
Los gringos de Arizona son, según se colige, furibundos racistas y fanáticos xenófobos, sobre todo los que lo aparentan por sus rasgos faciales, de suerte que la apariencia lo será todo, una vez que pase el período de 90 días que la ley necesita para entrar en vigor. Las maldiciones y azoro de muchos lloverán sobre las güeras cabezas de nuestros vecinos y ahí se oirá el crujir de huesos y el rechinar de dientes, porque queda claro que los arizonenses nos acaban de mandar por un soberano tubo por razones de una simple interpretación de la ley: el estado podrá detener y consignar a los ilegales que agarre en calles, parques y jardines; en establecimientos civiles y religiosos, en oficinas y en comercios, que estén en territorio de Arizona, sin que puedan demostrar la legalidad de su estado migratorio.

Para Sonora resulta particularmente traumática la ley de marras, ya que es tradicional en nuestro estado la propensión o compulsión por las compras en “el otro lado”, los paseos de fin de semana o vacaciones allende las fronteras y el baño de modernidad y progreso que representa Arizona para los sonorenses ansiosos de status, y la idea fija de que lo de allá es mejor que lo de acá, que ha animado a muchos desde la educación primaria hasta la universidad.
Los sonorenses de familias acomodadas sienten a Arizona como una prolongación de su espacio onírico, como la tierra prometida a la que acceden gracias al poder de la visa y al poseer una cuenta en dólares, que abre ante sus ojos el maravilloso mundo de los grandes almacenes, las tiendas departamentales, la goma de mascar y la ropa con diseños y colores que son el uniforme del progreso y la diferencia entre ellos, felices tránsfugas de lo nacional, y los demás que tenemos que conformarnos con lo hecho en México o para México. La distinción, desde una óptica tercermundista, se encarna en lo extranjero, en lo distante que es tan próximo gracias a las bondades del pasaporte y el ingreso personal disponible.
En una comunidad de protogringos, dueños de un nacionalismo debidamente balaceado por el grueso calibre de los mensajes comerciales, de los intelectuales de la integración económica como fatalidad sin contrapeso, de los bobalicones imitadores de cuanto lanzamiento publicitario navega en los medios, de los despistados que ignoran la historia de perversión y agandalle que es característica de la nación de hampones internacionales que es vecina nuestra, seguramente causó extrañeza y sopor la amenaza fascista que se cierne sobre las cabezas de los mexicanos aficionados al week-end transfronterizo. Algunos opinaron que hay que esperar a que venza la cordura, otros a que el presidente Obama ponga orden, aunque hubo quienes opinaron que un boicot al comercio gringo pudiera ser una buena respuesta. Me parece que con o sin ley antiinmigrante, la soberbia de Arizona sólo se pagará con un ejercicio permanente de dignidad por parte de los sonorenses.

Pues bien, considerando la existencia de personas con esta mentalidad vacuna, ¿podemos suponer que un boicot de compras a Arizona podrá prosperar? Diría que sí, siempre y cuando nos pongamos las pilas todos a favor de nuestro estado. Desde luego que me uno a la propuesta de no ir ni comprar en Arizona, de mandarlos por un tubo por fascistas, de suspender definitivamente ese lazo de dependencia consensuada que significa la Comisión Sonora-Arizona, de fortalecer en cambio la economía sonorense, fomentar proyectos productivos con capital nacional y alentar el empleo y el ingreso con justicia social, impulsar procesos productivos que impliquen la utilización de fuerza de trabajo calificada, tecnología moderna y que nos permitan acercarnos a la industrialización del estado libre y soberano de Sonora. Así sea.
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