“El hombre nace libre, responsable
y sin excusas”.
Jean
Paul Sartre (1905-1980)
Filósofo y escritor francés.
En la
ciudad capital de Sonora, no sólo la seguridad pública se ve alterada por la
creciente ola criminal y las variadas modalidades que asume creativamente la
delincuencia, sino que se añade una descuidada protección de los derechos
humanos de los atribulados ciudadanos víctimas del pragmatismo y la falta de
sensibilidad social de quienes, por la casualidad y los azares del voto
oficialmente reconocido, se encuentran administrando, que no gobernando, la
ciudad y el municipio.
El
alcalde se empeña en navegar de acuerdo a la brújula privatizadora del
neoliberalismo de guarache encaramado en Los Pinos y su caricatura local, a
contrapelo de las legítimas aspiraciones de bienestar y progreso que figuran en
los sueños guajiros de los ciudadanos que pagan impuestos y que ven cerca una
cuesta de enero que ya reclama un tanque de oxígeno con urgencia para poder
remontarla con cierta integridad física, patrimonial y emocional. Tan
bochornoso esfuerzo lo obliga a dar explicaciones dignas de un público enano y
oligofrénico, dispuesto a aplaudir cualquier arrebato demagógico y de tragarse
los detritus de una oratoria falaz e inconsecuente. Huelga decir que los
intentos de enrollar y confundir a la opinión ciudadana son inútiles y resultan
patéticos.
A nadie
escapa el absurdo de dejar en manos de una empresa privada la provisión de
alumbrado público, por 15 años, con cargo al derecho que pagan los
hermosillenses. Dice que no va a haber aumentos en la tarifa, pero minimiza los
impactos económicos y políticos que tiene la privatización temporal de un
servicio público, en su calidad, generalidad y continuidad; por otro lado,
oculta el destino de los trabajadores municipales que hoy se encargan de su
operación y mantenimiento. ¿El verdadero negocio de las privatizaciones implica
entrar con subterfugios al control de un servicio que privatizado eliminaría
los costos en nómina de la plantilla de personal y haría negocio vía
manipulación de costos y tarifas? ¿En vez de empleados, el ayuntamiento va por
eventuales y subcontratados, sin derechos laborales? ¿Se trata de dejar a la
deriva a más familias hermosillenses?
En plática
casual con un agente de tránsito, hay la impresión que los incrementos a las
multas por infracciones de tránsito son claramente recaudatorios,
independientemente de que exista la posibilidad de que el automovilista
desarrolle formas creativas (o no tanto) para evadir su pago. El influyentismo,
la corrupción y el abandono del respeto a las formas son los ingredientes de
una mezcla intragable que amenaza la vida ciudadana. Por otra parte, es
evidente el desprecio que siente la administración municipal por una ciudadanía
cada vez más vulnerable económicamente, que ha hecho de víctima pasiva del
abuso y afanes de lucro personal de quienes constitucionalmente debieran velar
por sus intereses.
En otro
asunto, da risa nerviosa constatar que, a pesar de contar con el número de
emergencias 911, tan acreditado por recurrente en las series de televisión
gringas, la inseguridad y la intranquilidad campean por la otrora “ciudad de
los naranjos”. Las familias “naranjeras” bien pueden taparse los oídos con cera
de veladora, tapones especiales comprados en Sanborns, o irse a dormir con
parientes o a un cuarto de hotel en un arranque de desesperación, ya que los
vecinos fiesteros o consuetudinariamente ruidosos no entienden razones, ruegos
o mentadas de madre.
Puede usted
marcar “911” y ser atendido por una voz que al final le dirá “gracias por
llamar al 911”, pero su reporte de fiesteros en pleno ejercicio de su labor
demoledora quedará como estadística curiosa, anécdota de sobremesa o simple
comentario dicho entre risas sofocadas dignas de “Pulgoso”, aquél perro
acompañante de cierto villano de caricatura. El volumen alto y atronador
seguirá y darán la una, dos y las tres, hasta que termine el festejo, se vaya
el conjunto contratado y, ¡oh sorpresa!, siga el radio o la música grabada,
hasta que los gallos canten, salga el sol y se escurran los últimos juerguistas
entre eructos, meadas callejeras y andares de borracho. ¿La policía? Bien,
gracias. Cumple con hacer su ronda, pero no resuelve el problema y, así, pasa
la noche.
Nadie
tiene derecho a afectar el descanso del vecino. El volumen alto invade la
intimidad del hogar del vecino y le impone una situación que le es ajena. La
autoridad municipal, en vez de levantarse con la idea de joder a Hermosillo con
privatizaciones disfrazadas e incremento de multas e impuestos, debiera
legislar en defensa de la tranquilidad de las familias prohibiendo y
sancionando la contaminación por ruidos, sonidos con volumen alto e invasivo y
todo aquello que perturbe la paz de los hogares hermosillenses. El ruido y el
volumen invasivo no genera un "problema entre vecinos", sino un hecho
que altera la paz pública. ¿El ayuntamiento tiene el valor, o le vale?
Mientras
se cocinan alzas en las tarifas de los servicios y el gobierno solamente administra
medidas privatizadoras, la ciudad refrenda su peligrosidad cada día; se ensaña
contra los inmigrantes, fustiga y veja a los indigentes y marca para siempre en
sus habitantes las huellas de una indiferencia patológica hacia lo humano. La
capital de Sonora es, gracias a las administraciones neoliberales prianistas,
un lugar frío, ajeno, sórdido y peligroso. El bien común queda como una finalidad
retórica, vacía de contenido, y el concepto de ciudadanía se transforma en
clientela. Triste papel.
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