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viernes, 7 de mayo de 2010

Día de las madres

El día de las madres aparece en la memoria de cualquiera como un día especial, fecha en la que se sacan las monedas guardadas en el calcetín, monedero, bote de café, tarro de mermelada o de mayonesa y el sinfín de recipientes, escondrijos, oquedades continentes de lo que se pudo haber gastado y no lo fue. El santoral familiar contempla a la santa madre de cada cual como el centro de las veneraciones familiares y el refugio de unidad cuando todo lo demás falla y se desvanece.

Como madre solo hay una, su recuerdo estruja el alma y las lágrimas bien pueden encontrar algún cauce libre de embovedamientos, canalizaciones y obras de infraestructura hidráulica, para dar rienda suelta a una discreta propensión edípica o, simplemente, al sentimiento de orfandad que sufrimos cuando no tenemos madre a quien endilgar nuestras frustraciones. Cuando la tenemos, estamos en condiciones de ignorarla salvo para la preparación del manjar cotidiano y el destape de los etílicos a su salud, en la rueda de la fortuna familiar que gira en la medida en que tenemos el pivote materno que la sustente.

El 10 de mayo es la fecha en que las diferencias se concilian y se viven los instantes de la concordia que escatimamos el resto de los meses, salvo diciembre por el fervor navideño. Pero, también es la fecha de la fetichización de la maternidad como símbolo del dispendio en su honor y a la salud estacional del comercio organizado, el que paga anuncios espectaculares y planas de publicidad en los medios impresos, el que lo acatarra en internet y le convoca a hacer uso de sus prerrogativas como cliente consentido.

Pero el día de las madres también tiene otras connotaciones. En el caso de los mexicanos, sabedores de que somos una sociedad donde el 30 por ciento sufre de insomnio, la madre es consuelo, refugio y añoranza, de cara al despiporre nacional y en medio de las amenazas externas que se vuelven internas merced a la capacidad transformadora de la globalización. A ella ─a la madre─, acudimos contritos a lamer heridas y raspones menores, matizando los verdaderamente graves y dando una cara sonriente a quien ve con ojos amorosos al posible espantajo económico, político y social en que devienen los hijos en tiempos de la exclusión que propician y dirigen nuestros gobiernos trasnacionales.

Así las cosas, cuando vemos al gobernante declarar ufano que la parte dura de la crisis ya pasó, el recuerdo de la progenitora ─la suya─ flota en el aire y se materializa en una estentórea mentada de madre cargada de alusiones escatológicas que recupera y lubrica nuestro sentido de la crítica, la autoestima golpeada, la beligerancia propia del ciudadano que exige, conmina y actúa en defensa de lo que a su derecho conviene.

La madre (o su concepto) contribuye así al equilibrio emocional, a la descarga de adrenalina que fortalece y vivifica una dignidad ciudadana ofendida. En este sentido, no sólo representa la paz y la armonía familiar idealizada sino la realización de la misma por vías de hecho, o más bien de dicho. La expresión contundente en forma de exabrupto, no sólo es reivindicación profunda de la integridad sino que alcanza niveles de expresión social, de coincidencia de alcance universal en el conjunto de los ciudadanos que comparten una situación y son parte de los muchos seres victimizados por la injusticia de un sistema económico y político degradante. La madre es así catarsis y consigna política.


La escasez o la carencia de ella, en forma figurativa, revela la entraña cuestionable del sujeto en referencia, su maldad, su naturaleza inhumana o injusta, sus escasas dotes morales, su baja estofa. La poca madre de algunos y la carencia de otros, describe la naturaleza criticable de gobernantes, de autoridades en general, de ciudadanos réprobos, de todos aquellos individuos que no quisiéramos tener que tratar. Sin embargo, tal carencia o ausencia encuentra hoy más que nunca en el espacio público su lugar natural, su referente espacial obligado, de ahí que las mentadas y las alusiones cuantitativas a la madre tengan un domicilio sobradamente conocido.
Lo anterior se fortalece cuando la madre y su día se convienen en argumento de venta político: así, nos encontramos con las noticias de que tal o cual partido va a celebrar a las madres. Como si el reparto de chucherías y la organización de comidas pudiera sustituir la generación y la calidad en el empleo, la equidad en el ingreso, la seguridad social para las familias, la seguridad pública que garantice el patrimonio y la integridad física de los ciudadanos. La visita a hospicios, asilos, dispensarios, barrios y colonias no sustituye la labor diaria que debe el gobierno realizar en beneficio de las madres y sus familias. El gobierno no debe hacer caridad onomástica, sino trabajar todos los días por el mejoramiento de la calidad de vida.

El día de las madres 2010, en forma figurativa, tiene dedicatorias relevantes: el gobierno neoliberal de Calderón, la política exterior de Estados Unidos, el gobierno de Arizona, y los mexicanos apátridas que insisten en no darse por aludidos con la política racista de Arizona y siguen comprando en ese estado. Por lo pronto, le propongo no ir a Arizona al menos durante el 14 y 15 de mayo. Ellos al parecer no, pero ¿nosotros sí tenemos madre?

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