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sábado, 20 de junio de 2009

La imagen del travesti


La calle Matamoros de Hermosillo conserva su atractivo a pesar de la desaparición de Librolandia, joya de lo que fue el emporio librero de la familia Castellanos, cuyo edificio ahora alberga diversos giros comerciales de ignota fortuna. La calle ofrece los servicios de un hotel y en la esquina sur hay farmacia y expendio de tacos, situado éste en un conjunto comercial que da en llamarse “plaza” y que no la aparenta por ningún lado.

Hacia el Bulevar Luis Encinas, aparecen en apretada proximidad locales que proclaman las bondades de tal o cual candidato a tal o cual puesto de elección, por el expediente de exhibir su rostro sonriente que permite ver una dentadura protegida por la odontología personalizada y el cepillado diario. La geografía de caras y proclamas cuenta con su representación en ese céntrico sector citadino, que a duras penas mantiene la atención del viandante gracias a la presencia de tacos de cabeza, barbacoa y chicharrón, por un lado, y por otro, la siempre bienvenida oferta de café con leche y huevos revueltos, además de emparedados de jamón.

Entre botas y cintos, la trama de la cocina casera convertida en comercial, ayuda en algo a matizar la impresión de ver una cara que aparece en un edificio a la vuelta, luciendo retadora en una manta monumental: es Javier Gándara, que extrañamente supone llegar “con la fuerza de los hermosillenses” al palacio municipal. La cafeína expendida con generosidad en Caffenio ayuda al aturdido mirón a pasar de largo y sin tropiezos por ese horrible espectáculo preelectoral, toda vez que la gente recuerda que Gándara es un señor con mucho dinero y pocas luces políticas, que siendo priista buscó ser candidato a la alcaldía y viendo frustradas sus aspiraciones, cambió de bando y declaró sin rubor que “siempre” fue panista.

Gándara descubrió, según parece, que era un panista atrapado en el cuerpo de un priista y, en un arrebato de codicia electoral, decidió salir del closet político en el que se encontraba, destapando un corazón inflamado de sueños húmedos edilicios, sofocos nocturnos y pasiones soterradas, magnificadas por el deseo de añadir a su colección de logros familiares la presidencia municipal de Hermosillo.

El rostro sonriente revela la dentadura del hombre de presa, del que busca el hueso que ha de morder con codiciosa lujuria cueste lo que cueste, aunque haya que comprar mantas, publicistas, espacios mediáticos, discursos y partido. El dinero es para eso, para que un hombre pueda demostrarle al espejo que está hecho de algo más que frustraciones e indefiniciones político-existenciales. La alcaldía es, pudiera ser, una sublimación de otras ausencias, un apoyo psicológico comprable con dinero, con promesas, con futuros disimulos, con el boato de palacio, con el glamur de una corte de opereta al servicio de la flatulenta pedantería de la filantropía fotogénica, huésped frecuente de las páginas de sociales.

El juguete codiciado de la alcaldía hermosillense debe formar parte de sus tesoros, de lo almacenado en el sótano de sus vivencias, de ese oscuro hueco de frustraciones superadas con el bálsamo de la opinión familiar, con el chipileo de los empleados, con la obsequiosa mirada de la servidumbre a sueldo que trabaja para el jefe metido a político panista, porque no hubo otro lugar más adecuado para el lustre del conservadurismo populista de campaña.

Gándara, representa la embestida de los junior post-fechados en el escenario de la política, el ascenso al tubo del poder donde giran los cuerpos de los travestidos políticos, en medio del alarido babeante de un público ávido de emociones bajas en carbohidratos en el table dance de la política de plan o de pre-pago que impulsa el PAN, bajo la lógica del mercado.

Desde luego que si a usted le gustan los espectáculos inmunodepresores, ahí tiene una buena opción para vomitar de emoción las convicciones políticas, los idearios de partido, la identidad ideológica que, pasada de moda, busca su cauce en algún resumidero de moda. La candidatura de Gándara bien pudiera representar la claudicación de todo principio con tal de lograr ciertos fines, lo cual no es, necesariamente, un buen ejemplo a seguir.

¿No le parece a usted que es mejor tener enfrente a un candidato que, por lo menos, se le reconoce fidelidad a sus principios políticos? Podrá usted estar a favor o en contra, pero al menos lo respetará por su seriedad y compromiso. Pero, ¿un travesti político-electoral? ¡Por favor!

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