condescendencia. Así, la moral pública se estira hasta los límites del exceso privado, de la burbuja de piedad que crece y se eleva en la medida en que lo hace el nivel de donativos ingresados a las arcas de la estulticia televidente. Mientras usted y yo contamos los pecados de la soberbia corporativa, el gobierno se frota las manos en la inauguración de las asociaciones público-privadas a nombre de las necesidades de atención que tienen los más débiles, los que debieran ser protegidos sin cámaras ni micrófonos, sino con el manto protector del Estado y a nombre de la sociedad, el gobierno de Sonora y del municipio.

Si el DIF tiene una función relevante, la tiene justamente porque promueve y provee distintos tipos de satisfactores sociales ligados a la protección de las familias y de la infancia, ahora en vías de privatizarse gracias a la influencia de Televisa y de la facilidad que tienen en México los empresarios para no pagar impuestos, y sí lograr que otros paguen por ellos. La transferencia de responsabilidades públicas a los empresarios, suena a claudicación de principios, a golpe de estado, a asalto en poblado y a generosa omisión por parte del gobierno: los impuestos que se ahorran son diferidos a los bolsillos de todos los que cooperan al desmantelamiento del Estado y a la glorificación farisea del mercado.
Mientras tanto, el “barco de gran calado” naufraga entre verborreas y trivialidades venidas a decisiones de gobierno, la paz social se hace añicos al ritmo que marcan los retenes, patrullas y puestos militares que aportan su grano de arena a la inseguridad en las calles y domicilios. La privatización silenciosa y no tanto nubla el entendimiento de lo que es gobernar y ser gobernado, del significado preciso de las garantías individuales, de la dignidad ciudadana y el ejercicio consciente de los derechos políticos. Lo anterior es ignorado olímpicamente por la gran prensa y por el emporio de la manipulación de masas, Televisa, madre y maestra, monja hospitalaria y referente universal del deber ser nacional.

Estoy de acuerdo en que cuando existe un propósito claro y definido, reconocido como necesario y trascendente, la voluntad se dirige hacia objetivos que implican el logro de metas y el alcance de objetivos. El fortalecimiento de la salud pública, ¿no es prioritaria para el gobierno?, ¿por qué no fortalecer la infraestructura, mobiliario, equipo, personal de salud, que existe, y apoyar, por ejemplo al Hospital Infantil del Estado de Sonora? ¿Era necesario montar un espectáculo y desplegar el poder de la manipulación mediática privada, para crear un centro de rehabilitación que ya existe en el sector salud sonorense? ¿Estamos convirtiendo la salud en una mercancía que se expende en establecimientos privados, y dejando que languidezcan los establecimientos públicos? ¿Sonora experimenta la figura de asociación público-privada por vías de hecho, no necesariamente (aun) de derecho?

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