El miércoles pasado se develó un enigma cotidiano que había rebotado en la mente de un amigo cuya virtud más evidente es la de ser un ciudadano cabal. El día 21 se recordará entre los amigos de Claudio Escobosa Serrano, editor del portal de internet Contacto X, como la fecha en que un imbécil lo provocó, agredió y hostigó física y psicológicamente, profiriendo amenazas, haciendo estallar cristales de su negocio y llenando alrededor de cuarenta minutos de una pegajosa sensación de invalidez, de extrema marginalidad legal, de abandono de las instituciones que tanto proclaman las autoridades del PRI y ahora del PAN, siempre presentes en las promesas de campaña, ausentes en las necesidades que surgen de la vida cotidiana de un ciudadano en tierras donde el derecho no lo es tanto y reina la simulación y el más perverso individualismo. Se consumó la agresión física y moral contando con la ausencia de la policía y, por obra de una privatización silenciosa, de la Cruz Roja. Patrulla y ambulancia no llegaron por tener que atender, seguramente, asuntos de mayor urgencia.
A pesar de las promesas de respeto a la dignidad ciudadana, del compromiso de proteger la integridad de los habitantes de esta ciudad de Hermosillo, las fuerzas del orden solamente atienden un número limitado de emergencias, padecen de anemia institucional y sus pocas unidades funcionales se duermen entre la apática complacencia de las autoridades que debieran autorizar fondos para su rehabilitación y refuerzo. La ciudad capital de Sonora, con sus obras faraónicas pensadas para endeudar al Estado por muchas generaciones y proporcionar una falsa sensación de modernidad, carece de un sistema ágil y eficiente de respuesta en materia de seguridad pública. Había pero hace tiempo, ahora no lo hay más.
Claudio, un hombre valeroso y con elevada conciencia cívica, está en proceso de asimilar la felonía, de sacar las enseñanzas de la agresión sufrida y asimilarlas a su fortaleza moral. Pero la experiencia vivida por él no es exclusiva. Muchos la padecen y no denuncian los hechos, sabedores de la inutilidad de dar parte a las autoridades que solamente cumplen un rol decorativo, simbólico, en un medio en el que la cruda realidad se empeña en poner nuestros pies sobre la tierra, en una lección de materialismo que permite sustituir el romanticismo, la visión idealista de la realidad declarada en quiebra.
Usted, yo, todos nosotros, somos víctimas potenciales de algún sociópata al servicio de la estupidez institucionalizada, de algún mercenario que vive del maltrato que pueda dar a los demás, por encargo o por iniciativa propia; a cambio de dinero, o como ritual de autoafirmación. En el primer caso, tenemos a un engendro operativo que perpetúa la ignominia que se vive gracias a la furibunda cauda de individualismo que propicia el sistema económico; en el segundo, se tiene un ente solitario, carente de moral, transgresor de principios y valores trascendentes, víctima de su cortoplacismo y de la convicción de que está condenado a bregar con sus propios recursos y que su propia integridad depende de la agresión a los demás. Este estado de indefensión social primitiviza al agresor y lo condena a una especie de autismo social; es víctima y victimario, un ser provisional que funciona como desperdicio vital, como instrumento de un hado vengador que habita en la marginalidad y la exclusión.
Los amigos de Claudio nos sentimos agredidos también, porque se ha lesionado la confianza que pudiera tenérsele a las instituciones del gobierno municipal y estatal, al ver la ruina a que se reduce la seguridad pública y lo dramáticamente real que resulta el tema de la inseguridad. Hermosillo se convierte en una selva pavimentada donde las bestias más fuertes y agresivas logran, al final de la jornada, lamer sus heridas y convertirlas en medallas al mérito de ser más brutos que los demás. La ley que priva en este contexto donde cada cual se debe rascar con sus propias uñas es, simplemente, la de la selva. Quedan atrás los discursos, las loas a la civilidad, el rollo de los valores, la vocación progresista y pacífica de los entornos modernos y la oferta de un mejor escenario para los negocios y la vida en comunidad.
Hermosillo está enfermo, padece de una fuerte gripa de impunidad, para la cual no existen medicamentos de laboratorio sino quizá las viejas acciones de la medicina tradicional: un gobierno que actúe en defensa de la vida comunal, que sea intransigente en su exigencia de respeto a la integridad física y patrimonial de los demás, que responda a los llamados ciudadanos y que sea responsable del cumplimiento de la ley.
¿Podrá Gándara con el paquete? Por lo pronto no lo está demostrando. Con declaraciones chiclosas en la televisión no se pone orden en una sociedad que no conoce el progreso, sino la complicidad, la apatía y la corrupción.
A pesar de las promesas de respeto a la dignidad ciudadana, del compromiso de proteger la integridad de los habitantes de esta ciudad de Hermosillo, las fuerzas del orden solamente atienden un número limitado de emergencias, padecen de anemia institucional y sus pocas unidades funcionales se duermen entre la apática complacencia de las autoridades que debieran autorizar fondos para su rehabilitación y refuerzo. La ciudad capital de Sonora, con sus obras faraónicas pensadas para endeudar al Estado por muchas generaciones y proporcionar una falsa sensación de modernidad, carece de un sistema ágil y eficiente de respuesta en materia de seguridad pública. Había pero hace tiempo, ahora no lo hay más.
Claudio, un hombre valeroso y con elevada conciencia cívica, está en proceso de asimilar la felonía, de sacar las enseñanzas de la agresión sufrida y asimilarlas a su fortaleza moral. Pero la experiencia vivida por él no es exclusiva. Muchos la padecen y no denuncian los hechos, sabedores de la inutilidad de dar parte a las autoridades que solamente cumplen un rol decorativo, simbólico, en un medio en el que la cruda realidad se empeña en poner nuestros pies sobre la tierra, en una lección de materialismo que permite sustituir el romanticismo, la visión idealista de la realidad declarada en quiebra.
Usted, yo, todos nosotros, somos víctimas potenciales de algún sociópata al servicio de la estupidez institucionalizada, de algún mercenario que vive del maltrato que pueda dar a los demás, por encargo o por iniciativa propia; a cambio de dinero, o como ritual de autoafirmación. En el primer caso, tenemos a un engendro operativo que perpetúa la ignominia que se vive gracias a la furibunda cauda de individualismo que propicia el sistema económico; en el segundo, se tiene un ente solitario, carente de moral, transgresor de principios y valores trascendentes, víctima de su cortoplacismo y de la convicción de que está condenado a bregar con sus propios recursos y que su propia integridad depende de la agresión a los demás. Este estado de indefensión social primitiviza al agresor y lo condena a una especie de autismo social; es víctima y victimario, un ser provisional que funciona como desperdicio vital, como instrumento de un hado vengador que habita en la marginalidad y la exclusión.
Los amigos de Claudio nos sentimos agredidos también, porque se ha lesionado la confianza que pudiera tenérsele a las instituciones del gobierno municipal y estatal, al ver la ruina a que se reduce la seguridad pública y lo dramáticamente real que resulta el tema de la inseguridad. Hermosillo se convierte en una selva pavimentada donde las bestias más fuertes y agresivas logran, al final de la jornada, lamer sus heridas y convertirlas en medallas al mérito de ser más brutos que los demás. La ley que priva en este contexto donde cada cual se debe rascar con sus propias uñas es, simplemente, la de la selva. Quedan atrás los discursos, las loas a la civilidad, el rollo de los valores, la vocación progresista y pacífica de los entornos modernos y la oferta de un mejor escenario para los negocios y la vida en comunidad.
Hermosillo está enfermo, padece de una fuerte gripa de impunidad, para la cual no existen medicamentos de laboratorio sino quizá las viejas acciones de la medicina tradicional: un gobierno que actúe en defensa de la vida comunal, que sea intransigente en su exigencia de respeto a la integridad física y patrimonial de los demás, que responda a los llamados ciudadanos y que sea responsable del cumplimiento de la ley.
¿Podrá Gándara con el paquete? Por lo pronto no lo está demostrando. Con declaraciones chiclosas en la televisión no se pone orden en una sociedad que no conoce el progreso, sino la complicidad, la apatía y la corrupción.
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