Como usted sabe, la fábrica de sueños emanada de los delirios del neoliberalismo panista, ha encontrado una forma peculiar y políticamente correcta de competir con los anhelos nacionales de autoafirmación y trascendencia: frente al futbol está el culto a los héroes de la independencia.
Las declaraciones contrastan a veces y aportan confusión en el imaginario político de un país sin cabeza, que divaga en los callejones de la esperanza y la veracidad histórica, en los senderos de la mercadotecnia hecha gobierno y que, así como se arguye que los restos de los héroes de la independencia Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende, Leona Vicario, Juan Aldama, Mariano Matamoros, Mariano Jiménez, Javier Mina, Vicente Guerrero, Andrés Quintana Roo, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, requieren de ser sometidos a una inspección forense por aquello de que, en las idas y venidas de la Catedral al Ángel de la Independencia, algún revoltijo haya sucedido con las osamentas, además de la posible pérdida de algunas piezas, otros opinan acerca de la inutilidad del traslado, la inspección y las labores de mantenimiento, restauración, clasificación y demás, que con abrumadora necrofilia de utilería emprende Felipe Calderón.
Las urnas que contienen los restos óseos serán, desde luego, sustituidas por otras, quizá por carecer de valor histórico y estar coronadas por el águila republicana, de poderes innegables en eso de generar agruras a más de un personaje conspicuo del calderonismo-salinismo trasnacional.
A los festejos y ceremonias del bicentenario se añaden, entonces, las labores de exhumación y transporte de restos humanos decimonónicos, en condiciones de ser simplemente venerados como reliquia histórica sin que ello implique compromiso de las actuales generaciones de mexicanos de defender la independencia y la libertad nacionales, ahora atadas fuertemente a la anuencia de Estados Unidos en materia económica, política, legal y cultural, gracias a los procesos de transculturación que en muchos casos se impulsan desde el centro político nacional, así tenemos la injerencia legalizada de agencias de inteligencia y policiacas del vecino país del norte bajo la cobertura de la llamada Iniciativa Mérida, y la futura presencia de contingentes militares de países que en el siglo XIX y XX se dieron el lujo de invadirnos, como usted recordará. Así Estados Unidos en 1846-48 nos invadió y saqueó, logrando hacerse del 55 por ciento del territorio nacional, y en las primeras dos décadas del siglo XX nuevamente incursionó militarmente en suelo mexicano. Por su parte, Francia nos invadió y apoyó militarmente el imperio de Maximiliano. Desde luego que en ambos episodios no faltaron los traidores, los vende patrias, los empleados del extranjero, los colonizados política y culturalmente.
Llama la atención que la selección de los países que desfilarán junto con nuestros soldados el 16 de septiembre, excluye los miembros del ALBA. Así, no está Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, entre los más significativos, y tampoco figuran los países caribeños, como es el caso de Cuba. La selección incluye, en cambio, a los países que están dentro de la órbita de influencia de Estados Unidos, significándose algunos por su excesiva disposición de servir de instrumentos a la política estadounidense de militarización de América Latina.
Con lo anterior se tienen las pistas de que las festividades del bicentenario son, en realidad, las de la cobertura onomástica de la sujeción de México y América Latina a los designios militaristas de Estados Unidos, a la cancelación de la libertad e independencia por la que murieron los héroes del siglo XIX, a la traición si no al maquillaje extremo de las ideas del liberalismo mexicano en su vertiente nacionalista, a los esfuerzos políticos y económicos de gobiernos como el de Lázaro Cárdenas, al ninguneo olímpico de la memoria de los muertos en defensa de nuestra soberanía. Felipe Calderón, en cambio, nos ilustra sobre los hilos de la dependencia, al rendir sentido y solemne homenaje a los soldados de las muchas batallas que ha librado Estados Unidos en calidad de país invasor y ofensor: su reciente visita al Cementerio Nacional de Arlington no significa otra cosa.
Así, mientras el imperialismo avanza gracias a la colaboración de quintacolumnistas, de nuevos miramones y mejías, de santaannas redivivos, el gobierno nos ofrece un acto protocolario que tendría sentido en otras circunstancias, pero que ahora suena falso y equívoco y, quizá, sea el más absurdo y costoso de los distractores. Sin embargo, se advierte una sustancial pérdida de soberanía, a favor de los organismos financieros internacionales que nos dicen qué y cuánto cobrar de impuestos, cómo educar a las nuevas generaciones, qué cosas producir y con quiénes negociar, cómo regular las relaciones entre capital y trabajo, cómo organizar nuestra seguridad social, cómo financiar y planear nuestra cobertura en salud pública, cómo disponer de nuestros recursos naturales, cómo administrar justicia, cómo perseguir la delincuencia… De esta suerte, somos un país que no cuenta con órganos de poder soberanos, lo que nos coloca en una especie de protectorado, en la franja de ser colonia bajo los dictados de otra soberanía, de otros intereses, de otros designios políticos y económicos. Hablar de independencia y libertad es, en el mejor de los casos, un ejercicio retórico que consagra nuestro masoquismo como perversión políticamente correcta.
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