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martes, 10 de agosto de 2010

Los uniformes

Se promueve la imagen del Ejecutivo con tambora, tarola y tololoche, con un aire pueblerino que conmueve las fibras más sensibles de la ropa, los más elementales principios del vestuario y las más consagradas consejas populares sobre vestir en el verano sonorense. Los uniformes escolares que distribuye el gobierno están diseñados para niños de otro planeta.

Los padres de familia se vieron poseedores de un documento que ampara la entrega de un uniforme completo que, en el terreno de la práctica, ameritó varias vueltas al lugar de distribución por presentar algunas pequeñas diferencias entre el largo y ancho de la prenda y los correspondientes al feliz usuario infantil. Camisas que, según se sabe, más parecen batas de laboratorio, no sólo causaron el asombro de propios y extraños, sino que despertaron dudas acerca de la terrenalidad de las confecciones.

Telas que parecen resistir el impacto de balas por el grosor que tienen, pantalones que difícilmente se ajustan a la anatomía de los chicos, logotipos escandalosamente anunciantes de la propiedad gubernamental sobre la prenda y el portador, considerando que se trata de la leyenda “un nuevo Sonora”, cargada de una intención mercadotécnica difícilmente emparentada con la educación pública que, constitucionalmente, debe impartir el Estado. De repente, los infantes se verán arropados por el logotipo sexenal, propio de los empleados de una burocracia desmañada y más bien anodina.

Al mismo tiempo que la prenda fue entregada, se practicó el fichaje del niño estudiante, bajo la presunción de que se trataba de un futuro delincuente: la foto y la huella digital fue el colofón policiaco de la entrega de las camisas de fuerza que tendrá que purgar la niñez sonorense como castigo anticipado a sus futuros delitos. Los candidatos a infractor fueron víctimas de un doble abuso: dar por sentado que es un futuro maleante y someterlo al oprobio de un uniforme que es garantía de deshidratación fulminante.

Desde luego que las comparaciones con la política de apoyo estudiantil que se practica en el DF hacen que Sonora salga mal parada, como lo han documentado en la red algunos comentaristas que poseen información que ilustra la diferencia entre el impulso a los negocios particulares y otra que beneficia a más de mil productores, contra los tres de Sonora. En nuestro caso, la mano del ganador a costa del erario es demasiado visible como para ignorarla, en comparación con el esquema seguido por el gobierno chilango, donde la palabra clave es gratuidad, además de costos bajos y alta capacidad distributiva.

Pero, volviendo a las cualidades de las prendas, nadie hasta la fecha se explica cómo un gobierno sonorense ignore en la práctica los rigores que tienen que sufrir los estudiantes al trasladarse cada día a sus clases, el brete en que se encontrarán tratando de sobrevivir la jornada y el regreso a casa en medio de las vaporizaciones del propio cuerpo, para llegar a un hogar donde quizá no haya agua disponible para el baño. El sentido común y una mínima noción de los derechos de la infancia y la adolescencia recomiendan cualquier otra cosa, menos la clase de “apoyo” que el gobierno insiste en proclamar en todos los medios de comunicación.

El afán mercadológico parece influir en la noción de ridículo de los funcionarios encargados de la distribución. Vea si no: A la entrada del recinto designado para el efecto, en este caso la Casa de la Cultura, una persona actúa como filtro. Una vez que el familiar accede al interior, el ambiente preparado es una imitación bastante desangelada de jolgorio oficial por la maravillosa suerte de tener a Padrés como gobernador: la música populachera que invita al zangoloteo llena el ambiente, y una empleada, con el logo de la Casa, da en invitar a la señora madre de familia a que mueva el bote a ritmo hip-hop, mientras que, sin ninguna inhibición, se mueve azotando a cada paso la dignidad personal y las expectativas de seriedad y rapidez que se esperan en este tipo de transes. La empleada zangolotina proyecta la imagen de una alegría no sentida, impuesta en todo caso.

La dificultad intrínseca del panismo de entender la realidad y ser consecuente con ella, se despliega con alarmante fidelidad en la entrega de los multireferidos uniformes, dando cuenta de la compleja y lejana posibilidad de conciliar el afán de lucro con la acción pública; la responsabilidad de gobernar con la de hacer propaganda política bajo los supuestos de los diseñadores de imagen.

El garabato conceptual que arropa la hechura y distribución de uniformes, hace recordar con gratitud los tiempos en que cada escuela y cada grado académico tenía sus colores y se podían distinguir a primera vista. Ahora, la imagen del estudiantado sonorense del nivel básico es monótona, plana, anodina, ridícula y antihigiénica, contraria a nuestro clima y circunstancias. Pero todo sea por utilizar cualquier medio a la mano para proclamar (una y mil veces) eso de “un nuevo Sonora”. ¿Gracias?

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