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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Las chapuzas conmemorativas


Los héroes que nos dieron patria y libertad, los muertos ilustres que desde ultratumba nos contemplan con la complicidad que desea el gobierno y la solidaridad en grado de justificación histórica que el pueblo llano espera, son celebrados con discursos y fanfarrias, con pirotecnia y fritangas, con papel de china y sones de folclórica semblanza.

En las alturas, como corresponde al ideal inalcanzable, se instalan las egregias potestades de una patria entre colonia y soberana, entre realidad y fantasía, pero entrañable como lo es el destino que deseamos. Abajo el pueblo construye castillos e incensarios que en el aire derraman sus fatigas de olores y luces, entre estallidos de salvas y truenos de polvorín gastado en infiernillos. México es un mosaico de luces y de sombras, de arrebatos sublimes y caídas prosaicas, de andares de borracho constitucional y de abstinencias populares por quítame estos IVAs.

Las fiestas permiten el llamado a la unidad, a la concordia y al trabajo conjunto, de acuerdo al manual de distribución de solidaridades que edita el FMI y demás organismos propagadores del atraco internacional: los pobres, en tanto beneficiarios del esfuerzo colonial que explora, extrae, explota, modifica, administra, vende, agota y consume las materias primas y demás recursos naturales de la periferia, son los que deben pagar por el esfuerzo “civilizatorio” de los ricos. En consecuencia, al interior de cada país serán los pobres quienes aporten la sangre, el sudor y las lágrimas en cada crisis económica, en cada despilfarro, en cada excepción del sistema tributario, en cada manifestación de incompetencia y en cada prueba del fracaso de modelo económico que defiende, como gato boca arriba, el neoliberalismo rampante.

Mientras el gobierno asume como obligación premiar y fomentar el desperdicio, los ingresos de los pobres constituyen la reserva estratégica de un plan para financiar el gasto. Los empresarios de clase mundial pueden estar tranquilos, porque, en aras de la democracia, los ciudadanos que ganan de uno a cinco salarios mínimos son los indicados para hacer valer su estatus de mayoría. A ellos corresponde el pago de pasivos, regalías, excepciones, devoluciones, gastos de festejos, comilonas ejecutivas, viajes de placer, antojos y sueldos completitos y copeteados de los mandos superiores de la burocracia en turno, de los empresarios ineptos y apátridas, de las rémoras económicas que padece México.

El ser pobre en México, constituye el pasaporte para gozar de los privilegios de la mayoría, del enorme conjunto de gentes que pueden acreditar una dieta deficiente en nutrientes, cuando no ausente de alguno. De esa mayoría, un nutrido (sic) sector se distingue por no contar con ingresos que le permitan calificar como cliente frecuente en el mercado, al menos no será un comprador que rebase la infra subsistencia.

Las fiestas patrias, con su carga de heroísmo fundacional son eventos que se repiten con puntualidad estacionaria, pero su contenido ha llegado a padecer las mismas calamidades que la economía: cada vez es más el recuerdo que los logros presentes, cada vez es más el simbolismo que las realidades que se traducen en empleo, ingreso, ahorro, inversión, crecimiento y desarrollo de la economía y seguridad ciudadana en la democracia y la justicia.
Somos un pueblo orgulloso de su pasado, pero incapaces para incidir en el presente y transformar el futuro. Suponemos que las recetas del neoliberalismo son las correctas, por asumir como propios afanes dogmáticos ajenos y la flojera que da pensar en algo nuevo, que nos lleve a otro nivel de competencia, no sólo de ser un país tributario de los que producen tecnología y la aplican, sino otro que pueda iniciar su tan postergado camino a la industrialización, al progreso que se construye desde la perspectiva de la independencia y la libertad.

La idea de que los pobres deben pagar más para dejar de ser pobres es un albur más en la picaresca del neoliberalismo mexicano. La propuesta correcta sería que los ricos empezaran a pagar lo que deben en justicia, que dejaran de ser causantes privilegiados y de excepciones para asumir el papel de motores del progreso de la fiscalidad y la salud hacendaria del país.

El paquete económico 2010 de Calderón es como un cohetón que estalla en el firmamento económico nacional: hace mucho ruido, encandila un instante y se disuelve en humo en la negrura del cielo sin estrellas de un segundo sexenio fallido. Pero mientras tanto, digamos ¡viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad! Al cabo el pasado sobrevive cada año en un septiembre que de morado pasa a negro, hasta que el colapso de la economía y la política nos separe.

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