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martes, 22 de junio de 2010

Con ánimo de propietario

La carencia de agua en Hermosillo revela algunas cuestiones antes ocultas a la consideración de los usuarios comunes del vital líquido. El agua es una sustancia que se evapora con facilidad y que puede agotarse sin necesariamente llegar a la fecha de caducidad que marcan los recipientes de plástico en la que se le contiene; asimismo, el líquido puede ser altamente contaminado por descargas que contienen elementos fecales, productos químicos agrícolas o aquellos que se usan con abusiva frecuencia en las labores de limpieza, pintura, lavado y otras actividades que con desparpajo realizamos en el medio urbano.

El líquido en referencia puede ser ignorado olímpicamente cuando en medio de las prisas llegamos a la conclusión de que el baño puede esperar y que nuestro tiempo es demasiado valioso como para distraerlo durante 15 o 30 minutos en labores higiénicas que obligan a levantarse temprano, hacer guardia en la puerta del servicio o, en el mejor de los casos, llegar a la conclusión de que el baño de ayer todavía vale para poder presentarnos en sociedad y coexistir con otros con los que no necesariamente debemos tener contacto físico, más allá de estrechar la mano o besar alguna mejilla con ese beso simbólico que supone cordialidad al acercar el rostro y chasquear la lengua imitando el sonido que se produce cuando la boca succiona aire apoyada en otro rostro.

Nuestra sociabilidad se liga desde luego a la presencia del agua, si consideramos la agresividad de los olores que es capaz de emanar un organismo vivo sin higiene, pero el mejor indicador de esa relación lo tenemos ante la evidencia de que no contamos con ella. Cuando abrimos la llave de la ducha, o la del lavamanos, y obtenemos un sonido que parece emanado de una garganta con laringitis, una aspiración agónica, que se va apagando en la medida en que prospera nuestra certidumbre de que el agua no va a fluir como suele hacerlo cotidianamente, entonces la conciencia de la mugre, la grasa, los olores llega con prontitud a sonar en nuestros oídos la vuvuzela del desastre.

La mega trompetilla del “no hay” hace caer por tierra la prepotente seguridad de ser usuarios de los servicios de agua potable de la ciudad capital del estado de Sonora, al corriente del pago correspondiente, recipiente privilegiado de la información que proviene de la prensa, del gobierno, de los vecinos que claman por un servicio que las autoridades se empeñan a conservar en el subdesarrollo y el anacronismo más insólito. Nuestra idea de la relación con los demás cambia radicalmente de la seguridad del encuentro a la evasión estratégica que nos permite estar lo más lejos posible de la nariz extraña, fuera del alcance del escrutinio olfativo que no sólo nos descalifica sino que nos declara parias en un mundo que proclama que lo políticamente correcto es asumir una neutralidad aromática cuando no se llega a ser portador de los olores de los ricos y famosos.

Agua Potable de Hermosillo podrá seguir prometiendo agua por 12 horas, los usuarios podrán a su vez seguir esperando el cumplimiento de la promesa, pero los olores que vienen del sur del estado, por rumbos de Ciudad Obregón, son los de la oligarquía vacuna que hace palidecer al porfiriato en sus pujos de control de vidas y muertes, al asumirse propietarios de un bien público que opera bajo el régimen de concesión. Si el bien llamado agua es público y regido por las leyes, se entiende que la distribución debe seguir criterios ligados a la utilidad pública y al bienestar social, estando, por lo tanto, sujetos a revisión y replanteamiento en aras de satisfacer una necesidad comunitaria. Nadie podrá negar que la carencia de agua en Hermosillo sea un problema de carácter social y político, tanto por sus impactos como por las soluciones posibles. Pudiera agregarse que es un problema que se puede plantear desde una perspectiva humanitaria.

Desde luego que alguien podrá decir que la carencia de agua en Hermosillo se debe a una mala administración, lo que minimiza y hace parecer ridículo el problema y simple la solución: poner a un administrador que sí pueda. Se puede argüir que se desperdicia el 60 por ciento del agua por fugas y fallas técnicas y que la solución es simple: reparar los desperfectos y dar mantenimiento continuo a la red. Podrá agregarse a lo anterior el no pago de las cuotas del servicio, a lo que sigue la respuesta de aplicar con oportunidad el cobro. La simplificación casi huele tan mal como la negativa de los empresarios agrícolas obregonenses, porque se ven los árboles y no se ve el bosque. A estas alturas, sería razonable que los señores planeadores de los servicios públicos hermosillenses dieran en explorar soluciones integrales, y tuvieran el valor de dejar en el cesto de la basura las ideas de atraer inversiones y la instalación de empresas que consumen el agua que no tenemos y que, en todo caso, debiera ser utilizada en el consumo domiciliario.

La idea de ser un polo comercial e industrial pierde de vista que estamos en una zona desértica, que el agua es un recurso demasiado valioso como para dejar que las aspiraciones comerciales de unos cuantos hagan insufribles las condiciones y la calidad de vida de la mayoría. Otra cosa sería si a cada empresa grande consumidora de agua que está instalada o se piensa instalar en suelo hermosillense, se le exigiera venir con su propio mecanismo provisor de agua; es decir, con un plan y los recursos necesarios para que se aplicaran tecnologías alternativas en la producción de agua que alimentara la empresa y que los excedentes se canalizaran a título gratuito a la red de agua potable de la ciudad. Quizá el aporte tecnológico obtenido como una exigencia del ayuntamiento para el uso del suelo, no sólo ayude en el problema del agua, sino que contribuya a incrementar el nivel de vida de la población.

Las soluciones seguramente vendrán en la medida en que los olores lleguen a palacio de gobierno, al ayuntamiento, a la colonia Pitic, a las gerencias de los bancos y a las de las grandes empresas gastadoras de agua a título gratuito, a las narices investidas de dignidad económica, política, religiosa y académica. Mientras tanto, las lociones, colonias y perfumes, los desodorantes y aromatizantes de ambiente, harán la ilusión de una normalidad que sólo existe en las cuentas alegres de las administraciones que prometen soluciones, arrugan la nariz y siguen prometiendo.

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