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sábado, 31 de diciembre de 2011

El último del año

A la fecha se acumulan 365 motivos para cabalgar en lomos del pesimismo que autoriza la conciencia y legaliza la realidad. El calendario arroja el número de días de duelo suficientes como para suponer que la necrofilia es, en este sexenio, una actitud políticamente correcta, a despecho de las recomendaciones de los organismos como Derechos Humanos y Amnistía Internacional.


Acabo de leer el resumen de los acontecimientos del año que publican los medios impresos de comunicación y no termina el asombro cuando surge el pasmo. Nuestro planeta es un campo de batalla donde las fuerzas occidentales tunden a los habitantes del resto del mundo, supongo que animadas por la idea de que Europa y la América angloparlante son, en conjunto, la cuna de la revolución industrial y de la comida rápida. No creo necesario detallar los beneficios que la humanidad recibe por el sólo hecho de contar con puestos de hamburguesas y hot dogs dispuestos estratégicamente en calles, avenidas y centros comerciales. Ni qué decir de los enormes inventarios de productos de plástico que suplen a los metálicos a la par que nos persuaden de la inevitabilidad de la contaminación ambiental, que constituyen un punto clave en el consumo popular, sin demeritar los aparatos electrónicos y componentes automotrices programados para fallar tras un cierto tiempo de uso.

Al ingenio mercantil que alienta la obsolescencia programada que invade nuestra vida cotidiana, habría que agregar el arsenal de medicamentos que sirven para atar a los enfermos a prolongados tratamientos paliativos que no curan pero sí distraen recursos económicos de las instituciones y los particulares. De la medicina sólo se puede opinar que son parte de una larga cadena comercial cuyo interés radica en la venta y la obtención de utilidades. Las enfermedades nuevas se agregan a las viejas y los medicamentos prescritos dan cuenta de la creatividad en eso de mezclar la ciencia con la mercadotecnia, el engaño con la “patente”, el negocio con el servicio de salud.

Prioridades nacionales
El año que termina arroja un saldo de muertes evitables que resulta imposible no ver con cierta suspicacia, como si Thomas R. Malthus inspirara las acciones de una sociedad presidida por gobiernos genocidas y apasionados por los negocios. En el mismo tenor, tenemos noticias sobre las graves enfermedades de personajes de la política iberoamericana que nos remiten a los experimentos químicos y biológicos de las agencias de inteligencia y el aparato militar, desde luego que ampliamente documentados y del conocimiento público.

A las muertes programadas (o poco menos) como la de Facundo Cabral se añaden las atribuidas a causas naturales, como la de Gaspar Henaine (Capulina), Jorge Lavat, Héctor Martínez Arteche, Pedro Armendáriz Jr., Elizabeth Taylor y Peter Falk entre otras personalidades del cine y la cultura, independientemente de que hayan ocurrido asesinatos en nombre de la democracia, como el ocurrido en Libia con Gadafi, donde una chusma acicateada por occidente contempla la destrucción de su país y que, al igual que Irak, comprará armamento a la par que admitirá contratistas gringos en uno de esos grandes negocios consumados por los corporativos a costa de la economía local para gloria del libre comercio internacional.

Año de coincidencias donde no es posible dejar de incluir la muerte del Secretario de Gobernación Blake Mora y las declaraciones de triunfalismo marchito del jefe de las instituciones coloniales Calderón, el hombre de la gorra con las cinco estrellas que imita simbolismos pentagonales y genera ataques violentos de hilaridad y expresiones populares de ingenio irreverente aunque inobjetable.

Mientras se desfonda la bolsa de la paciencia ciudadana, los políticos que forman en el autismo neoliberal siguen propalando ser la solución a los problemas que ha creado el sistema al que pertenecen, de los que han sido actores y que pretenden continuar y profundizar, explotando las posibilidades de olvido del consumidor típico de política chatarra. La nostalgia de tiempos no vividos se recrudece al imaginar un tiempo futuro al cual arribemos sin mucho esfuerzo, en la comodidad de la rutina de un voto electoral que no arriesgue ni masoquismos ni apariencias.

Hermosillo, capital de Sonora resiente los embates de la esperanza y de la mezquindad en el tema del acueducto Independencia, en un estirar y aflojar con el cajemismo oligorural que expresa la existencia de seres que sufren de indigestiones por lo que no comen.

Termina un año en medio de intentos retrospectivos que traza la mente paradójica del ciudadano medio, confiado en que el futuro llegará de cualquier manera aunque la idea del porvenir le sea de por sí agotadora. La inercia socialmente aceptada permite que el progresismo sea reo de sospecha y víctima de suspicacia, mientras que el populismo de derecha (“el PAN de la gente”) exhiba dotes de engendro caritativo mientras que apoya legislativamente la ruina del país, la privatización del patrimonio y la trivialización de la conciencia.

Frente a la pila de basura acumulada en el 2011, pongamos una barrera de voluntad ecológica y políticamente sustentable que nos permita respirar un aire más limpio, menos contaminante, más sano. El año 2012 debe ser más justo, lo que por fortuna depende en buena medida de nosotros, los ciudadanos al borde de un ataque de nauseas.

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