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jueves, 2 de diciembre de 2010

Filtraciones

Los horrores de una hipocresía llevada al extremo de norma de conducta gubernamental parecen obra de alguna mente desquiciada, criminal, fugada de algún centro psiquiátrico para enfermos de alta peligrosidad. Las revelaciones sobre cómo se las gasta el gobierno de Washington mientras proclama las bondades de la libertad y la democracia son desconcertantes, aunque, para ser francos, totalmente creíbles a la luz de la historia política de nuestros vecinos del norte.


Puede afirmarse que ningún país ha quedado a salvo de la injerencia de Estados Unidos. Ningún asunto político ha quedado sin ser manoseado, vigilado y sancionado por el ojo vigilante del Tío Sam. El mundo entero ha sido su campo experimental en materia de armas biológicas, psicológicas y convencionales, así como de prácticas que han combinado la persuasión en forma de eventuales apoyos políticos y militares para acceder al poder, jugosos sobornos que corrompen y silencian, coacción descarnada contra opositores y represalias solapadas por los gobiernos nacionales cuando no ejecutadas por ellos mismos, construcción de escenarios donde la inseguridad y el terror son la tónica, uso y abuso de los canales de la droga y el tráfico de influencias, lo que ha dado por resultado una sociedad internacional peligrosa, insegura y dependiente de la “asesoría” de agencias extranjeras y la acción directa de policías que ignoran el derecho mexicano y actúan según las prioridades de la Inteligencia gringa.

La curiosa reacción que produjo la revelación de las atrocidades cometidas por Estados Unidos, Inglaterra y aliados en la invasión a Afganistán e Iraq no tiene punto de comparación con la reciente sobre el entramado diplomático en el que Washington hace gala de un desprecio profundo hacia el resto de los países del planeta, en particular hacia la periferia económica donde se ubican las naciones primario exportadoras que llenan sus expectativas de crecimiento al instalar maquiladoras en vez de intentar industrializarse.

El ameno pitorreo de los diplomáticos gringos sobre los países anfitriones y sus representantes, la puesta en duda acerca de la salud mental de la señora presidenta de Argentina, la insistencia en desacreditar a los gobiernos legítimos que pugnan por ser en efecto libres y soberanos, el empecinamiento en aislar a Irán, la sobreprotectora y cómplice política que apoya los pujos genocidas de Israel, la amenaza intervencionista en países parasitados como México y el sostenimiento ciego de una política imperialista que secuestra, desaparece y aniquila opositores encarnada en Abu-Grahib, Guantánamo y las cárceles secretas a lo largo del circuito lacayuno del que forma parte Europa, capaces de trabajar por la opresión y el secretismo de acciones claramente delictivas. Cabe mencionar el curioso caso de prostitución judicial en el que España se hace bolas a la hora de juzgar a los asesinos del camarógrafo muerto en Afganistán a manos de efectivos de Estados Unidos; de la descalificación de jueces de la Audiencia Nacional por acusar a militares gringos por crímenes de guerra, a contrapelo de la impunidad que exigen las normas irregulares y fascistas de Washington con el pretexto de la “seguridad nacional”.

Las filtraciones de Wikileaks pudieran ser efectistas, carentes de novedad si partimos de la posición cínica que asumen gobiernos agraviados cono el de Argentina, que no dudan en decir que no tiene importancia la perfidia y doble moral revelada, porque ya se sabe que así son los gringos y que no necesariamente refleja en sentir oficial de Estados Unidos.

Mientras la andanada de documentos se despliega, truena esquizofrénica la señora Clinton, condenando la filtración porque pone en peligro la seguridad de Estados Unidos y del mundo, en riesgo la vida de muchos que trabajan por los demás, y que se sacrifican para que usted y yo gocemos de democracia y libertad (sic). En esas estamos cuando se acusa a Julian Assange, fundador de Wikileaks, de acoso sexual, en una oportuna maniobra por silenciar y detener la bola de nieve que corre cuesta abajo en las relaciones internacionales con epicentro en Washington. Los esfuerzos por minimizar la cloaca abierta en la política exterior gringa no niegan su podredumbre y deshonestidad, simplemente acusan a Wikileaks de usar información ilegalmente. La legalidad es algo bastante formal, esquemático y no tiene que ver realmente con la justicia porque, según el Departamento de Estado, la realidad corre en un universo distinto al de los intereses estratégicos de Washington.

En este tenor, la guerra contra el narco de Calderón y la creciente inseguridad nacional pudiera atribuirse a uno de tantos experimentos psicológicos y militares de Estados Unidos, donde el vendedor de armamento más importante del mundo coopera para garantizar la inteligencia y acciones de los cuerpos de seguridad mexicanos, en una bonita paradoja que nos gradúa, como país, como retrasados mentales y simples satélites del imperio. Así las cosas, urge un modelo alternativo de país donde la palabra clave sea soberanía y el interés fundamental sea México. Es cosa de que nos caiga el veinte, ¿no?

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