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sábado, 19 de junio de 2010

Los muertos de cada día

Ayer viernes 18 murió el gran escritor José Saramago, defensor de los oprimidos y un crítico fuerte y consistente a las políticas imperialistas de Estados Unidos, particularmente durante el demencial período de Bush. Ha recibido las críticas más encendidas del ala conservadora de los opinantes internacionales y destaca la acusación que plantea el Vaticano sobre las pruebas de herejía, que considera suficientes e ilustrativas, al recordarnos que Saramago nos muestra la pérdida de la virginidad de Jesús gracias a María Magdalena, en la obra El evangelio según Jesucristo. Es ocioso señalar al culto lector los horrores que supone el ver a un Jesús de Nazaret envuelto en relaciones amatorias que tienen una connotación genital, envuelta en jadeos, sudoraciones, espasmos y orgasmos que suponen una terrenalidad que humaniza a Jesús y que lo liga en una relación amatoria con María Magdalena. El Jesús hombre no necesariamente va de la mano de la imagen del que es hijo de Dios y parte de la trinidad, porque la divinidad parece desarticulada de la humanidad como la entendemos los simples mortales.

Saramago, en sus andanzas literarias, cultivó, sin aspavientos, una visión de la humanidad sin los remilgos edulcorados de la gazmoñería. Hombre de ideas políticas progresistas, abrazó los ideales de una izquierda humanista y solidaria con los más desfavorecidos del mundo.

El día de hoy, sábado 19, falleció Carlos Monsivais, el cronista non de la ciudad de México, artista de la vida cotidiana como objeto de disfrute narrativo, de ensoñación por un futuro memorioso y un pasado futurista, hecho de imágenes intimistas de un México que vive y muere en el albur cotidiano que se juega con mexicana alegría, con pasión futbolera, con nostálgica esperanza.

Monsivais, amigo de los gatos y habitante de la urbe más grande del mundo, murió tras una vida vivida entre libros, periódicos y retazos de contaminación ambiental, condimentados con un izquierdismo orgánico y luego independiente, debidamente registrado en los medios de comunicación y en las tertulias de artistas e intelectuales. El notable cronista, narrador, conferencista, opinante ilustrado y audaz navegante en las aguas del idioma, es, a partir de hoy, un muerto ilustre y un referente obligado en la exploración cultural mexicana.

En un país donde la muerte se celebra como si fuera cumpleaños o fiesta de quince años, las muertes anónimas sobrepasan las cuotas de fallecimientos permitidos por la prudencia y el sentido común, toda vez que México no participa, que se sepa, en ningún concurso de eliminatorias de población. El azoro popular por cifras que van de 12 a 30 muertes, en un solo evento, ponen a remojar las barbas de una población que acostumbra celebrar onomásticos, ir a la escuela o simplemente pasear por alguna céntrica avenida, o gozar de una tarde soleada en el refugio de alguna plaza, quiosco o refresquería de barriada. La frecuencia y cantidad de las muertes, así como la tensión social que genera, parece ser una especie de curso propedéutico para el correcto entendimiento del concepto “gobierno fallido”, a la par que ilustra acerca del modelo de relaciones que los Estados Unidos propone para América Latina al ofrecer servicios de asesoría y mecanismos de cooperación en materia de “combate a la delincuencia organizada”, poniendo en su portafolio de clientes a Colombia y otros estados donde se ven los frutos de la intervención yanqui mediante empresas privadas que hacen el trabajo sucio de la CIA y otras agencias: Afganistán e Irak ayudan a ilustrar la idea.


Nuestro país empieza a perder la facultad de sentir la muerte violenta o masiva y considerarla como algo evitable, algo que debe ser responsabilidad de alguien y que las autoridades están obligadas a intervenir para investigar, juzgar y castigar a los culpables. La pérdida de sensibilidad se logra mediante el uso combinado de la violencia cruda, la incompetencia de las autoridades, la indolencia de las instancias y el trabajo como soporífero y distractor de los medios de comunicación. Su acción conjunta nos lleva a un estado de enajenación que sirve como terreno abonado para la siembra de ideas conformistas, también para la búsqueda de soluciones que comprometan a la soberanía nacional mediante la intervención de agencias extranjeras en la investigación de los delitos, la elaboración de peritajes y la procuración de la justicia.

Un buen antídoto contra el veneno del conformismo y la enajenación es ejemplificado por la organización que busca justicia para los 49 pequeños muertos y los muchos lesionados de la guardería ABC, que seguirán luchando y acudirán a instancias internacionales de derechos humanos para que el caso no muera en la memoria de la sociedad.

Pero, entre muertos ilustres, otros entrañables y los muchos anónimos, la pasión futbolera se abre paso entre la tradición beisbolera, gracias a los embates de estupidez plana y envolvente de Televisa, oráculo de la ramplonería de que puede ser capaz un país que sufre la pérdida de la memoria colectiva, de la solidaridad, del sentido de pertenencia, del amor a la vida y su necesaria protección y defensa. Descansen en paz, esos, aquellos y los otros.

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