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lunes, 19 de diciembre de 2011

Los aires decembrinos

Diciembre siempre resulta apropiado para bajar la guardia en los asuntos de la cotidianidad laboral y subirla durante las visitas a los negocios y la propia inclinación a ser generoso cuando ocurre el típico desfase entre el querer y el poder. Las compras parecen ser la actividad comercialmente correcta mientras que el ingreso nos insinúa cerrar la llave de los escasos recursos monetarios y crediticios y optar por aquello de “regale afecto, no lo compre”. La prudencia y el realismo van de la mano mientras que el entusiasmo navideño se revuelve en nuestros bolsillos y exige salir a ver las novedades y ofertas irresistibles con que el comercio organizado se empeña en reventar nuestro muro de contención.

Ese ciudadano con ingreso personal disponible suficiente que llevamos todos dentro sale a las calles gracias al optimismo que inyecta el aguinaldo como un placebo invernal y que circula en nuestro sistema económico en beneficio de la ilusión de que las cosas andan bien. Lo cierto es que el número de pobres ha aumentado, tanto como han disminuido las expectativas de empleo para cada vez más mexicanos.

Como consecuencia de lo anterior, tenemos una sociedad que se vigila a sí misma, que desconfía de todo y de todos, que ve el incremento de los suicidios juveniles, la disfuncionalidad familiar, el número de divorcios, puestas de cuernos, criminalidad y acoso de los medios de comunicación electrónica con la siempre fresca basura informativa que suscita envidias en las mentes incultas, trivializadas por la publicidad y los chismes de alcoba televisados.

A diferencia de hace dos décadas, los jóvenes son vistos como criminales al acecho, sobre todo a partir de la emergencia de pandillas urbanas que recorren las calles en busca de una realización que es improbable en un medio marginal y excluido. De hecho, la exclusión y la marginalidad son el hito de la moda entre los jóvenes, quienes adoptan el vestuario, gustos y los modismos rufianescos de los pandilleros gringos. La televisión comunica los retrocesos de una sociedad al borde de un ataque de nervios y los promueve como estilo de vida.

Al deteriorarse la base económica de las instituciones sociales, la comunidad sigue por necesidad aquello de que cada cual se rasque con sus propias uñas, dando al traste con la solidaridad y el respeto al interés ajeno. Resulta poco realista hablar de valores cuando la familia sufre de hambre y marginación por razones de ingreso. El deterioro de la base desencadena el de la superestructura social, por la misma razón de que un cuerpo famélico al tiempo redunda en el deterioro de las funciones cerebrales y la conciencia termina perdiéndose por falta de nutrientes. El daño en los cimientos llega a provocar la inestabilidad y el derrumbe de la casa.

El comercio formal o informal lucha por sacarle el aguinaldo de la bolsa y se confabula con los acreedores diversos para que el flujo de efectivo vaya en dirección opuesta a usted y al final sus egresos serán mayores a los ingresos, lo que se complementa con maniobras tácticas que incluyen la colocación de bocinas fuera de los locales con el fin de aturdirlo y hacerle perder el control de su voluntad. Tan agresiva acción ablanda sus neuronas y lo sume en un estado turulato donde la confusión es tal que bien puede tragarse la rueda de molino de los argumentos de venta, quedado a merced de cualquier merolico.

El despojo comercial va de la mano con el bancario, es el uno-dos del asalto a su bolsillo, lo cual se constata al llegar enero y con él, las cuentas por pagar y la realidad del asalariado en un país donde la capacidad adquisitiva funciona como ladrillo en caída libre. La breve oxigenación económica del aguinaldo le deja la sensación de invalidez típica del deudor crónico, del gastador coyuntural, del poseedor eventual de dinero cuya cotidianidad está determinada por el entramado de sueños que se rasga al descubrir que esa pesadilla es la realidad.

En estas fiestas, el deseo común es de felicidad y prosperidad, con lo que nos pertrechamos para el resto del año y las nubes de tormenta se borran momentáneamente para dejar ver la tímida luz de la esperanza, y descubrir la posibilidad del cambio que nos permita recuperar la dignidad humana y lograr el progreso y el bienestar que merecemos como sociedad por los que debemos luchar todos.

El próximo año será el escenario de las luchas de un pueblo ofendido por la voracidad de los capitalistas y la indolencia cómplice de los gobiernos neoliberales, cansado de los abusos y dispuesto a recuperar y conservar el espacio que nos es común. Que el próximo año sea el inicio del cambio verdadero y la construcción de una nueva nación, libre, incluyente y próspera.

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