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lunes, 30 de marzo de 2015

Tomemos aire y votemos

Para muchos la semana comprendida entre el día lunes 30 de marzo y el domingo 5 de abril significa descanso obligatorio, dado que las instituciones educativas liberan a estudiantes y profesores de las tareas cotidianas. También en los distintos órdenes de gobierno el inicio de abril es, para unos y otros, la ruptura de inercias y el inicio de una serie de esfuerzos dedicados a descansar de acuerdo a los usos y costumbres que marca la televisión y la publicidad comercial.

Nos instalamos sin distracciones laborales en el papel de clientes cautivos de los reclamos publicitarios, los embates propagandísticos y el flagelo siempre punzante del dinero que, igual que la temporada pasada, alcanza para menos de lo que se necesita para calificar de cliente distinguido al afanoso vacacionista. El precarismo resulta ser bastante democrático y, a pesar de ello, se pueden ver largas flas en las cajas de los supermercados y los puestos de peaje carretero. El dinero fluye gracias al estímulo de la mercadotecnia y a la fe del que cierra los ojos, saca la cartera y extrae el monto exigido por el mercado. El dinero circula con creciente velocidad, moviendo la economía y estrechando una intensa relación coyuntural entre oferentes y demandantes, entre proveedores y consumidores. Las gallinas que entran por las que salen.

Miramos arrobados los anuncios de hoteles donde hay chicas rubias de tez bronceada y ojos azules, albercas pletóricas de promesas lúdicas y rodeadas de diligente personal de servicio que adivina nuestra bebida favorita y los bocadillos apetecidos; nos imaginamos gozando las cómodas sillas playeras, la magnífica disposición de los espacios sombreados y, sobre todo, el glamur y la sofisticación del primer mundo “al alcance de cualquier presupuesto”. Nos sentimos momentáneamente llevados por el entusiasmo, por la vaporosa ilusión de poder echar mano del dinero en efectivo, o la tarjeta que nos sirve de pasaporte a la abundancia vacacional, ajenos al saldo y a las amenazas de una deuda que genera intereses sobre los intereses. Somos trabajadores en ejercicio de nuestras labores de consumidores.

Pero, a pesar del ambiente relajado y displicente que vemos en la tele, seguimos agobiados por los pendones, las mantas, los avisos espectaculares, los anuncios de promesas transformadoras y compromisos cumplidos o por cumplir que aparecen en las unidades del transporte colectivo, los periódicos y demás medios de contaminación visual, en una parodia enervante que se repite hasta el cansancio. La democracia trucada por los medios  y el efecto hipnótico de la red televisiva deja ver su verdadera identidad y los horrores de su tiranía cancelan día a día las posibilidades de hacer política. El Homo Videns de Sartori da cuenta de las características de la sociedad teledirigida, pero en México Televisa reescribe las líneas de la decadencia política en formato de telenovela o de espacio de noticias, retorciendo el cuello de una ciudadanía permeable a la imagen y al mensaje, cuyos efectos contraproducentes nos convocan a rechazar toda forma de participación porque “todos los partidos son iguales”. Lo anterior es el logro de los medios. Es el triunfo de la irracionalidad llevada a niveles de solución, de consigna para el cambio, de recurso para no apoyar al sistema corrupto. Mientras que la idea de la participación electoral duele, la maquinaria supurante de los personeros del sistema se aviva, respira aires de logro, de conquista.   

¿A quién beneficia la no participación ciudadana en los próximos comicios? ¿Qué garantiza que el sistema se haga del triunfo electoral? Consideremos lo siguiente: la política nacional y local ha sido de escándalo, ha indignado a los más tolerantes y ajenos a las cuestiones públicas, ha permitido que el horror y la decepción aniden en muchos ciudadanos; el cinismo y la impunidad parecen ser los ejes rectores del quehacer público, exhibiendo cuadros de corrupción donde se ven las infaltables redes de complicidad con el sector privado. Los negocios nacionales y trasnacionales se hacen a la sombra del poder y la corrupción nunca deja de tener fuertes asideros de complicidad público-privada. En este contexto, ¿a quién se le puede ocurrir no participar en las elecciones? ¿Quién en su sano juicio puede dejar las manos libres a los culpables del desastre nacional? ¿Por qué la autoexclusión de algo que es fundamental para el cambio?

Quienes apuestan al voto nulo, lo que hacen es nulificar su incidencia electoral, habida cuenta que el sistema solamente reconoce los votos efectivos. Como recurso moral es inútil, como desplante emocional, ridículo. Con la abstención y la anulación del voto la telecracia pude echar las campanas al vuelo sin el obstáculo de una sociedad organizada y dispuesta a defender su voto. La corrupción puede confiar en que la desesperación no se va a traducir en una voluntad popular que impulse cambios, que rompa esquemas, que arrase con la podredumbre encaramada en el poder y que instale a un gobierno que responda a las necesidades y aspiraciones del pueblo, porque se ha logrado sembrar la idea perversa de la auto-anulación de derechos políticos de muchos ciudadanos.

Los días de asueto presentes pueden servir para la frustración y la autocompasión o para levantar la cabeza y ver el futuro posible, que se habrá de construir con voluntad de cambio, con participación electoral, con firmeza inconmovible. Si los ciudadanos no actúan, las cosas no cambiarán solas, en cambio sí lo harán los mecanismos de control y enajenación de las masas, cuyo poder de sugestión ha logrado que, contra toda lógica, se siga votando por el PRI y el PAN. Debemos darle vacaciones definitivas a la inercia, a la comodona conmiseración del desencanto, tomar las riendas y prepararnos física y emocionalmente para votar contra el sistema, como lo hicieron los griegos, como lo están impulsando en España, como lo han ejemplificado magníficamente en Uruguay, Ecuador, Argentina, y Venezuela. Todos ellos han acudido a las urnas electorales y han logrado avanzar por la ruta del progreso, la justicia y la democracia.


¿Se imagina qué hubiera pasado si en estos pueblos hubiera vencido la decepción, el desánimo, la inercia y el desgano porque “todo estaba ya planchado”, porque “no se puede contra el sistema”? Nosotros, en México y en Sonora, también podemos. Es cosa de no votar por los mismos, de atreverse a marcar la boleta electoral por ese partido nuevo, que “no va a ganar”, pero que representa una innegable esperanza de avance, un tramo en el largo y sinuoso camino a la democracia. Morena es una buena opción. Votemos. 

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