Se dicen muchas cosas acerca de los maestros y la labor que realizan. Se habla del apostolado docente, del papel transformador de la educación y del educador, de la sacrificada labor del super-hombre que es el profesor, entre otras cosas.
Pero casi no se menciona que el maestro es un profesional que ejerce un trabajo complejo, tan complejo como tratar con otros seres humanos en un entorno académico. Como todo profesionista, el maestro recibe un ingreso y debe pagar impuestos, los gastos del hogar, la manutención de una familia: la educación de sus hijos, el vestido, la alimentación, gastos de salud, entre otros.
El profesional de la educación está sujeto a los mismos compromisos económicos que cualquier ciudadano normal, vive y padece de los errores del sistema, sus inequidades; sufre la angustia de deber y no poder pagar, padece de gastritis, colitis y úlceras, sufre de estrés, ve afectados sus nervios y puede caer en depresión.
Mientras que la sociedad reclama mejores maestros, ignora o, de plano, rechaza una demanda que viene del docente: mejores salarios y condiciones de vida decorosas, respeto a la profesión y apoyo a la educación pública.
El profesor puede ser un apóstol, un padre sustituto, un ejemplo a seguir, pero nadie acepta un hecho concreto: el docente es un ser humano que necesita ganar dinero para vivir. ¿Se podrá celebrar el día del maestro sin discursos que omiten la realidad del docente? ¿Se podrá establecer el compromiso por parte del gobierno de apoyar sin cortapisas la educación pública? ¿Podrá el gobierno respetar en estricto el artículo 3o constitiucional? ¿Dejará de impulsar la privatización de los servicios educativos?
Sería un buen principio el respeto a los maestros, el reconocimiento a su condición humana, a las necesidades que tienen que satisfacer en lo personal y lo profesional, sin demagogia, sin cursilerías, con objetividad.
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