“En
la mayor parte de los hombres, el amor a la justicia no es más que el dolor de
la injusticia” (La Rochefoucauld).
El año cierra con las más claras
evidencias de que la economía nacional simplemente no avanza. Los años
transcurridos desde las esperanzadoras afirmaciones de una voluntad
primermundista, que abrió la economía a las importaciones dejando de lado la
producción nacional, ahora pasan a ser la confirmación de que la demagogia es
como escupir para arriba, con el inconveniente de que lo arrojado se regresa
con intereses. Ahora tenemos en la mera jeta tasas misérrimas de crecimiento y
pronósticos que sólo pueden ir a la baja: cualquier cifra menor a 2 por ciento
es segura. Asimismo, la dependencia de la economía del vecino se pone en
evidencia a cada paso, ronda el 80 por ciento, con lo que dejamos de ser
propiamente un país soberano en lo económico, financiero, y político.
Algunos funcionarios apegados a la
institucionalidad sexenal, piensan que la cercanía con EE.UU. nos hace fuertes
y que es buena idea operar reformas e impulsar iniciativas que estrechen las
relaciones e interacciones fronterizas, al punto de convertir nuestros
intereses en una versión nopalera de lo que se proyecta en las oficinas
ejecutivas de Arizona, Nuevo México u otra entidad gringa con pujos
internacionales o, más bien, con ánimos de ampliar y remodelar su patio
trasero. No cabe duda de que los hilos de la dependencia se tejen por manos
nacionales, lo que garantiza que quienes luchen por los intereses domésticos
pasen por necios y amargados que no hay que ni ver, ni oír ni mucho menos
considerar como interlocutores válidos en lo que pudiera ser un más que urgente
diálogo que replantee el destino de nuestra economía y las respuestas a las
nuevas realidades.
En este contexto, la carrera por
liquidar el patrimonio nacional por vía de las concesiones, licitaciones,
desincorporaciones, cambios de estado jurídico, entre otras medidas tóxicas
para el dominio y la soberanía, se ve un tanto aderezada gracias a las noticias
que el gobierno genera y medios de comunicación transmiten. Al respecto,
mientras el jolgorio declarativo oficial lanza cohetes y luces de bengala por
los “éxitos” de la reforma energética, las gasolinas suben y hay la amenaza de
desabasto, gracias a la insolvencia programada de Pémex y la necesidad de abrir
espacios a las empresas extranjeras “que sí confían en México para invertir”.
En el mismo sentido, se declara la voluntad de proteger la biodiversidad, pero
se presiona por abrir la participación de la iniciativa privada, tan afecta en
emprender proyectos turísticos e inmobiliarios en áreas ecológicamente
sensibles; también se habla de la independencia alimentaria mientras se asfixia
a los productores rurales que luchan por subsistir frente a las trasnacionales que
cuentan con parientes, compadres, cuates e intereses compartidos tanto en el propio
ejecutivo federal como en el congreso.
Por si no fuera poco, la élite
burocrática y política nacional se regala con liquidaciones millonarias cada
vez que cambian de chamba o dejan por razones de conveniencia el empleo. Lo
mismo ocurre con los sueldos y pensiones. El dinero parece sobrar para un
sector minoritario de la sociedad, mientras que se regatea el monto de los
salarios profesionales y las prestaciones para el ciudadano de a pie.
Escuelas, universidades, hospitales,
empleo y salarios sufren las consecuencias de los recortes presupuestales, sin
respeto a lo que en cualquier país civilizado se considera prioritario. La
seguridad pública hace de caja de resonancia de una política de ahorro que,
para todos los efectos, es onerosa para la integridad y seguridad nacional. Es
un absurdo pretender contener la delincuencia si se generan las condiciones
para que esta prospere: la inseguridad pública es consecuencia directa de la falta
de oportunidades laborales, la precariedad del empleo y los bajos salarios.
Se sabe que cada gobernador se las
ingenia para acaparar terrenos y convertirse en propietario de áreas que
eventualmente alcanzarán altos precios de mercado, propiciando un crecimiento
deforme y problemático en las ciudades, a la par que provocando serias
confrontaciones sociales que son sofocadas por cuerpos para-policiales o la
misma fuerza pública, llegado el caso. En este asunto, es imposible no mencionar
lo que ocurre en los terrenos del vaso de la presa A. L. Rodríguez, y el
escandaloso desvío del cauce del Río San Miguel, así como su permanente despojo
a plena luz del día.
Así las cosas, mientras los ciudadanos
son víctimas del despojo, los altos impuestos y tarifas, el desempleo y los
salarios precarios, la clase política de temporal cosecha aplausos y notas
periodísticas al inaugurar algún cascarón simbólico, alguna obra inconclusa, visitar
colonias populares llevando ofrendas de baratijas que son fotogénicas, pero que
en nada cambian la indefensión y el abandono de una población que sólo necesita
respeto, atención y soluciones dignas de quienes por mandato legal están
obligados a proporcionarlas.
Seguramente ésta será una feliz navidad,
ya que en términos relativos el año que se aproxima será de mayores
estrecheces, multas y castigo al erario municipal y estatal. En este sentido,
mañana tendremos menos que hoy. Disfrutemos el momento, mientras tengamos la
capacidad de hacerlo. El aguante no es para siempre…
Un saludo a Rosa Delia Coronado,
esforzada luchadora por la legalidad y el respeto; y a todos aquellos
ciudadanos que, como ella, cada día se levantan a ejercitar, desde temprano, su
dignidad y autoestima. Ánimo y adelante.
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