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viernes, 1 de agosto de 2008

De noche es cuando viene


En la soledad de la noche del 30 de julio, amparado por las sombras, casi de puntitas, se coló en Sonora el sujeto conocido en el mundo del hampa político-empresarial como Felipe Calderón. En una agenda sumamente clandestina, se dieron cita en el aeropuerto internacional de Hermosillo, los ciudadanos Eduardo Bours y Ernesto Gándara, de oficio gobernador del Estado el primero, y presidente municipal el segundo, a fin de recibir al misterioso visitante.

Un abrumador aparato de seguridad se montó en la víspera, causando revuelo y azoro entre los ciudadanos que tuvieron la desgracia de estar en el lugar y hora equivocados. Personas que hacían ejercicio corriendo o caminando, por los rumbos de la Universidad de Sonora, fueron invitados a desaparecer del lugar e irse con sus jadeos, resoplidos y sudoraciones a otra parte. Nunca fue tan mal visto el deporte nocturno en la ciudad del sol, considerado, al parecer, como una maniobra terrorista de letales potencialidades y terribles consecuencias para la democracia mexicana y la seguridad de EUA, México y el TLC.

Como si fuera la batalla decisiva por la paz mundial y el combate frontal al crimen organizado, las huestes uniformadas del Estado Mayor Presidencial, AFI, SIEDO, AEI, se apostaron en lugares estratégicos, dispuestos a defender con su propia vida al visitante nocturno, que llegaba como es costumbre, de manera subrepticia y con una cobertura de seguridad impresionante, casi faraónica, de la que ya se tenía antecedente desde la toma de posesión al cargo de presidente, cuando llegó por un acceso detrás de la monumental bandera nacional en la sede del Congreso de la Unión.

El escurridizo sujeto, apoyado en el aparato de seguridad nacional, tuvo una agenda cargada de expectativas para Sonora: entregó apoyos para el tratamiento de aguas y reconocimientos para los organizadores de las olimpiadas regionales y paralímpicas, en la Sauceda y en el Gimnasio de la Universidad de Sonora, respectivamente. Tan trascendentes actos justifican debidamente el exceso de presencia militar y policíaca en la ciudad, particularmente en los lugares donde acudió para cumplir tan elevada encomienda.

La noche hermosillense transcurrió sin sobresaltos adicionales merced a la seguridad que irradió el Ejército y fuerzas del orden, en el perímetro de los eventos oficiales clasificados en “C” por ser propios para adultos con amplio criterio y discreción. La opacidad de la visita y el contenido profundo de la misma, se entienden material clasificado que deberá estar bajo reserva durante el período presidencial, a juzgar por el despliegue de uniformados y agentes de civil.

Desde luego que la visita ocupó disc retos comentarios en las páginas periodísticas, destacando una foto del visitante que expresa la tensión terrible que el personaje tuvo que soportar durante dos largas horas en tierras lejanas de Palacio Nacional o Los Pinos, donde existen mejores condiciones de protección y vigilancia que el aeropuerto de Hermosillo, el Holliday Inn, la Sauceda y el Gimnasio universitario.
La expresión de Felipe Calderón era, según se advierte en la foto, de extrema preocupación, un sudor frío le recorría el rostro y las sudoraciones recorrían una epidermis de gallina, crispada, pegajosa y fría, de la nuca hasta el lugar donde tejen sus hilos las arañas. El miedo proyectado contrastaba bastante bien con la investidura presidencial, haciendo una combinación de solemnidad y ridículo digna de haberse exhibido a plena luz del día, pero hay que reconocer que son insondables los designios de la política, según la agenda de Washington y las compañías petroleras internacionales.

El temeroso y húmedo visitante se despidió así como llegó: de prisa, con reproches discursivos que llaman a la subordinación por aquello de la estabilidad electoral de la nación, pero finalmente intrascendente, lo que demuestra que es hombre discreto, tanto de inteligencia como de visión de futuro.

Así, de noche, amparado por las sombras y por una muralla de carne y hueso al servicio de la cobardía institucional, llegó y se fue. Adiós y que la fuerza lo acompañe (¿para qué la queremos aquí?).

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