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jueves, 22 de julio de 2010

Daños colaterales

Desde luego que la idea puede ser juzgada como mala o pésima; quizá se haga acreedora de acres y severos reconcomios, befas, cuchufletas y trompetillas. Pero ya puesto el guarache de la disculpa, puedo arrostrar los peligros del cardo flamígero y contencioso de la crítica, la cual ignoraré con actitud olímpica. En México, como en muchas partes de la periferia capitalista, la muerte intencional es un asunto no tanto de seguridad como de interés nacional.

La críptica y controversial afirmación puesta, así, en seco ante los ojos del lector ocasional puede parecer exabrupto, pero no por ello se soslaya el hecho de que las muertes ocurren con escamante frecuencia, y que su cantidad es creciente. De hecho, el único indicador que sube en México, aparte del costo de la vida, es el de las defunciones por causas no naturales, sino sociales (políticas, económicas, pasionales, entre otras). Desde luego que usted podrá argumentar que la muerte es un fenómeno natural en cualquier caso, dado que un acribillado es natural que fallezca, pero ya obligados a la precisión, se puede argüir que las causas de las defunciones son las que pueden estar sujetas al escrutinio público. No todo mundo muere por causa “naturales”, entre otras la acción de microbios o bacterias; algunos lo hacen por sufrir pérdida de sangre y destrucción de tejidos por horadaciones profundas ocasionadas por el impacto de objetos de plomo, cobre o algún otro metal utilizado en la producción de proyectiles o de objetos punzocortantes.


Por ejemplo, según información de Notimex (16/07/10), desde el inicio de la administración de Calderón (diciembre de 2006), el país ha registrado 24 mil 826 asesinatos, contándose poco más de 2 mil de marzo a la fecha. En el año 2009 se registraron 9 mil muertes, mientras que en lo que va del año tenemos 7 mil (Reuters/Excélsior, 16/07/19). A ello habría de agregar los asesinatos de cuello blanco, como es el caso de los cometidos por la negligencia e incapacidad que soslaya el afán de lucro. En este caso se puede incorporar a la cuenta el número de víctimas de la minería privada al estilo del Grupo México (recuérdese Pasta de Conchos), las de la privatización de la seguridad social (como es el caso de la Guardería ABC de Hermosillo), entre otras muertes absurdas producto de la voracidad del sistema económico y la legalidad que lo hace posible.


La muerte ajena siempre es objeto de sesudas elucubraciones, de interés morboso que moviliza recursos imaginativos y promueve un tipo de sociabilidad cada vez más en boga, pero no se puede negar su calidad de elemento demostrativo de los entretelones de la economía y el maravilloso mundo de los negocios. En esta tesitura, llama la atención la clase de respuesta que dan los gobiernos neoliberales a la tragedia que provocan las ambiciones de sus empresarios: ofrecen becas, erección de hospitales, fundación de empresas privadas del sector salud (CRIT-Teletón) que duplican el esfuerzo estatal; pagos como indemnización, o exenciones en vez de procurar justicia. Todo envuelto en una chucatosa capa de filantropía cosmética, fuera de tiempo y lugar. En este sentido, la generosidad del gobierno se aplica cuando es necesario efectuar un control de daños, no para evitarlos ni para hacer justicia a los afectados.


Ante tan desparpajada forma de aplicar la ley, de buscar justicia, no se puede menos que pensar que la verdadera intención no es la de la legalidad fundada en el respeto al derecho ajeno, en los valores ciudadanos ni en la coexistencia pacífica, sino en la justificación facciosa del lucro a costa de los demás. Pero no es la única posibilidad.


La parálisis del sistema legal mexicano, el ambiente cargado de temor que se respira en todas partes, la inseguridad pública y social que campea en el país, irrespetando derechos laborales, suprimiendo por decreto fuentes de empleo y atacando organizaciones sindicales, aparejado al repunte de los negocios ilícitos, el tráfico de drogas, de personas, de siglas partidistas, de identidades sociales y sexuales, permite suponer que algo está pasando en el sistema sociopolítico del capitalismo y que repercute en su periferia. En este caso, la muerte parece ser necesaria para la reproducción del sistema, para la prosperidad de los negocios y para que fluya el dinero y, gracias a la protección de las leyes, se convierta en capital.


La muerte intencional como factor de estabilización y fortalecimiento de los mercados supone equilibrio entre oferta y demanda, ya que la población con recursos económicos mediatos o inmediatos se convierte en demandante de lo que ofrece el mercado. Una sobrepoblación en condiciones de pobreza y marginación, es lesiva a los intereses del sistema. Las muertes por accidentes tales como el fuego cruzado, el ahogamiento por gases tóxicos, por desmembramiento, decapitación, entre otros, justifican a priori la intervención extranjera en la investigación criminal, la asunción de medidas que limitan los derechos humanos, las libertades consagradas en la Constitución.


El terror vende y la inseguridad ha hecho prosperar algunos giros comerciales. Ahora es común ver anuncios publicitarios de carros blindados, chalecos antibalas, sistemas de seguridad comercial y domiciliaria, utensilios de vigilancia e incluso de espionaje. En otra dimensión de los negocios, también se ve como un filón de oro el turismo “gay”, y se lanzan campañas para atraer a este tipo de clientela: en Nepal se abren agencias turísticas que ofrecen ceremonias “matrimoniales” a parejas del mismo sexo y, al igual que en la Ciudad de México, se inaugura una agencia turística. En el DF, el gobierno capitalino arguye que el turista homosexual gasta 47 por ciento más que el normal.


Ante hechos tan dispares, pero que tienen un común denominador, la conclusión no puede ser otra más que la que apunta hacia la mercantilización de las conciencias, la preeminencia del mercado sobre el estado, la adecuación del sistema de valores personal y social a las necesidades de reproducción del sistema económico, por todos los medios y en todos los frentes.


Así las cosas, la subrogación de guarderías infantiles, la sobreexplotación de los recursos naturales, la visión patrimonialista privada sobre el agua, la liquidación de trabajadores y su exclusión de garantías sociales; y la disminución del límite para el pago de pensiones y jubilaciones y el aumento de la edad de retiro, alientan una cultura de muerte que termina por saltar del papel donde se decreta a las calles donde se realiza.


La muerte es, en el neoliberalismo mexicano, un factor de interés para el gobierno, en aras de beneficiar el avance del sistema de economía-mundo al que nos uncimos como colonia, como tributarios con síndrome de inmunodeficiencia económica, que afecta entre otros sistemas del organismo nacional nuestro sentido de la justicia, nuestra memoria de ser (o poder ser) un país libre y soberano, en busca de un mejor destino.


En las actuales circunstancias mexicanas, donde la muerte tiene mil caras, parece que tenía razón Luis Cabrera, ideólogo del carrancismo, cuando decía que el verbo morir era el más irregular de todos los verbos: “Yo muero, / tu falleces, / él sucumbe, / nosotros nos restiramos, / vosotros os petateáis, / ellos se pelan.”

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