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miércoles, 19 de enero de 2011

La cebolla maliciosa

Las señales son contradictorias, como que se quiso y no se pudo, como que las palabras se resbalan por la pendiente del razonamiento lógico y sienten que no encajan en los rigores de los significados establecidos. Urge una nueva gramática, un nuevo diccionario y una nueva manera de pronunciar los nombres de la realidad kafkiana que nos rodea sin asimilarnos como ciudadanos del traspatio gringo, como marionetas de la anexión latinoamericana que con tanto sigilo propician los gobiernos de derecha embrutecidos por el neoliberalismo chorreado por el imperio desde la cloaca del sistema financiero internacional.



Poniendo orden en la casa
 Lo que dijo y lo que quiso decir el presidente de enanonia, es decir, Felipe Calderón, resuena como advertencia de que las palabras son entidades alienígenas, indiscernibles para la mente común, fachadas maliciosas que ocultan intenciones, gozos, angustias, deseos, propuestas y vaticinios más allá de la terrenalidad de la vida cotidiana de los millones que, como usted y yo, seguimos el pulso del acontecer nacional desde la comodidad de las páginas de los periódicos y las pantallas de los televisores. Lo que usted haya oído y visto no es lo que realmente ocurrió, sino la apariencia de lo que la ciudadanía mal informada toma por verdad.

Las aclaraciones de que lo dicho no es cierto rebotan en las arideces sexenales, con un sonido monótono a pesar de las estridencias televisivas, que sugiere el agotamiento de un modelo de relaciones que salió “patito”, chafa, imitación de aquella realidad añorada y semi-desconocida pero intuida en las reconditeces de nuestros cromosomas-memoria de una ciudadanía en vías de madurar y fructificar. Si usted oyó “guerra”, favor de revisar sus conductos auditivos, porque el señor presidente jamás pronunció tal concepto al referirse al combate al narcotráfico, flagelo de la humanidad primermundista de procedencia periférica particularmente colombiana y mexicana, ahora significada como la antesala de la insurgencia y el terrorismo, como lo entiende la administración imperial, antes con Bush ahora con Obama.


Comunicación...
 Si sus oídos y vista le dicen, televidente o lector de periódico, que el concepto guerra fue pronunciado por el comandante supremo de las fuerzas armadas mexicanas, ponga en modo de espera su cerebro mientras llega la corrección oficial. La prensa, desde luego, extraña al pintoresco corrector de memeses que en el sexenio pasado hizo las delicias declarativas de propios y extraños. Con Fox, el doctor Aguilar entraba al quite y capoteaba las embestidas de la inteligencia con salerosa desfachatez, situación que ahora no se observa y los mecanismos de control de daños corren a cargo de los mismos que los producen.

Si usted trata de averiguar qué es lo que rebota en las arideces de una mente peligrosa, la propia inopia mental del sujeto investigado hace imposible dar con una respuesta que satisfaga al sensato ciudadano en pos de información. La primera mano es lo menos recomendable en el mundo calderonícola en el que las reinterpretaciones y acotaciones diversas pudieran ser la materia prima con la que se nutran las páginas editoriales y los amenos cotorreos de cafetería o cantina. La desinformación de las sociedades libres y democráticas es la transparencia del México de hoy.


The old west
 Pero, la vida es así, y sus milagros suceden a cada paso. Ahora la persecución de los criminales se apoya en la delación a sueldo de los ciudadanos, gracias a los ofrecimientos de recompensas millonarias por informes que lleven a la detención de los malandros. Ahora, como contraparte de la inutilidad policiaco-militar desplegada a lo largo y lo ancho de las páginas de los periódicos y los reportes ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, el dinero se convierte en poderoso auxiliar de la legalidad nacional, con lo que se espera justificar los generosos aportes del extranjero en forma de cooperación en el combate (¿guerra?) contra el narcotráfico y las consiguientes facturas en materia de soberanía que alegremente compromete el gobierno panista, en el marco de la Iniciativa Mérida.

Como mecanismo compensatorio del desempleo y la baja calidad del empleo, el oficio de delator o de caza recompensas, pone el acento en la idea de que la vida no vale nada en el submundo de la precariedad y la marginación sistémica. La temporada de caza está abierta y las piezas parecen abundar en el territorio fracturado del estado de derecho mexicano. ¡Lo que hay que ver, señor, cuando las cosas están para llorar!

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