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sábado, 25 de diciembre de 2010

Otra navidad

Una noche buena tranquila, más de lo usual por el grado de despoblamiento de calles y avenidas, por la ausencia de balazos, cohetes y pitidos de carro. Sensación de paz después del desastre… como si se tratara de una clase zozobra diseñada pixel por pixel en las parsimoniosas manos de un artista del Paint. Policías municipales siempre presentes, ojo avizor contra la delincuencia decembrina, contra los expulsados del salón de la fama profesional y los condenados a las bajuras del robo cacahuatero, del asalto burdo y desmañado que huele a violencia elemental, primaria, reprimida en las oficinas del empleo y suelta a trotar por las calles citadinas, como la revancha del incapacitado, del logro del paria social, del triunfo del imbécil contra la cultura que lo margina y ningunea.


En familia
Festejos y celebraciones familiares atemperadas por la crisis económica que preña el consumo de alcohol y la ingesta de viandas menos selectas y más precarias, con las excepciones de los nacidos para morir en un tarjetazo bancario, en la firma de un cheque, en la liquidación del aguinaldo en aras de celebrar lo que pudo haber sido y no fue. La reunión familiar tiene sus efectos compensatorios porque se da en un contexto de solidaridad consanguínea, en la confianza del compartir sin facturas pendientes, sin el reproche del saldo deudor en materia de afectos y problemas compartidos.

La familia y los amigos son, sobre todo en estas fechas, el refugio seguro de la indefensión ciudadana ante la saña impositiva del gobierno, ante la depredación de su estado de ánimo, la liquidación de la esperanza y el asalto a sus reservas emocionales. El aviso de alzas en el cobro de impuestos y derechos truena como petardo en la conciencia del causante, del asalariado que vive al día, del profesionista que depende de la quincena con propiedades de achicarse a los dos o tres días hasta desaparecer en medio de fumarolas pestilentes en forma de llamadas telefónicas amenazantes por parte de cobradores bancarios o comerciales. El terrorismo de estado empieza con la generación de desempleo, congelamiento del salario y aumentos en los bienes de consumo personal y familiar con el consecuente incremento en la inseguridad pública.

Celebrando en compañía
La navidad que celebramos como asalariados no tiene mucho que ver con la de los desempleados, o la de los opulentos beneficiarios del sistema económico y político imperante. Nuestra navidad y la de ellos está cruzada de inequidad y rigidez clasista, mediada por el mercado y su discurso de libertades y derechos puestos en los anaqueles de los partidos políticos como latas de conservas con códigos de barra modificables al gusto de las empresas trasnacionales. Los de arriba y los de abajo no es sólo una caracterización gráfica, sino la expresión de lo que nos desune y, al mismo tiempo, lo que nos explica como oposición latente o beligerante.

El reciente anuncio de los nuevos salarios mínimos nacionales truena en la conciencia del consumidor forzoso que somos, en la calidad de vida que padecemos, en las expectativas de pago a nuestros acreedores, en el rumbo de la economía cuando el consumo se desploma y la producción depende cada vez más de los agentes externos; cuando la base gravable es una utopía que se alimenta de cifras alegres, de supuestos alentadores que convierten en criminales en potencia a todos los que de una u otra manera tienen contacto con el trabajo formal. Las alzas anunciadas y esperadas aprietan más el lazo de la soga que cada cuello ciudadano lleva puesta, a cuyo extremo se encuentran la mano fiscal y la del encarecedor de las subsistencias.

Si vemos a los empresarios acomodados en puestos de funcionarios públicos, es fácil encontrar la explicación de para qué ha servido el famoso “gobierno del cambio”. También resulta sencillo explicarse el apoyo gringo a la gestión de negocios turbios que realiza por omisión o comisión el gobierno, empezando con el narcotráfico y terminando con el desmantelamiento de la planta productiva nacional. Sonora y el resto del país carecen de planeación del desarrollo porque no hay control de los recursos, porque no se cuenta con especialistas ni se apoya a los profesionales del sector público. Se tienen a empresarios y a asesores del Tecnológico de Monterrey, expertos en administrar empresas privadas para luego de tronadas promover su rescate a cargo del erario.

Rostros de la pobreza
La navidad de nosotros no se parece a la de los Carlos Slim, Zambrano, Aramburuzavala, o Hernández, entre otros iniciativos privados montados en el oportunismo de una ola privatizadora donde se trató de crear una burguesía de primer mundo que resultó una simple copia pirata, bastante artesanal, medrosa y en general incompetente, aún dentro de su realidad intrauterina y a su babeante voracidad. El subdesarrollo empresarial tiene que ver con las asimetrías que caracterizan nuestra economía, alejada de lo racional para quedar en manos de otros, colonizadores contemporáneos de tierras de indios con clara vocación primario-exportadora.

En virtud de lo anterior, propongo que le pidamos a Papá Noel o a los reyes magos un gobierno que industrialice al país, que sea nacionalista y respetuoso de la dignidad humana, que sea capaz de mantener relaciones de igualdad con el resto del mundo sin caer en la tentación de bajarse los pantalones y agacharse a la primera presión del capital internacional. Esperemos que la buena nueva sea en español y en un lenguaje franco y directo, entendible para todos.

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