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miércoles, 30 de julio de 2014

La farsa pre-electoral

No deja de ser divertido ver cómo los políticos suspirantes a puestos de elección popular se empeñan en maquillarse y posar en los medios un día sí y otro también, con el fin de hacerse los simpáticos, notables o necesarios para ese inmenso y amorfo conjunto humano que se agolpa en el padrón electoral. Los autoproclamados salvadores de la sociedad parten de supuestos formalmente admisibles pero que no tienen cosa que ver con los hechos puros y duros de la abigarrada realidad en la que cotidianamente se vive o sobrevive.

Unos, de oportunista raigambre pitufa, se complacen en demostrar que son buenos y generosos con la gente que, aunque no tuvo la fortuna de apellidarse como ellos, son apetecibles como acompañantes amascotados (convertidos o en función de mascotas) en las fotos promocionales de una campaña solapadamente electoral. El retratarse en un contexto popular, es decir, pobretón, con el brazo sobre el lomo de una señora ama de casa sonriente porque le dieron un par de rábanos y una lechuga a precios módicos, puede obrar milagros electorales para los miles de ciudadanos carentes de lo más indispensable para vivir: empleo seguro e ingreso digno.

Otros, haciendo gala de un populismo chabacano, “mandan” recursos en apoyo a la infaltable tragedia de vivir en zonas vulnerables por razones de clima, geografía o simple incompetencia gubernamental. La generosidad coyuntural a la sombra del cargo y el presupuesto público, viste mucho. Los hechos y las palabras dirigidas a un público menesteroso tienen el poder de persuadir al beneficiario ocasional de las bondades de una decisión trascendente: “yo votaré por…”, con lo que el regalo de los recursos asignados a tal o cual contingencia genera siempre una factura por pagar.

Parece que la indefensión ajena es indispensable para que los empresarios de la política inviertan en áreas problemáticas mediante el ingenioso truco de las fundaciones. El membrete posibilita que la generosidad se cubra de una estructura organizativa o simplemente formalizada para efectos legales, que resulta altamente funcional para encubrir campañas político-electorales bajo el supuesto de la filantropía. Los cheques, billetes y pesos pueden fluir por las amplias cañerías de la deducibilidad de impuestos, con la ventaja de ser altamente publicitable el noble motivo del gasto. La fundación da idea de organización, fuerza, credibilidad social, de fines y propósitos transparentes.

Como somos una sociedad anclada en las apariencias y regida por los eufemismos, el hecho de dar la impresión de que se actúa en favor de los demás tiende a concitar simpatías gratuitas, menciones públicas y razones que esgrimir a la hora del reparto de voluntades electorales. La filantropía es al voto como la mosca es a la caca.

Aunque parezca buena la acción de dar o de apoyar, no estaría de más pensar en las razones y el contexto en el que usualmente se dan este tipo de acciones tan populares en los últimos tiempos. Tenemos barrios deprimidos y llenos de defectos urbanos que sólo pueden indicar que las autoridades tienen la cabeza y el bolsillo en otro lugar; que sus habitantes viven por obra y gracia del Espíritu Santo en combinación con una genética que parece resistir con terquedad los embates de la fatalidad de ser pobre e indocumentado. El barrio es una especie de colección de fracasos y desaires sociales y económicos donde se encapsulan las aspiraciones de muchos para ser solamente un recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. La miseria no puede llevarse indefinidamente con dignidad y respeto a valores y principios: termina por quebrar al espíritu más templado y la ruina moral sigue a la material; la vergüenza cede a la necesidad y, de repente, el honesto roba para sobrevivir un día más. La virtud es un lujo que no cualquiera se puede dar y usted y yo terminamos convencidos de que la riqueza y la pobreza llevadas a extremos corrompen y apendejan a los mejores y los peores conciudadanos.    

Llama la atención la fría desfachatez con que algunos aspirantes políticos se posesionan de los medios y que repiten hasta la saciedad sus nombres y hazañas en los espacios donde antes se hacía periodismo. La imagen, expresiones y sonrisa plastificada embarran el papel y la pantalla con persistencia de mosca, con terquedad de bicho chupasangre, con obsesiva necedad de testigo de Jehová, mormón o simple aleluya en plan “evangelizador”. La náusea y el enfado pueden llegar a niveles de gastritis erosiva, colitis o constipación por estrés traumático. Es evidente la inexistencia de respeto por el ciudadano, por sus circunstancias, por su realidad impuesta por la economía y sus desaires.

Lo plantearé de esta manera: ¿usted considera que serían necesarias estas farsas filantrópicas o de solidaridad electorera si el gobierno hiciera su trabajo? ¿Habría necesidad de jugar al benefactor si la gente gozara de oportunidades de progreso, empleo seguro, ingreso digno, cobertura de servicios y tranquilidad social? Si los ciudadanos tuvieran empleo y acceso a los mínimos de bienestar, ¿sería necesario incrementar el gasto en seguridad pública? ¿Cree que la delincuencia surge por vicio y no por necesidad?

Si la gente tuviera las necesidades esenciales resueltas (empleo, alimentación educación, vivienda, seguridad social, acceso a los beneficios de la cultura y recreación), ¿cree que habría inseguridad en las calles y los hogares?

Entonces, ¿por qué los políticos, en campaña abierta o solapada, insisten en querer jugarnos el dedo en la boca al presentarse como capaces de resolver los problemas que no atacaron en períodos de inactividad electoral, o cuando estaban en el ejercicio de algún cargo público? Si ya gobernaron o probaron las mieles legislativas, ¿qué pitos tocan o quieren tocar ahora?

Sería interesante que hicieran propuestas y se emprendieran campañas en el seno de la clase gobernante criticando la actual conducción de la cosa pública, presentando opciones de cambio, formas de redirección del gasto, acciones de gobierno capaces de generar empleo e ingreso permanente, iniciativas que revirtieran la política laboral del régimen, el abuso bancario, el alza de los precios, la dependencia financiera y tecnológica con el extranjero, entre otras, sin esperar a que termine su empleo público. Es decir, empezar a hacer por el cambio desde el sector público y la trinchera política, no desde el movedizo escenario de una pre-campaña electoral. 


Los políticos y el empresariado que invierte en política no califican como ejemplos de probidad ciudadana. Lo que tenemos es un esquema de complicidades ratoneras escudadas en la apariencia, pero culpables de lo mismo que fingen atacar. La pobreza no se combate con regalitos ni con muestras de generosidad aldeana, sino con oportunidades de empleo e ingreso digno. Aquí hace falta respeto y valor cívico. No lo hay.

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