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lunes, 10 de enero de 2011

Los contornos del atentado

Gabrielle Giffords
La congresista Gabrielle Giffords fue baleada el sábado 8 de enero de 2011 en un episodio criminal del que usted seguramente tiene los detalles. El personaje principal de este drama es la intolerancia de lo que parece ser el fundamentalismo de derecha más irreductible. Las fuerzas del Tea Party se anotan un gol en el partido donde se juega la reforma al sistema de salud y el futuro de la legislación sobre migración, entre otros aspectos nodales de la política de Obama.

La ex gobernadora de Alaska, la republicana Sarah Palin, se perfila como una de las principales instigadoras de un crimen político que desvela los entretelones del cinismo supremacista en un país de inmigrantes que ahora los combate a pesar de que, como potencia mundial, los genera al provocar el odio y la inseguridad en los escenarios económicos de la relación centro-periferia. El gigante del Norte padece los efectos del terrorismo de Estado que rebota y tiene efectos de boomerang en su política doméstica, como ironía del destino manifiesto.

La congresista Giffords, aun con las limitaciones ideológicas propias del liberalismo gringo, sostiene una posición progresista respecto a temas como la investigación en células madre y el estatus de los inmigrantes.


Sarah (Rambo) Palin
 Pero, más allá del horror del atentado contra una mujer en el desempeño de sus labores políticas, se tiene la evidencia clara de los efectos de un discurso cada vez menos comprometido con la civilidad y más consistente con la crispación que se insufla internacionalmente y que permite el gran negocio del antiterrorismo, la contrainsurgencia y el combate al crimen organizado, hijo bastardo del militarismo gringo y de su compulsión instrumentalista de intercambiar droga por armas y concesiones políticas. Las palabras devienen declaración de principios y práctica puntual de sus designios. La sangre del otro siempre lleva al rio.

En un país respetuoso de las leyes, la formalidad jurídica no es impedimento para el espíritu emprendedor que transgrede la norma sin violarla, gracias al poder seductor del dinero que maquilla el rostro de la hipocresía diplomática, de la charada que exige respeto a los derechos humanos mientras que, tras bambalinas, propicia su asalto y nulidad.

El terror es intolerable cuando estalla en la cara de sus patrocinadores. Es una medicina que debe consumirse fuera, en la periferia geopolítica del imperio. El horror, por consecuencia, sólo debe conocerse como nota periodística que informa de la barbarie ajena y que persuade de la pertinencia y necesidad del gasto militar y de inteligencia, para preservar la seguridad nacional, las hamburguesas y el pastel de manzana. Pero los escenarios de la lucha del bien contra el mal ofrecen articulaciones perturbadoras. El efecto de rebote tensa la política interna, permite que aflore su corrupción y capacidad destructiva, y aparece el gusano en la manzana con las notas de horror que se instalan en el vecindario ante el estupor de sus habitantes.


Ayuda
 El atentado de Arizona es obsceno y pone los reflectores en las fisuras de la democracia, en la fragilidad de una frontera que contiene los mismos demonios que pretende exorcizar aunque, para ser honestos, Estados Unidos ha sido escenario de magnicidios (Lincoln, 1865; McKinley, 1901; Kennedy, 1963), atentados presidenciales (Andrew Jakson, T. Roosevelt, G. Ford, R. Raegan), asesinatos políticos (Martin Luther King, Robert Kennedy), crímenes demenciales (Sharon Tate, el incidente en Wako, en Virginia Tech, en la Universidad de Texas, en Columbine, el atentado dinamitero en Oklahoma, City, donde murieron más de 160 personas, entre otros) en donde el reciente atentado en Arizona es el último eslabón de una larga cadena de sucesos sangrientos de perturbadora falta de respeto por la vida humana. Pero bueno, Obama, el presidente del cambio y premio Nobel de la Paz envía más tropas a Afganistán aunque declara a favor del cierre de Guantánamo.

La política, en un país que ha convertido en franquicia la democracia, corre los riesgos de la competencia monopólica que justifica los medios y comercializa los extremos. Los resultados están a la vista, aunque las claves de su funcionamiento y expectativas son un misterio celosamente guardado en las cloacas del sistema financiero internacional y la industria militar.

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