En un rincón del Alma Mater descansa el poster autoencomiástico que la administración 2001-2009, ofreció a la comunidad universitaria, tras el último informe rectoral y en el tiempo en que la figura principal debió ser el sucesor, en donde gráficamente muestra al encandilado lector accidental lo bien que lo hicieron y lo necesitados que están de reconocimiento y, si se puede, gratitud.
Las costosas cartulinas primorosamente editadas a todo color, demuestran que el gasto en propaganda no siempre sirve de maquillaje para las arrugas de una administración reciclable, tan agotada como el modelo que la hace posible.
El cesto de la basura, que no sabe discriminar y es ejemplo de democracia, pasa a ser el destino obligado del aventurerismo arribista que, sin recato, expone los beneficios de hacer las cosas en familia y tomar de rehenes a las instituciones.
Pero, sus aparentes bondades terminan revelando su verdadera esencia y van, junto con el dinero gastado en manipulaciones gráficas, al basurero. El contenido, finalmente, se revela tras la forma. La apariencia del cambio no basta para ocultar la voluntad de seguir igual. Eso, para fortuna de los seres que buscan la objetividad, se demuestra con hechos.
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