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lunes, 5 de diciembre de 2016

Hermosillo y el caos

El hombre nace libre, responsable y sin excusas”.
Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo y escritor francés.


En la ciudad capital de Sonora, no sólo la seguridad pública se ve alterada por la creciente ola criminal y las variadas modalidades que asume creativamente la delincuencia, sino que se añade una descuidada protección de los derechos humanos de los atribulados ciudadanos víctimas del pragmatismo y la falta de sensibilidad social de quienes, por la casualidad y los azares del voto oficialmente reconocido, se encuentran administrando, que no gobernando, la ciudad y el municipio.

El alcalde se empeña en navegar de acuerdo a la brújula privatizadora del neoliberalismo de guarache encaramado en Los Pinos y su caricatura local, a contrapelo de las legítimas aspiraciones de bienestar y progreso que figuran en los sueños guajiros de los ciudadanos que pagan impuestos y que ven cerca una cuesta de enero que ya reclama un tanque de oxígeno con urgencia para poder remontarla con cierta integridad física, patrimonial y emocional. Tan bochornoso esfuerzo lo obliga a dar explicaciones dignas de un público enano y oligofrénico, dispuesto a aplaudir cualquier arrebato demagógico y de tragarse los detritus de una oratoria falaz e inconsecuente. Huelga decir que los intentos de enrollar y confundir a la opinión ciudadana son inútiles y resultan patéticos.

A nadie escapa el absurdo de dejar en manos de una empresa privada la provisión de alumbrado público, por 15 años, con cargo al derecho que pagan los hermosillenses. Dice que no va a haber aumentos en la tarifa, pero minimiza los impactos económicos y políticos que tiene la privatización temporal de un servicio público, en su calidad, generalidad y continuidad; por otro lado, oculta el destino de los trabajadores municipales que hoy se encargan de su operación y mantenimiento. ¿El verdadero negocio de las privatizaciones implica entrar con subterfugios al control de un servicio que privatizado eliminaría los costos en nómina de la plantilla de personal y haría negocio vía manipulación de costos y tarifas? ¿En vez de empleados, el ayuntamiento va por eventuales y subcontratados, sin derechos laborales? ¿Se trata de dejar a la deriva a más familias hermosillenses?


En plática casual con un agente de tránsito, hay la impresión que los incrementos a las multas por infracciones de tránsito son claramente recaudatorios, independientemente de que exista la posibilidad de que el automovilista desarrolle formas creativas (o no tanto) para evadir su pago. El influyentismo, la corrupción y el abandono del respeto a las formas son los ingredientes de una mezcla intragable que amenaza la vida ciudadana. Por otra parte, es evidente el desprecio que siente la administración municipal por una ciudadanía cada vez más vulnerable económicamente, que ha hecho de víctima pasiva del abuso y afanes de lucro personal de quienes constitucionalmente debieran velar por sus intereses.

En otro asunto, da risa nerviosa constatar que, a pesar de contar con el número de emergencias 911, tan acreditado por recurrente en las series de televisión gringas, la inseguridad y la intranquilidad campean por la otrora “ciudad de los naranjos”. Las familias “naranjeras” bien pueden taparse los oídos con cera de veladora, tapones especiales comprados en Sanborns, o irse a dormir con parientes o a un cuarto de hotel en un arranque de desesperación, ya que los vecinos fiesteros o consuetudinariamente ruidosos no entienden razones, ruegos o mentadas de madre.

Puede usted marcar “911” y ser atendido por una voz que al final le dirá “gracias por llamar al 911”, pero su reporte de fiesteros en pleno ejercicio de su labor demoledora quedará como estadística curiosa, anécdota de sobremesa o simple comentario dicho entre risas sofocadas dignas de “Pulgoso”, aquél perro acompañante de cierto villano de caricatura. El volumen alto y atronador seguirá y darán la una, dos y las tres, hasta que termine el festejo, se vaya el conjunto contratado y, ¡oh sorpresa!, siga el radio o la música grabada, hasta que los gallos canten, salga el sol y se escurran los últimos juerguistas entre eructos, meadas callejeras y andares de borracho. ¿La policía? Bien, gracias. Cumple con hacer su ronda, pero no resuelve el problema y, así, pasa la noche.

Nadie tiene derecho a afectar el descanso del vecino. El volumen alto invade la intimidad del hogar del vecino y le impone una situación que le es ajena. La autoridad municipal, en vez de levantarse con la idea de joder a Hermosillo con privatizaciones disfrazadas e incremento de multas e impuestos, debiera legislar en defensa de la tranquilidad de las familias prohibiendo y sancionando la contaminación por ruidos, sonidos con volumen alto e invasivo y todo aquello que perturbe la paz de los hogares hermosillenses. El ruido y el volumen invasivo no genera un "problema entre vecinos", sino un hecho que altera la paz pública. ¿El ayuntamiento tiene el valor, o le vale?


Mientras se cocinan alzas en las tarifas de los servicios y el gobierno solamente administra medidas privatizadoras, la ciudad refrenda su peligrosidad cada día; se ensaña contra los inmigrantes, fustiga y veja a los indigentes y marca para siempre en sus habitantes las huellas de una indiferencia patológica hacia lo humano. La capital de Sonora es, gracias a las administraciones neoliberales prianistas, un lugar frío, ajeno, sórdido y peligroso. El bien común queda como una finalidad retórica, vacía de contenido, y el concepto de ciudadanía se transforma en clientela. Triste papel.

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