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martes, 17 de agosto de 2010

Huesos remineralizados

México accede a la sociedad de naciones necrófilas por sus meritorias acciones a favor de la muerte. La muerte como destino universal de los seres vivos dejó de ser la última frontera para reducirse a una estación de paso, un área de descanso de quienes ya han partido y un lugar común en las sesiones de café, cantina o sobremesa.

Mientras que la humanidad cuerda y pasada de moda ve con horror la presencia de la Parca, y huye de ella con el auxilio de la ciencia médica, el término diferido concluye como siempre lo ha hecho, en una funeraria, chorreando café de alguna máquina expendedora, misa de cuerpo presente y sepultura en algún lugar destinado para tales efectos, o rápida cremación y traslado de la urna con las cenizas a la casa o al nicho elegido como última morada. Los usos y costumbres se mantienen en aras de conciliar la memoria con el presente y tratar de proyectarla al futuro, trascendiendo los entresijos de la realidad que es, de suyo, reacia a las concesiones.

Las evasivas se agotan y el hombre tiene que resignarse con espíritu filosófico a la fatalidad. La idea de vida se transforma en una sucesión de hechos que van consumiendo nuestro tiempo, pero que les podemos llamar experiencia y, como tal, puede ser transmitida a las futuras generaciones a través de la palabra escrita y del anecdotario familiar.

Pero, en México, la evasión a la muerte se dice y se hace con la solemnidad de la remembranza histórica, del recuerdo transformado en ejemplo, en argumento de venta del país que no tenemos pero que pudiéramos tener. El recuerdo de los héroes plantea el rescate del pasado idealizado, envuelto en huevo, con aderezos líricos y parafernalia onomástica; con el discurso reiterativo de la unidad nacional, del exorcismo sexenal de los males de la dependencia y el atraso, con la voluntad del gobierno convertida en cartel publicitario, en infomercial, en fuente de trabajo para publicistas y gacetilleros. Los huesos de los héroes se estudian, clasifican, reconstituyen, remineralizan, restauran y acondicionan para su exhibición. Incluso se anuncia el hallazgo de los restos de dos héroes perdidos entre los restos que, para el ojo inexperto, aparentan ser iguales.

Mientras el gobierno de la república se dedica a las pompas fúnebres, el crimen organizado que ha retado a luchar máscara contra cabellera, lo hace en labores que demuestran la equidad de género: engancha, entrena y da empleo a mujeres jóvenes y bonitas como sicarios. Desde luego que se podrá oponer el argumento de la discriminación por razones de edad y apariencia, lo que deja fuera a las feítas y avejentadas. Una mujer de entre 20 y 30 años, atractiva y sin escrúpulos puede cotizar en las filas del narco como despachadora de rivales. La nota periodística que aparece el 17 de agosto de 2010 en diversos medios es, por decir lo menos, un inquietante aviso de contención moral. Ojo, entonces, galanes tercermundistas. Cuidado con esas curvas de ensueño que ven movilizarse en las proximidades de una relación que puede no ser tan casual.

Si los encantos femeninos y la lozanía de la juventud son potencialmente amenazantes, ¿podemos suponer que la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en un arrebato preventivo, declarará legalmente inválido el deseo sexual entre hombres y mujeres? ¿Se declarará políticamente correcto el flirteo homosexual entre los personajes de las élites partidistas, el gabinete presidencial, y los representantes populares, sobre todo los de la izquierda pastoreada por don Chucho Ortega? También pudieran tomarse medidas precautorias consistentes en limitar el trato con mujeres poco atractivas y de maduras a viejas, dejando para las revistas especializadas y la industria cinematográfica el deleitoso espectáculo de la belleza en movimiento.

El crimen organizado ofrece a la juventud femenina una alternativa de empleo, así que quienes no tengan la oportunidad de lucir sus encantos en las pasarelas y ante la lente fotográfica, podrán lucir lo que les dio la naturaleza a cambio del vértigo del asesinato por encargo, la adrenalina de la caza del iluso galán ocasional y el trofeo de una cabeza que podrán colocar en la pared de la egoteca personal. Así, al grito de ¡ya se pudo!, las mujeres mexicanas demostrarán a los señores magistrados que la mujer es origen y destino para el hombre de ayer, de hoy y de siempre. Salvo que se trate de un modosito aficionado a los estímulos anales.

En la tragicomedia mexicana, vale más un hombre muerto hace cerca de doscientos años que un niño en la época actual. Al primero se le honra bajo el supuesto de que sus huesos corresponden a un héroe insurgente, mientras que al segundo se le condena a la posibilidad de vivir en adopción de una pareja del mismo sexo, privado del derecho de restituir lo que perdió: un padre y una madre.

La necrofilia social puede considerarse morbosa, desviada y atentatoria contra la vida, pero estamos persuadidos de que la ley avalada por una corte venal puede más que la razón y termina construyendo su propia realidad. Una realidad formal solamente válida en sus propios términos, y que se transmite a través de la educación y la acción pública, oficial y oficiosa, que mil veces repetida, aspira a ser verdad. Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, hubiera estado impresionado por tal ejercicio de manipulación.

La muerte como destino palidece ante los horrores de la normalidad neoliberal, donde el mercado termina sustituyendo al estado, a la familia, a los valores y hasta la historia nacional. Los huesos remineralizados de los héroes reciben una atención gubernamental que no han merecido los niños de la guardería ABC, los ancianos pensionados del IMSS, los mineros de Cananea, los electricistas del SME, y tantos otros movimientos y sectores sociales que pudieran morir en el anonimato, o que viven una muerte anticipada y que, sin embargo, serán invitados a celebrar la mexicana alegría el próximo septiembre. Mientras tanto, la patria sigue esperando por su recuperación de manos de la estupidez que se practica sobre la base de un modelo económico genocida. ¿Será prudente replantear nuestra idea de país?

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