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viernes, 30 de abril de 2010

Cosas de los gringos

Pues la ya famosa ley SB1070 del estado gringo de Arizona ha levantado un revuelo que ya lo quisiera la supresión de Luz y Fuerza del Centro, sus 43 mil empleos perdidos y la herida mortal que significa para el Sindicato Mexicano de Electricistas la política laboral del calderonato, además de la huelga de Cananea, las otras que han muerto por inanición a lo largo y ancho del territorio nacional y la amenaza que significa la reforma a la ley del trabajo para los logros sindicales y la estabilidad económica de millones de familias. La ley antiinmigrante del vecino Arizona ha conmovido las fibras del patriotismo en lo profundo y los actores políticos y políglotos se lanzan en cruzada quijotesca contra la decisión soberana de un estado de allende el Bravo.

Los gringos de Arizona son, según se colige, furibundos racistas y fanáticos xenófobos, sobre todo los que lo aparentan por sus rasgos faciales, de suerte que la apariencia lo será todo, una vez que pase el período de 90 días que la ley necesita para entrar en vigor. Las maldiciones y azoro de muchos lloverán sobre las güeras cabezas de nuestros vecinos y ahí se oirá el crujir de huesos y el rechinar de dientes, porque queda claro que los arizonenses nos acaban de mandar por un soberano tubo por razones de una simple interpretación de la ley: el estado podrá detener y consignar a los ilegales que agarre en calles, parques y jardines; en establecimientos civiles y religiosos, en oficinas y en comercios, que estén en territorio de Arizona, sin que puedan demostrar la legalidad de su estado migratorio.

El rigor de la medida ha llamado a los actores políticos que no simpatizan necesariamente con las maneras de los republicanos, a pronunciarse en contra y a pugnar por una reforma integral en materia de inmigración, arguyendo su impacto económico, los efectos diplomáticos que tendrá y una imagen comprometedora respecto a la buena vecindad que tanto se proclama y tan útil que ha sido para colar en forma de cooperación o colaboración otras medidas que, con la suavidad del caso, afectan hasta la médula nuestra soberanía, como es el caso de la lucha antidrogas, antiterrorismo, anti-lavado de dinero, anti-etcétera, que han permitido la intrusión de corporaciones gringas en nuestros asuntos.

Para Sonora resulta particularmente traumática la ley de marras, ya que es tradicional en nuestro estado la propensión o compulsión por las compras en “el otro lado”, los paseos de fin de semana o vacaciones allende las fronteras y el baño de modernidad y progreso que representa Arizona para los sonorenses ansiosos de status, y la idea fija de que lo de allá es mejor que lo de acá, que ha animado a muchos desde la educación primaria hasta la universidad.

Los sonorenses de familias acomodadas sienten a Arizona como una prolongación de su espacio onírico, como la tierra prometida a la que acceden gracias al poder de la visa y al poseer una cuenta en dólares, que abre ante sus ojos el maravilloso mundo de los grandes almacenes, las tiendas departamentales, la goma de mascar y la ropa con diseños y colores que son el uniforme del progreso y la diferencia entre ellos, felices tránsfugas de lo nacional, y los demás que tenemos que conformarnos con lo hecho en México o para México. La distinción, desde una óptica tercermundista, se encarna en lo extranjero, en lo distante que es tan próximo gracias a las bondades del pasaporte y el ingreso personal disponible.

En una comunidad de protogringos, dueños de un nacionalismo debidamente balaceado por el grueso calibre de los mensajes comerciales, de los intelectuales de la integración económica como fatalidad sin contrapeso, de los bobalicones imitadores de cuanto lanzamiento publicitario navega en los medios, de los despistados que ignoran la historia de perversión y agandalle que es característica de la nación de hampones internacionales que es vecina nuestra, seguramente causó extrañeza y sopor la amenaza fascista que se cierne sobre las cabezas de los mexicanos aficionados al week-end transfronterizo. Algunos opinaron que hay que esperar a que venza la cordura, otros a que el presidente Obama ponga orden, aunque hubo quienes opinaron que un boicot al comercio gringo pudiera ser una buena respuesta. Me parece que con o sin ley antiinmigrante, la soberbia de Arizona sólo se pagará con un ejercicio permanente de dignidad por parte de los sonorenses.

Usted recordará que, no hace mucho, un funcionario de gobierno sonorense dio en declarar que Guaymas sería el puerto comercial de Arizona, con lo que se revela la falta de nacionalismo y respeto por las leyes nacionales de que pueden ser culpables personas ignorantes y cretinas que llegan al gobierno por razones de apellidos o compadrazgos. Mejor hubiera sido si el destino de Guaymas se ligara al del noroeste del país o, simplemente, al de nuestro propio estado. Lo anterior viene al caso por tratarse de la expresión de una mentalidad colonizada, víctima del furor por lo extranjero, heredera de los Miramones y los Mejías, parientes ideológicos de los Santa Anna, vende patrias cacahuateros de ayer y de hoy.

Pues bien, considerando la existencia de personas con esta mentalidad vacuna, ¿podemos suponer que un boicot de compras a Arizona podrá prosperar? Diría que sí, siempre y cuando nos pongamos las pilas todos a favor de nuestro estado. Desde luego que me uno a la propuesta de no ir ni comprar en Arizona, de mandarlos por un tubo por fascistas, de suspender definitivamente ese lazo de dependencia consensuada que significa la Comisión Sonora-Arizona, de fortalecer en cambio la economía sonorense, fomentar proyectos productivos con capital nacional y alentar el empleo y el ingreso con justicia social, impulsar procesos productivos que impliquen la utilización de fuerza de trabajo calificada, tecnología moderna y que nos permitan acercarnos a la industrialización del estado libre y soberano de Sonora. Así sea.

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