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miércoles, 4 de febrero de 2015

Las candidaturas

Las candidaturas a puestos de elección popular se están definiendo de acuerdo a pautas que no añaden novedad sino que presentan las manchas del tiempo, el uso y el abuso de prácticas cada vez menos ignoradas y soportadas por el electorado local. Las clásicas formas de designación por el expediente del dedazo y su complemento en forma de  cargadas y acarreos, la compra de voluntades o la disuasión por estímulos que van de lo económico y la simple supervivencia de camarillas que saben salir en la foto, sin faltar el grotesco pase de facturas. Los partidos están partidos y cada fracción asume los aires y andadura del todo inexistente. La cuestión electoral parece cada vez más comedia de enredo, sainete y parodia, que atrapa a un público cada vez menos dispuesto al aplauso gratuito y al comentario sin contraprestación.  

Desde luego que las generalizaciones son o pueden ser injustas, por supuesto que son posibles las excepciones de probidad, afán de servicio y honesto deseo de participar con propuestas ciudadanas, frente al paroxismo mediático, a la desenfrenada exhibición de recursos públicos y privados, a la enervante campaña de lugares comunes, mentiras evidentes y ejercicios desinhibidos de cinismo e hipocresía.

En medio de lo que promete ser una larga y costosa jornada, destacan en Sonora dos candidaturas para ocupar la oficina del gobernador, ambas ligadas al cochambroso juego de omisiones y complicidades que rodea el caso de las víctimas de la guardería ABC y una larga cadena de complicidades y simulaciones al servicio del sistema. Una, por avalar la honorabilidad de los propietarios de la guardería y otro por nadar de muertito ante el reclamo de los padres afectados, sin olvidar la función represiva y la visión patrimonialista de la política. La dupla prianista que tomará por asalto el tiempo y el espacio de los sonorenses hasta que concluya el proceso electoral presenta vicios de origen, feas plastas de memoria calcinada, vibras de dolor y desesperanza olímpicamente ignoradas.

Como es tiempo de promover la imagen debidamente construida con palabras y efectos especiales para la temporada preelectoral, para los aspirantes al cargo la memoria es el enemigo a vencer, es la monserga de las viejas cuentas pendientes, de los agravios que quedaron tirados en el camino, de las cosas molestas que aparecen a la vuelta de la esquina, esos horribles fantasmas de culpas traspapeladas, de polvos de lodos ciudadanos barridos bajo la alfombra del poder. Los políticos confían en la mala memoria del pueblo, en las virtudes de la manipulación mediática, en lo pegajoso del discurso que penetra en los girones de esperanza o en la esponja de la desinformación ciudadana, sabedores de que los memoriosos y los indignados perseverantes serán siempre unos cuantos frente a la multitud anodina que acepta la gorra, la camiseta, la torta y el refresco, el acarreo de los pastores que llenan estadios y plazas, en un juego donde la leperada y el cinismo pueden triunfar por derecho de antigüedad. Esa es la razón por la cual la gente vota mayoritariamente por el PRI o por el PAN. Mientras haya señalamientos ciudadanos sin consecuencias importantes en el resultado electoral, todo va bien para el sistema.

Es este contexto, los desahogos contribuyen a dar credibilidad a la lucha, y los debates rinden frutos porque la gente quiere gozar del espectáculo, satisfacer el morbo, lograr el alivio del insulto y la rechifla anónima sin siquiera despeinarse; ganar a la distancia y en un momento crucial apostar al ungido por el dedo soberano que reina en las alturas del D.F. y que desciende a Sonora por obra y gracia de la parodia democrática, porque ¿para qué desperdiciar el voto en candidatos que no van a ganar? Sin embargo, ¿por qué no pensar que un partido será tan grande como quieran sus votantes?

La idea del voto útil así como la de su inutilidad dan cuenta de lo negociable que puede llegar a ser la voluntad política y, sobre todo, la falta de convicciones. ¿Cómo va a prosperar una visión de país si la gente no la apoya por simples alegatos aritméticos? ¿Por qué se pone por encima de las ideas transformadoras el changarreo de los cálculos electorales? ¿Por qué la ideología no se defiende e impulsa a través de un programa que represente avance o solución de los problemas que nos aquejan? ¿Cómo va a cambiar el país si los ciudadanos se pliegan a los que “van a ganar de todas formas”? Si gana el PRI o el PAN antes de las elecciones es porque el pueblo ha decidido ceder su poder a los organismos electorales y a los partidos.


Si los ciudadanos deciden recuperar su capacidad de decisión, no habrá propaganda ni dinero suficientes para ocultar o negar este hecho. La democracia tendrá que abrirse paso por caminos nuevos, por cauces que dibujarán una inédita topografía ciudadana en nuestro estado. No tiene por qué ganar Gándara por más coalición que pacte con el PRD, ni tiene por qué hacerlo Pavlovich por la alianza del PRI con sus satélites electorales, si el pueblo no lo permite. Los costos de plegarse a la manipulación mediática o a los reclamos bien intencionados pero erróneos en el sentido de votar por el PRIAN o no votar, son demasiado altos. Pienso que debe manifestarse la voluntad del pueblo en el sentido positivo, que sea medible, reclamable, sujeta a escrutinio legal, y eso sólo se logra votando, vigilando el proceso y defendiendo el resultado. El derecho ciudadano a decidir no tiene por qué declararse nulo. Como derecho político esencial es irrenunciable, porque de otra manera ningún cambio sería posible.

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