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lunes, 4 de julio de 2016

Los profes

                                 “La corrección es la parte más útil de la enseñanza” (Quintiliano).

La llamada reforma educativa nos pone frente a la historia: el ayer colonial y el hoy globalizado desfilan en la superficie de una pantalla espectacular que irradia progreso occidental y que se erige imponente sobre la tierra oscura de un pasado indígena cuyas raíces, ahora genéticamente modificadas por la ciencia occidental y los intereses trasnacionales, resuman folclorismo, parafernalia decorativa y un no-sé-qué de nostalgia: Los indios son decorativos, ecológicos, evocadores de un pasado que la modernidad ignora y la conveniencia niega; los pobladores originales y sus condiciones de vida sugieren que la educación pública debe ser un paliativo administrado en condiciones que no deben rebasar los estándares de semi-exclusión impuestos en beneficio de las “gentes de razón” interesadas en los recursos naturales todavía en manos de las comunidades rurales.

Las comunidades rurales deben apegarse a la añoranza occidental de una vida de privaciones, un tanto silvestre, aunque bendecida por la promesa de un futuro en el que la educación y los beneficios del progreso se ligarán a modelos de desarraigo cultural y depredación económica con rostro anglosajón, que le tuerzan el cuello al cisne de la Revolución de 1917 y al legado de los gobiernos emanados de ella. La pesada carga del agrarismo alentado por Cárdenas y el discurso nacionalista deben ser erradicadas del imaginario colectivo de los nativos de Oaxaca, Chiapas y Guerrero, como en buena medida lo ha sido en las regiones urbanas y norteñas, donde campea una versión despeinada del “american way of life”.

¿Para qué empecinarnos en discutir las raíces de un pueblo mestizo de cara a las transformaciones globales que impulsa nuestro vecino del norte? ¿Qué caso tiene luchar contra los significativos avances de la neocolonización financiera y comercial de Latinoamérica desde una trinchera nacionalista? El progreso, como la belleza, tiene sus costos. Las apariencias deben guardarse y, en este caso, los contrastes son significativos: tenemos un potente faro orientador que marca la ruta hacia el progreso, pero no puede funcionar sin esos espacios oscuros que permiten apreciar la claridad de la luz. ¿Qué sería del progreso sin puntos de contraste? ¿Qué haríamos sin indígenas en una nación mestiza?

Por otra parte, existen formas de ver el progreso y el bienestar enraizadas en nuestra historia patria, que contrastan fuertemente con la visión unipolar del sistema; se tienen puntos de vista que surgen de nuestra experiencia colectiva y que atienden y dimensionan los orígenes de nuestra nacionalidad sin ignorar los puntos luminosos y los oscuros que nos hacen ser una nación pluriparticular, rica culturalmente, con enormes recursos por aprovechar de acuerdo a nuestras posibilidades e intereses. Queda claro que la homogeneidad no tiene mucho que ver con nuestra realidad, y que ningún modelo impuesto puede suplir la lógica interna de nuestro devenir.

En este contexto, no hay duda que un punto de encuentro entre pasado, presente y futuro de nuestras regiones y comunidades es la escuela. Allí coexisten e interaccionan los personajes, problemas y soluciones que emergen de los libros, las lecciones y actividades escolares, pero también las costumbres, tradiciones, valores y principios de sus actores esenciales: el maestro y los alumnos. Se cuenta con el paisaje cultural formalizado en los libros de texto, en la literatura complementaria, así como con la formación y la experiencia del docente; se tienen vivencias del contexto económico, social y cultural de la escuela, pero también la conciencia de ser y pertenecer a una comunidad. Hay una identidad nacional, pero también una local y familiar que nutre y redimensiona la experiencia escolar. La idea de mundo cambia y se amplía en el trabajo cotidiano, en el que los conocimientos generales y los problemas y soluciones particulares construyen un nuevo horizonte de interpretación y de vida para cada estudiante.

Pero, ¿quién hace posible la obra de toma de conciencia de los alumnos y actúa como promotor del cambio en las comunidades? ¿Quién vive y convive con los actores locales y las situaciones problemáticas que éstos enfrentan en forma cotidiana? El maestro rural cubre funciones de docente, de orientador escolar y familiar, de gestor comunitario, de testigo y cronista de los dichos y los hechos que se suscitan en el entorno escolar y regional. Su compromiso es palpable cuando se trata de hacer posible que la justicia social, económica y política baje de los libros a la realidad cotidiana de su comunidad. Es claro que su conocimiento de la realidad lo convierte en un opinante informado, en un actor legítimo en la búsqueda de respuestas y soluciones sociales.

Pero, en oposición a la labor de servicio comunitario que realizan los maestros, los impulsos globalizadores a los que ha cedido el gobierno adquieren una gravedad tal que ponen en peligro la obra social, económica y política de la Revolución y la defensa, en los hechos, de nuestro patrimonio nacional.

La apariencia de legalidad riñe fuertemente con la legitimidad de la acción cotidiana de los maestros en sus comunidades, y el derecho a la educación tanto como la defensa de nuestro patrimonio viven la agonía de la represión física y la agresión mediática. La reforma educativa es una perversa maquinación “legal” contra los derechos laborales de los maestros y un retroceso monumental de la legalidad y credibilidad de los funcionarios públicos. Se puede afirmar que la reforma atenta contra el derecho de los pueblos a la educación, y que al reprimir y privar de derechos a los maestros se vulnera y desprotege la vida comunitaria asediada por las ambiciones de las empresas transnacionales que ven en los maestros un obstáculo para el control de espacios comunitarios ricos en biodiversidad, agua y otros recursos esenciales.


La lucha de la CNTE no es poca cosa. Debiera ser la de todos los mexicanos por recuperar los espacios controlados por las empresas trasnacionales, con grave perjuicio de la agricultura y el comercio comunitarios; debiera ser una exigencia nacional el poner coto a la grosera intromisión extranjera en la vida y destino de los mexicanos; debiera ser tarea nacional el recuperar los espacios que en el México rural explotan con impune desfachatez empresas embotelladoras, agrícolas y mineras que dejan diariamente su cauda de contaminación, miseria y exclusión en todo lugar donde se establecen. Pero, sobre todo, debiera ser un imperativo categórico la defensa de la educación pública gratuita y de calidad. Debiera.

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