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miércoles, 23 de junio de 2010

La banda presidencial

Mientras suenan trompetillas y pedorretas en la cancha presidencial, Felipe Calderón, el director técnico del equipo neoliberal en Los Pinos, hace esfuerzos denodados por anotar el gol de la victoria, el cañonazo que haría la diferencia entre un juego ganado y uno perdido, porque no es lo mismo empatar que quedar en cero. Los murmullos de la multitud se elevan por los aires y esa mañana el estadio nacional tiembla con las trepidaciones de un terremoto de seis años en la escala de Richter.

Las apuestas recorren una ruta errática, hay incertidumbre, temor, cosquilleos en la parte donde tejen sus nidos las arañas, en esta pieza de relojería que parece enferma de taquicardia. Hay que recordar al amable auditorio que los goles del narcotráfico han ido por media portería sin que la Iniciativa Mérida pueda pagar las aspirinas necesarias para un cuerpo sin cabeza, por lo que se sospecha que los jugadores estadounidenses que alinean con la selección le han apostado al contrario aunque se pinten de verde a la hora de entrar al terreno del juego.

Los escándalos fuera de la cancha son provocados por las noticias que vienen de estadios donde se juegan ligas estatales, al parecer por la elección de los nuevos uniformes con colores intercambiables que confunden a la afición y descontrolan a los árbitros: los azules con los rojos y los amarillos hacen combinaciones que molestan a los más fieles jugadores de los equipos locales, con el natural encabritamiento de los seleccionados, que ya se ven con uniformes de un colorido que haría enfermar a la guardia suiza del Vaticano.

Pero volviendo al técnico nacional, Felipe Calderón planea la gran jugada, el golpe de mano que hará la diferencia entre un país perdedor y uno triunfador. Ha trascendido que las consultas con su secretario Gómez Mont han sido tan frecuentes como discretas, por lo que los más avezados analistas políticos y los más reputados narradores deportivos elevan de sus cabezas un signo de interrogación, que no se sabe bien si es por tener aun sobre sus hombros la caja de los sesos, por no saber de qué se tratan las reuniones de alto nivel o, en todo caso, por ambas situaciones. La prensa especula la ausencia de señales mientras el juego va rumbo a la quiebra nacional, al descrédito internacional y a la nausea ciudadana.

Mientras se acude a consultas de emergencia por los rumbos de Catemaco, los brujos y adivinos locales hacen lo suyo aprovechando la incertidumbre social, acicateada por los asesinatos callejeros, los atracos domiciliarios, los secuestros que pueden ser exprés o americano, en medio de posibilidades de decapitación que suben en competencia con los ametrallamientos y balaceras académicas y familiares. El caldo gordo de la economía se densifica con los ingredientes del desempleo y la subida de las mercancías y ya hasta la televisión produce agruras, en clara competencia con los retenes militares y la esperanzada instalación de carpas con huelguistas de hambre.

A las eventualidades del juego sexenal, se agregan las incidencias de los partidos que se juegan en el circuito de la OCDE, la eurozona, los petroleros y la enorme jugada que se celebra por los rumbos de los estadios de medio oriente, África, América Latina y el Caribe, por parte de la industria militar de Estados Unidos y asociados, sin contar los efectos en la demanda de armamentos que se produce en la liga del crimen organizado bajo los auspicios de contratistas que cobran como civiles en agencias de gobierno allende el Bravo.
El técnico Calderón, finalmente, da luz sobre la nueva estrategia a seguir para sortear la crisis nacional. Ante un estadio expectante, la alineación de los pinos abre fuego y logra colocar un verdadero cañonazo ante el azoro del portero que no lo vio llegar. Se cuela la jugada perfecta en estos momentos de crisis: el ejecutivo ha lanzado el decreto mediante el cual se cambian los colores de la banda presidencial, ahora el color verde de la franja superior, cambia a rojo. La sorpresiva jugada deja a la afición con la boca abierta, sin aliento, en medio de un silencio sepulcral que solo es interrumpido por una vocecilla de enano que anuncia con un chillido ¡gooooooool!

Con la reforma al artículo 34 de la Ley sobre el Escudo, Bandera e Himno Nacional, ─trascendente y necesaria medida─ la patria puede estar a salvo, la inflación controlada, la deuda externa al día, el empleo viento en popa, la criminalidad dominada y a la baja, la justicia y el imperio de la ley en su mejor momento, la soberanía nacional sin mancha alguna y la certidumbre en el futuro, en condiciones que solamente se dan en las telenovelas. Suertudos de nosotros.

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