El nombramiento de Jefe de Departamento en Economía (y el resto de la geografía universitaria), genera ciertas inquietudes, movimientos bajo la mesa y un buen número de llamadas, desayunos, reuniones y libaciones, donde la palabra clave es el apoyo al “candidato” de cuyo proyecto dependen las buenas nuevas y las vacas gordas por, al menos, cuatro años. Apuesta al futuro que se hace con los dados cargados de un mecanismo que excluye a los propios integrantes de la comunidad departamental: profesores y estudiantes son los espectadores de un proceso en el que no tienen nada que ver.
Cabe recordar que el único que vota es el consejero divisional, en donde el estudiante queda más expuesto a las presiones de los adultos que tienen algo en juego. El voto de los consejeros jefes de departamento es un nicho de negociaciones y conveniencias que bien puede o no verse acompañado de la receptividad de los profesores, por lo que se puede decir que cabe un cierto grado de incertidumbre, a pesar de que la composición de la terna es asunto de la exclusiva competencia del rector y el vicerrector en turno.
En este marco de relaciones ya de por sí sesgadas, el sondeo de opinión o la votación acerca de las simpatías de los alumnos o profesores en asambleas donde se presentan los programas de trabajo de los integrantes de la terna, tiene un efecto más psicológico que orgánico. Lo anterior es porque para ser auténtico el ejercicio, los que componen la terna debieron abstenerse de cualquier tipo de influencia o condicionamiento hacia los estudiantes, por ejemplo, y someterse al juicio de los mismos en el momento de la presentación de los programas de trabajo. Si la opinión estudiantil, por ejemplo, es libre, entonces se pudiera suponer que es digna de ser tomada en cuenta por el consejero divisional estudiantil, aunque la ley no prevé esta figura ni obliga al consejero a considerar la opinión de su sector.
Se puede suponer que el maquillaje democrático de una decisión claramente vertical y burocrática sirve solamente para justificar las decisiones ya tomadas. De ser así las palabras clave son engaño y manipulación.
En el caso de Economía, los integrantes de la terna son profesores respetables, de donde no sería sustancial hacer críticas personales. Lo criticable, en todo caso, sería el procedimiento, la forma cómo se efectúa el relevo de autoridades en el departamento, la división, la unidad regional y la propia rectoría. El desgaste y desperdicio de recursos en simular democracia donde no la hay, genera una mentalidad esquizoide, una racionalidad dividida entre los intereses de grupo y el interés legítimo de la comunidad que se desprecia aunque de alguna manera se toma en cuenta al final del proceso. La comparecencia, la presentación de programas de trabajo, el aparecer ante profesores y alumnos congregados por decreto en el auditorio, es una forma de confesar lo absurdo de la ley orgánica actual, su capacidad de corromper y fomentar la simulación. Espero que llegue el día en que todos seamos corresponsables del destino del departamento, de la división…, de la universidad como un todo.
Cabe recordar que el único que vota es el consejero divisional, en donde el estudiante queda más expuesto a las presiones de los adultos que tienen algo en juego. El voto de los consejeros jefes de departamento es un nicho de negociaciones y conveniencias que bien puede o no verse acompañado de la receptividad de los profesores, por lo que se puede decir que cabe un cierto grado de incertidumbre, a pesar de que la composición de la terna es asunto de la exclusiva competencia del rector y el vicerrector en turno.
En este marco de relaciones ya de por sí sesgadas, el sondeo de opinión o la votación acerca de las simpatías de los alumnos o profesores en asambleas donde se presentan los programas de trabajo de los integrantes de la terna, tiene un efecto más psicológico que orgánico. Lo anterior es porque para ser auténtico el ejercicio, los que componen la terna debieron abstenerse de cualquier tipo de influencia o condicionamiento hacia los estudiantes, por ejemplo, y someterse al juicio de los mismos en el momento de la presentación de los programas de trabajo. Si la opinión estudiantil, por ejemplo, es libre, entonces se pudiera suponer que es digna de ser tomada en cuenta por el consejero divisional estudiantil, aunque la ley no prevé esta figura ni obliga al consejero a considerar la opinión de su sector.
Se puede suponer que el maquillaje democrático de una decisión claramente vertical y burocrática sirve solamente para justificar las decisiones ya tomadas. De ser así las palabras clave son engaño y manipulación.
En el caso de Economía, los integrantes de la terna son profesores respetables, de donde no sería sustancial hacer críticas personales. Lo criticable, en todo caso, sería el procedimiento, la forma cómo se efectúa el relevo de autoridades en el departamento, la división, la unidad regional y la propia rectoría. El desgaste y desperdicio de recursos en simular democracia donde no la hay, genera una mentalidad esquizoide, una racionalidad dividida entre los intereses de grupo y el interés legítimo de la comunidad que se desprecia aunque de alguna manera se toma en cuenta al final del proceso. La comparecencia, la presentación de programas de trabajo, el aparecer ante profesores y alumnos congregados por decreto en el auditorio, es una forma de confesar lo absurdo de la ley orgánica actual, su capacidad de corromper y fomentar la simulación. Espero que llegue el día en que todos seamos corresponsables del destino del departamento, de la división…, de la universidad como un todo.
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