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domingo, 15 de agosto de 2010

De lengua me como un taco

La horrible verdad es que las palabras son materia tan volátil que, como bien dice la conseja popular, se las lleva el viento. Sean aquellas que anuncian tronantes que el combate al crimen organizado va viento en popa, como aquellas que proclaman la indeclinable voluntad de progreso y transparencia del gobierno, como las reiteraciones sobre la justicia y equidad, sin olvidar las promesas de empleo, de educación, de vivienda, de salud, o de seguridad pública. Las palabras salen de la boca oficial para convertirse en distorsiones de magnitud variable en la tersura de la anodinez ambiente, que penetran por los oídos y llegan al cerebro, de donde son expulsadas gracias al emético de la desconfianza, el escepticismo, la autodefensa contra las toxinas de la ideología dominante y, en general, por el deseo de sobrevivir y conservar la salud mental en este sexenio más del neoliberalismo periférico.

Si la derecha es garante política de los estropicios del sistema, la izquierda oficial y cacha votos resulta ser su mejor refuerzo, como lo atestigua aquí y en el país entero la llamada Nueva Izquierda, que convierte el drama social, económico y político nacional en farsa, sainete y comedia de enredo, gracias a las facultades histriónicas de don Chucho Ortega, falderillo político de un gobierno enloquecido por la altura del balcón presidencial. La colaboración hacia el gobierno que supuestamente emana de una posición ideológica contraria, hace caer por tierra las diferencias y lo que queda es poca cosa: la simple complicidad.

Pero las angustias existenciales de algunos se convierten, desde esa trinchera, en calenturas sociales que llevan a declarar a las dirigencias que, en el marco del absurdo promovido por el gobierno del DF, los matrimonios y las adopciones gay son perfectamente normales porque los anormales somos todos los demás. El misterio lo aclara el dirigente estatal del PRD, Jesús Bustamante: “…si hay una pareja anormal son las heterosexuales, pues no proveen los elementos de desarrollo de la familia bien, toda vez que hay una serie de contradicciones siendo hombre y mujer que afectan a su familia e hijos” (Dossier Político, 13/08/2010).

Entonces, seguramente las diferencias naturales que hacen posible la preservación de la especie son un error y un mar de conflictos emocionales para todos los que compartimos ese origen. Las consecuencias del pecado original son, aparte de conocer, la de reproducirnos por nuestros propios medios que, siendo complementarios, también son fuente de angustia por ser diferenciados y especializados. En este sentido, lo que parece proponer el dirigente entrevistado es que la solución a un mundo cada vez más complicado es la homogeneidad sexual que, si entendemos igualdad por unidad funcional equivalente a normalidad, los hombres serían normales entre sí así como las mujeres entre ellas. Es decir, que para evitar diferencias la mejor relación se debe dar entre personas que estén dotadas de los mismos órganos reproductores, que tenga la misma estructura anatómica y que compartan los mismos gustos por la ropa y accesorios. La normalidad se traduce en uniformidad.

En este mundo idílico que se construye en la cabeza del perredismo chucho, como manifestación del idealismo triunfante sobre la oscuridad del materialismo y la objetividad, ¿qué papel tienen los hijos? Probablemente el de ser complementos vivientes de una relación que ha sido reconfigurada, pero que aún conserva del modelo “natural” la figura del padre, la madre y los hijos, que son sustituidos por dos hombres o dos mujeres aunque uno de ellos puede asumir el papel masculino o femenino de la relación que se ha declarado obsoleta y fuente de conflictos, pero que se ha “resuelto” gracias a los nuevos aportes de la Suprema Corte en materia de derecho civil.

De un plumazo y una buena pasada de lengua, se declara basura histórica y vicio superado la progenie como elemento sustancial del matrimonio y éste como fundamento de la familia. La reproducción de la especie queda como un elemento residual con el que habrán de lidiar las leyes, pero que tendrá sus mejores resultados a partir de que el freno preventivo de la sodomía empiece a funcionar como control “natural” del crecimiento poblacional.

Como se ve, el gobierno calderoniano es un alumno aplicado en materia de control natal, tarea en la que se ve apoyado con el entusiasta concurso de la izquierda cacha votos. En esta tarea serán de gran utilidad las organizaciones que buscan declarativamente el impulso a la “diversidad”, entendida por su contrario, es decir, la homogeneidad sexual, el trato entre iguales y no la complicación de ver relaciones entre personas de diferente sexo, con el agravante de que suelen tener hijos. En la práctica, la idea de la diversidad es negada escandalosamente por los defensores de las uniones homosexuales, ya que nada hay tan diverso como la relación entre un hombre y una mujer. El horror y la incomprensión de la diversidad generan reacciones que se formalizan en defensa de la unipolaridad sexual. ¿Qué mejor sistema de control natal se puede pedir?

Muy otra cosa sería el defender la familia, impulsar una política social de protección a la infancia y la adolescencia, de búsqueda de oportunidades para la juventud, de una vida decorosa para el adulto y para el anciano. Este paraíso de justicia social no pasa por las mentes de los acaparadores, de los gobiernos de derecha y de izquierda despistada y colaboracionista. Se requiere una mentalidad revolucionaria que se sustente en una visión objetiva de la realidad natural y social y de las interrelaciones entre estas dos dimensiones. México necesita una izquierda revolucionaria, que con honestidad intelectual ofrezca alternativas a los ciudadanos. Pero para ello se requieren grandes dosis de estudio, de trabajo y de la indeclinable vocación de servir a la patria. Sin disimulos, sin cantinfladas, sin clientelismos, sin demagogia facilona e inconsecuente.

Cuando la haya, el discurso tendrá otro cariz, y centrará su atención en los grandes y relevantes temas de la nación, no ridiculeces.

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