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miércoles, 28 de enero de 2015

Cálido invierno

Como usted sabe, los eventos políticos de la temporada sugieren incrementos en la temperatura social, dadas las demostraciones de vivo interés de ciertos candidatos de llegar a ocupar los puestos que les aseguren ingresos económicos crecientes, posibilidades de hacer ahorros e inversiones, aumentar su círculo de amigos y seguidores y, desde luego, perfilarse como aspirante a otro puesto de elección que signifique un avance, si no en lo político si en lo económico. Lamentablemente, debemos reconocer que la política no es como antes y que el servicio público depende de factores cada vez más relacionados con cuestiones digestivas antes que sociales. Es decir, la posibilidad de comer mejor que el año anterior en cantidad y calidad es poderoso impulso para muchos, además de que salir en la foto y ser tomado como referente de opiniones y actitudes por  muchas personas pendientes de la televisión y con deseos de parecerse a alguien juzgado mejor en términos de poder y prestigio.

Con el cuento de que ahora tenemos más opciones político-electorales, las ganas de figurar  en este juego escapan a las naturales formas de contención de los impulsos emocionales centrados en la lealtad, la honestidad y la firmeza de convicciones, porque lo que realmente cuenta es aparecer en la foto y dejar de lado los escrúpulos. El discurso acerca de lo que hay que hacer y cómo hacerlo es lo de menos, basta con criticar lo que se ha hecho y ofrecer una vaga idea de lo que se puede hacer usando como argumento central la adjetivación negativa contra los demás. El uso de los escándalos recientes parece alimentar la hoguera de los discursos flamígeros contra los opositores, ya que la historia personal y política ocupa un discreto lugar frente a la glamorosa pasarela de las candidaturas fotogénicas y el apoyo cosmético de las pequeñas multitudes que militan en los abrevaderos populistas tanto de derecha como de una izquierda nominal, generalmente perdida en el ocultamiento de pasados chapulinescos y algunos historiales de oportunismos a granel, cuando no empaquetados en envases de coyuntura con cargo al olvido del gran público convertido cada tanto en elector.

Así como es un milagro de la naturaleza ver la migración de las hormigas de un lugar a otro por obra de los fenómenos naturales como lluvias, tempestades y terremotos, ahora nos podemos solazar con el flujo electorero que va de unas siglas en demolición a otras aparentemente restauradas, seminuevas o de reciente edificación. Las ratas son otro ejemplo de fuga por sobrevivencia, incentivada por el instinto y curiosa capacidad de adaptación. En el escenario político tenemos personajes de uno y otro sexo que hacen gala de su capacidad migratoria: algunos van del PRI al PAN, o de éste al reciente resumidero político llamado Movimiento Ciudadano; otros navegan airosos de los dos partidos que han llegado a la presidencia al PRD, aunque recientemente se ha visto la huella migratoria de éste instituto a Morena.

Desde luego que es lícito pasarse de un partido a otro, en “búsqueda de democracia”, pero no se vale, por ser poco creíble y púdico, hablar de honestidad, convicción y compromiso social si cada cual se lanza a una nueva aventura electoral en un partido distinto simplemente porque en el anterior no le resultaron las cosas como quería. En este punto es imposible dejar de mencionar a Javier Gándara, que fue priista hasta que sus aspiraciones chocaron con otros intereses en la estructura del partido, y cambió de camiseta persiguiendo el pueril sueño de ser el presidente municipal y ahora gobernador, confiado, como se ha conjeturado por la frustrada alianza local entre PRD y PAN, en su capacidad de compra. Guardando las proporciones, otro caso es el de Alfonso Durazo, ahora en la bancada de Morena pero con origen en el PRI de donde saltó al PAN en el período de auge del esperpento trasnacional conocido como Vicente Fox, para luego declararse decepcionado y caer en los brazos electorales de una izquierda ligth, receptiva y moderada como promesa de cumplimiento de sueños electorales para priistas-panistas resentidos.

Lo anterior lleva a la pregunta con olor a respuesta de sobremesa: ¿Ya no hay políticos que lo sean por convicción ideológica? ¿Todo es cuestión de diseño de imagen y mercadeo de posiciones? ¿Los candidatos son las nuevas ficheras en el table dance electoral? ¿El discurso sobre los problemas y soluciones de la ciudad y el estado están basados en cuestiones sabidas pero ignoradas por todos? ¿Quién apoya a quién?, ¿el candidato a las masas o éstas al candidato? Lo anterior viene a colación porque parece que Dios llega al barrio o al auditorio cuando aparece el candidato prometiendo apoyos, panes y pescados a los ahí congregados, en vez de ser un individuo con una oferta de cumplimiento de promesas a cambio del apoyo ciudadano.

Al parecer, se tiene la brújula perdida y es imposible saber dónde está el arriba y el abajo en las relaciones de poder. Como que no nos hemos tomado en serio eso de que el poder reside originalmente en el pueblo y que éste puede cambiar en el momento que juzgue necesario la forma de gobierno. Es decir, no hemos entendido lo que es la democracia y el poder electoral. Por eso el voto no se ejerce o se desperdicia al no decidir quién debe ser el elegido para ejercer tal o cual responsabilidad. Estamos acostumbrados al tráfico de influencias, a la compra de votos y al manoseo electoral. ¿No va siendo hora de asumir las responsabilidades propias de una sociedad madura? ¿No hemos crecido lo suficiente?


Si este invierno ha sido relativamente cálido, esperemos que el verano sea caliente, con temperaturas que fundan la gélida apatía, el congelado conformismo y la frigidez de la modorra electoral. En un país víctima de la deshonestidad, la corrupción y el fracaso económico, la calentura política debe reflejar la intensidad de la lucha por vencer la enfermedad neoliberal, como acaba de ocurrir en Grecia. Cosa de atreverse a cambiar. 

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