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sábado, 31 de enero de 2009

Drogadicto


La tarde del jueves 29, parte de la comunidad universitaria pudo observar el arribo de una patrulla de la policía municipal a las instalaciones del cuerpo de Vigilancia. Sucede que los vigilantes sorprendieron a dos jóvenes en posesión de marihuana y haciéndole los honores al alcaloide. Las densas fumarolas que emanaban de un auto sedán con placas de Arizona llamaron la atención de los vigilantes y procedieron a detenerlos y remitirlos a la autoridad municipal. Algunos alegarán que se viola la autonomía universitaria, que en la UNISON no deben penetrar vehículos policiales, pero difícilmente alguien podrá argumentar a favor de la quema de marihuana en el campus universitario, como si la adicción a las drogas fuera un derecho ligado a la autonomía institucional.

Estaremos de acuerdo en que cada cual puede hacer de su vida un papalote, siempre y cuando no afecte a terceros y que su decisión tenga vigencia en el exclusivo ámbito de su intimidad. Pero cuando trasciende el terreno de lo personal y pasa al social, la iniciativa se somete al escrutinio público, la norma jurídica, el marco legal o las reglas institucionales.

La institución Universidad de Sonora desarrolla las funciones de docencia, investigación y extensión, y difunde, promueve y preserva el patrimonio cultural, científico y tecnológico de la sociedad. En ningún momento se da por sentado que exista extraterritorialidad, sino autonomía, es decir, la capacidad de darse normas de funcionamiento que hagan posible el cumplimiento de su misión.

Al hecho de que haya personas que se drogan en los estacionamientos y jardines universitarios, debe añadirse el que personal universitario se drogue en cubículos y otros espacios de trabajo. Resulta enfermizo llegar a ambientes de trabajo cargados del acre olor a la marihuana en horas hábiles, sea en la mañana o por la tarde. Resulta un despropósito confundir el espacio laboral del cubículo con la intimidad del entorno doméstico. Pero esta situación se da con frecuencia, basada en una suerte de impunidad que nos remite a cuestionar la idea que los universitarios tienen de su propia casa de estudios, asunto que de por sí exige replantear las reglas de convivencia universitarias en aras de no perder la perspectiva de lo que es y debe ser una institución que concita lo mejor del ser humano, y que es, o debiera ser, espacio de inteligencia y civilidad.

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