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domingo, 30 de octubre de 2016

Hablando de ruido y pocas nueces

                                             “Mala es la opinión que no puede cambiarse” (Aulo Gelio).

Ya ve usted que la prensa diaria nos arroja a la cara las muchas bienaventuranzas que los gobiernos emanados del FMI, la OCDE y el Banco Mundial, logran para nuestra sufrida población, ahora acicateada por los aumentos a los bienes y servicios, la generación de empleo precario, la baja real de la calidad de vida y las expectativas de progreso y bienestar. Como que tenemos dos realidades tirándose de los pelos y en ruda competencia por determinar la forma y el fondo de nuestras percepciones.

Si en el nivel federal, el jefe de las instituciones proclama las bondades de las reformas estructurales y, con lágrimas en los ojos, asegura no levantarse diariamente con la idea de “joder a México”, y hacer lo suyo en materia educativa, al igual que en otros campos (en lenguaje priista-peña-holográfico se dice “tema”) de responsabilidad y actividad gubernamental, parece que en estados como Sonora, la gerencia del gobierno hace lo propio y muestra tasas de crecimiento económico que no desmienten la tendencia nacional, caracterizada por la creación de empleo sin beneficios sociales.

En el plano nacional y local, se habla de “atraer inversiones”, instalar empresas trasnacionales que generarán algo de empleo y mucho de costos ambientales, y se quema incienso en el altar de la minería trasnacional como solución a los problemas económicos de cada vez más comunidades fincadas en la precariedad y en el abuso laboral.

Así, el comercio, la industria y las actividades agrícolas pasan por el filtro de una modernidad desdibujada para quedar como vagas referencias a lo que pudo haber sido y no fue; a la imposición de un patrón productivo y de consumo ligado a fuerzas e intereses ajenos y distantes de los nuestros, pero que, sin embargo, son la parte medular del triunfalismo nopalero que asigna recursos públicos para comprar planas enteras en la prensa local, para el recuento de logros y alcances de un gobierno que empieza.

En un gobierno con subdesarrollo emocional debe ser importante la publicación encomiástica de lo que, siendo estricto cumplimiento de una obligación constitucional, no tiene por qué proclamarse como huevo recién puesto. Lamentablemente, la gobernadora aparece un día sí y otro también, entregando equipo de salud, de policía, o cortando algún listón, o declarando su preocupación por tal o cual “tema”, o revelando su interés en hacer una “megarregión” transfronteriza entre Sonora y Arizona, siendo que lo más apropiado (y patriótico) sería intentarla con Sinaloa, y fortalecer, sobre todo, la economía agrícola, pesquera y de servicios; y/o con Baja California, añadiendo la veta de las fuentes de energía alternativas.  Pero, la cabra neoliberal sonorense tira al norte.

Mientras vemos el despliegue del glamoroso éxito mediático del aniversario gubernamental, la escoba pública hace el prodigio de minimizar tanto rezagos y carencias, por aquello de que “primero lo primero” y que “había que recuperar la confianza pública”. Desde luego, hay razón en estas preocupaciones, y poner orden en casa debe ser el paso inicial obligado en las labores del gobierno.

Sin embargo, la prensa cotidiana nos informa de las maravillosas oportunidades de inversión que se abren para la minería en Sonora, y las generosas aportaciones del “fondo minero” (que quita los males del municipio y que tiene piedad de nosotros); asimismo, reclama la necesidad de “incentivos” a la actividad minera para que siga derramando inversiones, empleo y, por qué no, generosas cantidades de contaminantes en las explotaciones mineras, sobre todo a cielo abierto, además de la infaltable contaminación por ruido, trepidaciones, partículas minerales en suspensión aérea, afectación en la calidad de los suelos y en las fuentes hidrológicas para el consumo humano y animal, además de las típicas enfermedades pulmonares y bronquiales, gástricas, neurológicas y nerviosas que padecen los agradecidos trabajadores mineros y sus familias.

El gobierno insiste en proclamar el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados como de hechura económica local y, así, nos maravilla con el amplio horizonte que se abre en materia de “industria aeroespacial”. Las inversiones fluyen y los capitanes de empresa bien pueden ser testigos de la confianza depositada en el gobierno que las propicia. Pero… ¿a qué le llaman industria aeroespacial siendo que México no pinta ni mucho menos destaca en este “tema”? Pues, simplemente a la ampliación o instalación de nuevas plantas maquiladoras, que se verán acompañadas de un parque de proveedores igualmente ligado al extranjero en lo esencial.

Por lo que se ve, no hay en realidad un “plan de desarrollo”, como tampoco existe un programa de inversiones en materia (¿tema?) de industria y desarrollo tecnológico local. Será porque tampoco lo hay en el nivel nacional. 

La nuestra es una economía de cuenta chiles que asume modelos quizá funcionales en alguna galaxia cercana, pero que en nuestra realidad solamente son una cortina de humo que oculta a duras penas la deforme cara de nuestra dependencia. Curiosamente, en el nivel internacional la crítica al sistema vigente está tomando un considerable impulso y existen cuerpos teóricos, debidamente estructurados, que son objeto de estudio de los economistas y faro orientador de los futuros profesionales. En México, sin embargo, en las escuelas se siguen reciclando las pésimas traducciones de las generalmente deplorables obras anglosajonas de economía contemporánea, rabiosamente ancladas en la miopía histérica de la neoclásica.


Pero volviendo al asunto inicial, ¿qué problema habría en basar nuestra economía y el desarrollo de políticas que partieran de los recursos naturales disponibles en la entidad? ¿Por qué no replantear el desarrollo agropecuario e industrial con apego a las características físicas, hidrológicas, climatológicas, humanas y culturales propias? ¿Por qué no diseñar o rediseñar la oferta educativa con base en las prioridades estatales de mediano y largo plazo? En suma, ¿por qué no dejar de imitar o de aceptar imposiciones extralógicas, y replantear nuestro futuro de acuerdo a nuestras necesidades de crecimiento y desarrollo local y regional?

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