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sábado, 4 de octubre de 2008

Cuarenta años no es nada


“¡Espurio!”, sonó como latigazo en la faz de la simulación hecha gobierno. El estudiante interrumpió el discurso de Felipe Calderón y de inmediato fue ubicado por los elementos del Estado Mayor Presidencial. Fue tomado preso por el delito de expresar su opinión, en medio de la ceremonia en homenaje al mérito estudiantil que en algunos jóvenes es sobresaliente. También fue tomado preso otro joven que se atrevió a manifestar que no había “libertad de expresión”.

Se supo que después fueron dejados en libertad, tras el anuncio oficial de que no se presentarían cargos. Pero, la mancha de una represión anunciada dejó constancia pública de que el que abre la boca para fines distintos a la alabanza es, como queda claro, reo de sinceridad cívica, delito mayor que se condena con visitas al Ministerio Público, a las reconditeces del aparato judicial, al pabellón del olvido en algún campo militar, a la ignominia de ser privado de la libertad por causas de iniquidad pública.

Curioso asunto ese de resucitar el nefasto artículo 145 y 145 Bis del Código Penal. La “disolución social” dejó de ser delito gracias a los eventos del 68 mexicano, donde se lavó con sangre la afrenta al autoritarismo mexicano y finalmente la turba cívica dejó de serlo para pasar a la historia como mártires de la democracia. El crimen de ser “comunista” encubierto en la famosa disolución social satisfizo a la CIA y otras agencias de la manipulación internacional, pero no confundió a un pueblo entero que dijo “¡basta!” a la antidemocracia, a la vocación genocida de un gobierno entregado, como el de hoy, a los caprichos gringos y a la paranoia de la seguridad nacional.

El acoso de agosto y septiembre de hace 40 años, demostró la ausencia de voluntad de diálogo del gobierno, lo cual se comprobó más allá de lo racional en octubre. Los estudiantes se convirtieron en el enemigo público número uno, en la hueste irreductible, en el mal ejemplo que había que disciplinar de manera categórica, y se empleó la fuerza del Estado, dejando 400 muertos en calles y hospitales. Un asesinato de Estado, perpetrado por un gobierno infiltrado y manipulado por la inteligencia gringa.

Dos décadas después, las marchas en toda la nación demuestran que el 2 de octubre no se olvida. A pesar de la bazofia ideológica inyectada por EUA, la derecha en el poder y los corifeos empresariales de cualquier calado. La lectura obligada de la prensa satisface la curiosidad histórica y desvela la hipocresía reinante, como si la nación no fuera un botín que se disputa entre la capirotada política nacional y las corporaciones internacionales en busca del tesoro perdido, extraviado, oculto, o difuminado por la omnipresente, aunque babeante, demagogia del proyecto entreguista de Felipe Calderón. Los estudiantes detenidos el día de la juventud, terminaron siendo dos eslabones más de la cadena de luchadores por la democracia que empezó hace 40 años, y hoy sigue. Su libertad y bienestar es asunto de todos.

El día 2 de octubre, diversos medios presentaron películas, documentales, reportajes, entrevistas y comentarios acerca de lo ocurrido en Tlatelolco 1968. Así, pasaron por las pantallas las escenas de programas como “El grito”, “No se olvida”, y otros de diversa extensión y contenido. Antes habían circulado ediciones especiales en conmemoración de la matanza de Tlatelolco, de revistas como Proceso. Muchos articulistas presentaron el recuerdo de los hechos y los comentarios menudearon en los diversos medios de comunicación. Queda claro que el olvido no ha tocado al 68 mexicano.

Pero, a 40 años, no podemos decir que no haya presos políticos en las cárceles mexicanas, no podemos afirmar que exista libertad de expresión garantizada incondicionalmente, no podemos siquiera pensar que no esté presente la influencia de los gringos en las decisiones de seguridad nacional, ni en el diseño de política económica, ni en el financiamiento a la seguridad social, a la educación, al empleo y la vivienda.

No podemos decir que la ley se aplica por igual para todos, que no existe discriminación, que no se persigue al disidente, que hemos logrado mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y que el sistema electoral es transparente, equitativo, imparcial y objetivo.

Hace 40 años, los estudiantes y sectores progresistas lucharon por un México mejor, más justo, democrático, respetuoso de las libertades fundamentales. Ahora, esas viejas demandas siguen esperando ser cumplidas.

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