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jueves, 8 de diciembre de 2011

Declaraciones que matan

El pasmo cede su paso a la duda, porque lo que aparece como accidente verbal adquiere visos de credibilidad periodística al ser fiel a la fuente. Dice Calderón que hemos vivido cinco años de logros, de una solidez económica envidiable y que los países del primer mundo se quedan cortos con el ejemplar desempeño de la economía nacional. Y qué decir de la seguridad social y la estabilidad política.


Según el habitante de Los Pinos, no hay duda sobre lo acertado de su política genocida, ya que los criminales reciben mensajes claros y fuertes sobre la firmeza del combate que se emprende en colaboración con las compañías fabricantes de armamento y las dedicadas a la asesoría en materia de seguridad, ligada al gobierno de Estados Unidos. Lo cierto es que la confianza de transitar por calles y carreteras nacionales cae en el terreno de lo anecdótico cuando el viajero llega a su destino sin novedad en el frente, atrás, o a los lados.

La Iniciativa Mérida acumula la experiencia del Plan Colombia y las novedades en la invasión a Afganistán e Irak, así como la expansión israelí en territorio palestino, por lo que el colonialismo aporta un cúmulo de lecciones que se aplican en el caso mexicano con la tenacidad de una guerra de baja intensidad que, como toda guerra, perfora los intestinos nacionales con el uso y abuso de las medidas ofensivas y defensivas que producen lo que en el argot de Los Pinos se llamas “daños colaterales”. La aventura de vivir bajo el neoliberalismo caderonícola adquiere tonos épicos que desdibujan los supuestos de la persecución del delito y la procuración de justicia para resaltar el sinuoso rostro del genocidio por omisión o comisión.

El optimismo instalado en el discurso oficial alterna con la recriminación como argumento de la contumacia, de la desfachatada insistencia en profundizar una herida que huele a descomposición. Los ojos y oídos oficiales están privados de sus facultades, quizá porque, al parecer, el cerebro que los rige navega sin brújula en las vaporosas ondas del urinal de Baco. La borrachera del poder es vía segura para aterrizar de trasero en la cruda realidad, sin embargo, el inquilino de Los Pinos permanece impasible ante el horror de 50 mil cadáveres flotando en las páginas de la prensa internacional y corroyendo la paciencia e indolencia de todos.

Cada mañana, los mexicanos otrora clasemedieros se levantan con el Jesús en la boca, ante el terror de las llamadas telefónicas de los bancos que hostigan ilegalmente al sufrido cliente las 24 horas del día incluyendo los fines de semana y los festivos; a cada paso el asalto del aumento en los precios y el congelamiento de los salarios permite al ciudadano ser protagonista de una película gringa donde el destino es incierto y el estallido de una mina bancaria o comercial puede hacerle volar en pedazos, mientras el aire viciado de los programas como “El buen fin”, lo atosigan y roban el poco oxígeno que tiene en sus pulmones.

En México los únicos avances han sido los de las empresas transnacionales que hurgan en el suelo, subsuelo y espacio mexicano en busca de sus riquezas sólidas, líquidas y gaseosas, orgánicas e inorgánicas, terrestres, marinas o aéreas, y a pesar de ello, no hay interés oficial en la industrialización del país y fortalecer la autosuficiencia alimenticia, lo que lleva a pensar en las bondades de aquél modelo de sustitución de importaciones y del programa federal llamado SAM (Sistema Alimentario Mexicano).

El buen trabajo del panismo en el poder ha sido el conducir al país por la ruta del neoliberalismo periférico emprendida por Miguel de la Madrid en los años ochenta y profundizada en el pelonato salinista, lo que implica que los logros están asociados a la mayor dependencia de México respecto al exterior y en particular Estados Unidos.

Lo más grave es que la autocomplacencia trae consigo una dosis de morbosidad y masoquismo al adelantar que seguirá por ese camino, con entusiasmo y optimismo. En un México con ganas de estar a oscuras, los focos están de más.

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